FICXIXÓN“Les Géants”, de Bouli Lanners

49 FESTIVAL INTERNACIONAL DE CINE DE GIJÓN. CRÓNICA DE CARMEN COCINA

En el limbo de su cincuentena, el Festival Internacional de Cine de Gijón – FICXixón se acoge a la premisa que lo ha caracterizado durante esta última década: “rescatar” del ostracismo aquellas películas que, ya sea por la inexperiencia de sus directores, su radicalidad o su osadía en la búsqueda de nuevas fórmulas de expresión cinematográfica, normalmente no tienen cabida no sólo en nuestras pantallas, sino en el resto de festivales de nuestro país. Y lo hace ratificando los lugares comunes que han definido su programación durante este tiempo, susceptibles de ser clasificados, grosso modo, en tres grandes categorías temáticas: la juventud, el compromiso político-social y la psicopatología, individual o colectiva, como generadora de violencia y/o malestar hacia uno mismo o hacia los otros. Son éstos, y no otros, los que vertebran su propuesta en esta 49ª edición, con un total de dieciséis películas a concurso en su sección oficial. Una edición marcada por una crisis económica que parece haber pasado especial factura al cine de nuestro país, constituyendo “Iceberg”, de Gabriel Velázquez, el único título español de la lista. Y son la referida adolescencia, sus tribulaciones y el sentimiento de no pertenencia los pilares de una película sin referencias espaciotemporales en la que cada uno de sus taciturnos y translúcidos protagonistas, encerrados en sí mismos,  se embarca en un solitario y errático deambular en un retrato colectivo desangelado y pasivo que parece apuntar una redención en la secuencia final. Se suma a la temática adolescente “Les Géants”, de Bouli Lanners, una sutil denuncia del abandono, aquí magnificado, al que son abocados los hijos de algunos altos cargos tan absorbidos por su labor profesional como para desentenderse del bienestar de su prole. La fraternal complicidad que se crea entre los tres adolescentes y la estupenda caracterización de los antagonistas, que rayan el esperpento, es lo más destacado de una película amable, pero muy prescindible. No ocurre lo mismo con “Un amour de Jeunesse”, brillante epopeya sobre el primer amor y sus secuelas que conmueve desde la autenticidad derivada de su palpable carácter autobiográfico, y que es llevada a buen término gracias al firme pulso narrativo de Mia Hansen-Love, propensa a las secuencias cortas y cargadas de sentido. Algo que se agradece en un contexto, el del cine romántico independiente, en el que no son pocos los cineastas que confunden profundidad con inmovilidad (véase Wong Kar Wai, el Techiné de “Las hermanas Brontë” o Hsou Hsao Hsien, quien paradójicamente resulta uno de los favoritos de la directora). Cabe destacar el extraordinario trabajo de la joven Lola Créton, sobre cuyas acciones y rostro recaen la profusión de secuencias y primeros planos, a cuál más elocuente, que vertebran el relato, y el de su compañero Sebastian Urzendowsky, no por más escueto menos digno de elogio.

FICXIXÓN“Un Amour de Jeunesse”, de Mia Hansen-Love

En plena pubertad se encuentra asimismo el “Terri” de Azazel Jacobs, un chico de quince años cuya descomunal envergadura, objeto de continuas burlas en esa pesadilla que para muchos es el instituto, es sólo comparable a la de su corazón, cualidad que acabará captando la atención de una de las chicas más populares del lugar tras protagonizar ésta un incidente que brinda a sus despiadados y envidiosos compañeros una nueva diana sobre la que lanzar sus dardos. Un protagonista más que merecedor de acaparar el título de la película y un acertadísimo elenco de secundarios, cada uno de los cuales encarna una faceta emotiva diferente (sensatez y espíritu pedagógico en J.C Reilly, rebeldía y humor negro en Bridger Zadina e ingenuidad y vulnerabilidad en Olivia Croccichia), confluyen en una película filantrópica, aguda, perspicaz e indispensable, llamada a convertirse en la “Juno” de 2012. En su tradición de cine indie USA se sitúa también la propuesta de Miranda July, a la sazón paisana de Azazel, con quien también tiene en común sus trabajos para el MOMA y su tono soñador y empático a la vez que incisivo y certero.  “The Future”, que así se llama su segunda película, es una absoluta delicia sobre el amor y su relación con el tiempo que merece artículo propio, que pronto podréis encontrar en la web de Neo2. Y no podía faltar en Gijón la última obra de Todd Solondz, outsider convencido y bastión elemental de la generación que acuñó el término que ampara la obra de los dos directores anteriores.  “Dark Horse”, giro inglés con el que se define a una persona que esconde sus habilidades, un “vencedor sorpresa”, es un título cargado de ironía y amargura con el que Solondz vuelve a poner el dedo en la llaga mostrándonos ese universo competitivo y cruel en el que sólo caben dos categorías: vencedores y vencidos. Ni que decir tiene que el fanfarrón a la par que inseguro Richard, un treinteañero que comparte techo y oficina con su padre, pertenece a la segunda.

