
Madrid fue testigo de una noche íntima pero poderosa con la visita de Tamino en la sala La Riviera, dentro de su gira para presentar Every Dawn’s a Mountain.
Desde los primeros compases, el público respiraba expectación. A eso de las 20:30 horas comenzó la velada con la sala casi llena y una atmósfera de recogimiento entre la multitud reunida. El escenario se vistió con una luz suave, tonos cálidos, y una sencillez que ya prefiguraba que aquella no sería una noche de artificios, sino centrada en Tamino, voz, guitarra y emoción.
@taminoamir / Fotos: Ramy Moharam Fouad
Tamino subió al escenario con una calma medida, sin grandes aspavientos. Su presencia es contenida, pero cargada de magnetismo: basta observar cómo su figura se recorta en la penumbra cuando comienza a cantar. El repertorio se articuló principalmente alrededor de su nuevo disco, aunque hubo espacio para rescatar canciones antiguas que los seguidores esperaban. Temas como Willow o Sanctuary —este último con la sensibilidad que aporta su colaboración con Mitski— hallaron en La Riviera una resonancia especial.

La magia del silencio en directo
Lo más llamativo, quizá, fue cómo Tamino consiguió instaurar momentos de silencio absoluto entre el público, donde no se escuchaba nada más que su voz —un registro capaz de surcar múltiples emociones— y el sutil roce de cuerdas. En esas pausas, uno podía sentir el latido de la sala, el intercambio casi íntimo entre artista y audiencia.

El clímax de la noche llegó con Habibi, canción con la que cerró el concierto y en la que volcó toda su energía vocal y emocional. En una magnífica interpretación en directo, el instante se hizo casi sagrado: público rendido, voces compartiendo cada matiz, ojos cerrados y piel de gallina.

Un concierto frágil y monumental
Al retirarse del escenario tras los aplausos, quedó en el aire la sensación de haber presenciado algo frágil y a la vez monumental: un concierto donde lo más poderoso fue la sencillez, el desplazamiento desde el bullicio hasta un espacio casi meditativo. No hubo grandes efectos, pero sobró la luz cuando Tamino cantaba. En definitiva, el paso de Tamino por Madrid fue una cita para quienes creen en la música como tránsito emocional. Una velada donde cada nota tenía peso, cada silencio hablaba, y donde quedó claro que, cuando todo se desnuda, lo más pequeño puede volverse inmenso.