FICXIXÓN“Terri”, de Azazel Jacobs

El puente entre la juventud y el cine político/comprometido lo encarna “Low Life”, el último trabajo de los artífices de la sensacional “La Question Humaine”. Ambientada en una casa ocupada en el París actual, la película arranca como un retrato coral de esa fracción de veinteañeros, relevo del testigo de Mayo del 68, para quienes la protesta y el activismo político no son sólo un juguete de fin de semana, sino una convicción y un modo de vida. A medida que avanza el metraje, las consignas revolucionarias van cediendo protagonismo al triángulo amoroso formado por Carmen, la chica dulce y sensual; Charles, la díscola oveja negra de origen burgués; y Hussein, un afgano sin papeles por cuyo amor Carmen deberá enfrentarse a las autoridades. Una aproximación que huye del maniqueísmo y la estigmatización, abogando por un enfoque individualista en el que cada personaje responde únicamente por sí mismo, haciendo uso de su libre albedrío. A esta categoría pertenece también el muy estimable documental “Vol spécial”, de Fernand Melgar, que relata cómo un grupo de sin papeles es confinado en un centro de reclusión a la espera de que se dicte la sentencia que les permitirá (o les impedirá) permanecer en Suiza con sus familias. Un título que hace referencia al término con el que las autoridades de este país describen el vuelo con el que estos inmigrantes son repatriados, tan eufemístico como el trato de mano de hierro con guante de seda que ellas mismas les dispensan.

FICXIXÓN“Low Life”, de Nicolas Klotz y Elisabeth Perceval

Comparte con las anteriores su condición de exploradora de las estructuras sociales, sustituyendo altruismo y legalidad por ambición, la argentina “El estudiante”, de Santiago Mitre, que nos presenta a un universitario engreído y con patéticas ínfulas de playboy que no vacila en utilizar tretas arribistas para escalar posiciones en la endogámica jerarquía del lugar.  A pesar de que su planteamiento recuerda, a grandes rasgos, a la soberbia “Un profeta”, de Jacques Audiard, el carácter innoble y despótico de sus personajes y la atomización de la trama en una sempiterna sucesión de triquiñuelas menores redundan en una película farragosa y antipática que se contempla con disgusto. No debe de ser de esta opinión el jurado del festival, que le concedió el galardón a la Mejor Película, ex-aequo con “La guerre est déclarée”, de Valérie Denzelli, candidata por Francia a los premios de la Academia. Una cinta que a su vez ostenta el dudoso honor de tratar el demoledor tema del cáncer desde un distanciamiento (por parte tanto de la directora como de sus personajes) impropio de cualquier adulto imbuido de un mínimo de juicio. Algunos lo llamarán optimismo; yo lo llamaría superficialidad. Muy lejos queda la sensibilidad a flor de piel de “El tiempo que queda”, de François Ozon, o la abnegada lucha de Nick Nolte y Susan Sarandon en “Lorenzo´s Oil”. Ante la falta de otros méritos (me niego a considerar los arranques melódicos a lo “On connaît la chanson” como un logro), parece probable que haya sido la alargada sombra del tío Oscar la que decidiera al jurado a inclinar la balanza a su favor. Más incomprensible resulta la concesión de los galardones de Mejor Actor y Mejor Actriz a sus anodinos protagonistas, un par de treintañeros con síndrome de Peter Pan, especialmente en un contexto en el que las excelentes dotes dramáticas de otros candidatos (véanse “Terri” y “Un amour de jeunesse”) habían despuntado y marcado el boca-oreja entre el público del festival.

FICXIXÓN“La guerre est déclarée”, de Valérie Denzelli

Ni la más mínima objeción, sin embargo, al premio al Mejor Director a Ruben Östlund, cineasta sueco que ya había demostrado en la estimable “Involuntary” su maestría al abordar los malentendidos en la interacción social y su querencia a socavar las reglas del juego como quien sacude sobre la mesa un tapete de naipes. En “Play” vuelve a hacer uso de esta patente al presentar a un grupo de adolescentes (negros, para más señas) que siembran el desconcierto en otros dos a los que abordan en un centro comercial y a quienes manejan, cual peones de ajedrez, a través de estratagemas psicológicas y zancadillas dialécticas, sin más objeto que la diversión a costa de sus conejillos de indias. Una perversa urdimbre que se salda con la apropiación indebida del móvil de uno de ellos como símbolo de triunfo, y que resulta aún más sobrecogedora si tenemos en cuenta que el director basó su guión en hechos reales repetidos en Gotemburgo hasta sesenta veces.

FICXIXÓN“Play”, de Robert Östlund

La insania psicológica referida en el primer párrafo de esta crónica adquiere especial turbulencia en “Hors Satan”, la nueva película del siempre desasosegante Bruno Dumont, en la que, una vez más, el director se hace eco de las profundidades abisales de la maldad humana situando a los malhechores en entornos rurales a los que la cultura y la civilización llegan con cuentagotas, y en donde sus habitantes viven aún prisioneros de supersticiones absurdas y arcaísmos sin sentido.  La antesala del mismísimo infierno en donde, según viene siendo costumbre en su filmografía, la naturaleza adquiere un papel preponderante, oponiéndose su influencia perturbadora al carácter idílico que le es comúnmente atribuido en el cine (sin ir más lejos, en “Un amour de jeunesse”, a concurso en la presente edición) y adueñándose de gran parte de los planos, en los que los protagonistas son sólo siluetas recortadas que se pierden en la inmensidad del paisaje. Construida a base de silencios, miradas perdidas y largos paseos sin rumbo, la exigüidad de elementos narrativos hace que su visionado requiera un esfuerzo ímprobo por parte del espectador, lo que explica, en gran parte, que ninguna de las películas de Dumont haya sido estrenada en España. Más ahínco aún es necesario para soportar “Fausto”, la libérrima adaptación del mito de Goethe por parte de Alexandr Sokúrov, un tedioso cajón desastre de metraje excesivo cuyo único aliciente radica en la fastuosidad de sus escenarios y vestuario y en su excelente fotografía, valedores del premio a la Mejor Dirección Artística en este festival. Termina por completar el cupo de de la vileza “Michael”, opera prima del antaño director de casting de Haneke, Ulrich Seidl y Jessica Hausner, auténticos maestros en la disección de la depravación humana cuyas fórmulas son eficazmente asumidas por Markus Schleinzer en este retrato de un oficinista gris y pederasta cuya historia (ficticia) rescata de la memoria los espeluznantes casos de Natasha Campusch y el monstruo de Amstetten, ambos acontecidos en la Austria natal del director. Un relato intrépido y sin tregua que evita caer en el morbo fácil apuntando de forma tácita los episodios de abuso, sin llegar nunca a mostrarlos explícitamente, sin que este hecho y los vestigios de “humanidad” concedidos al protagonista logren reducir ni un ápice la aversión que provoca. Otro gran acierto radica en que, a pesar de que la mirada se centra en la psicología del pederasta, también ofrece suficientes atisbos sobre el sufrimiento del niño secuestrado como para que su personaje no quede reducido a mero objeto de la narración. Y estremecedora, pero en sentido positivo, es “Walk Away Renée”, la segunda (y parece que definitiva) entrega de las vivencias personales de Jonathan Caouette. Un meltin´pot entre cinéma verité,  documental y vídeo casero a imagen y semejanza de su turbadora opera prima (“Tarnation”) sobre el que daremos todas las pistas en el próximo número de Neo2.

FICXIXÓN“Michael”, de Markus Schleinzer