La Biennale Némo convierte París y la región Île-de-France en un laboratorio de utopías digitales donde arte, ciencia y tecnología dialogan para imaginar futuros posibles.
Hasta el 11 de enero de 2026, la Biennale Némo celebra su sexta edición con Les illusions retrouvées. Nouvelles utopies à l’ère numérique, un programa que ocupa veinticuatro espacios de París y su periferia. Dirigida por Gilles Alvarez y José-Manuel Gonçalvès y organizada por el Centquatre-Paris, la gran cita del arte digital reivindica el poder de la imaginación en tiempos de crisis climática, aceleración tecnológica y fatiga digital.
Créditos de todas las imágenes: Inauguración Némo. Fotografía Quentin Chevrier
El arte digital ya no es futuro, es presente
En los últimos años, el arte digital ha dejado de ser un nicho para convertirse en una gramática cultural que afecta a todos los ámbitos de la vida. Contamina nuestras pantallas, condiciona nuestras decisiones, modula nuestras relaciones. Las imágenes generadas por IA, las narrativas inmersivas, los datos en tiempo real o la biotecnología han dejado de ser herramientas especializadas para convertirse en dispositivos cotidianos.
Cada vez más instituciones se han dado cuenta de que no es posible hablar del mundo contemporáneo sin hablar de tecnología. Ars Electronica (Linz), TodaysArt (La Haya), B3 (Frankfurt) o The Wrong Biennale (online) conforman un mapa global donde estas prácticas se expanden sin pedir permiso. En este ecosistema, la Biennale Némo ocupa un lugar particular ya que no se limita a mostrar arte digital, sino que lo usa para preguntarse por el lugar del ser humano en medio de fuerzas, tecnológicas, ecológicas y económicas, que lo desbordan. Y lo hace sin caer en el fatalismo, apostando por una imaginación crítica y por nuevas formas de sensibilidad ante lo vivo y lo artificial.
Les illusions retrouvées: utopías para un presente exhausto
La edición de 2025 se estructura como un archipiélago de más de 60 exposiciones, instalaciones, espectáculos y encuentros repartidos en 24 espacios. Cada sede se convierte en una isla temporal donde lo especulativo adquiere cuerpo y forma, invitando al público a desplazarse por la región como quien recorre una constelación de futuros posibles. El discurso curatorial no oculta su dimensión política, pues la bienal se plantea como un acto de resistencia frente a la saturación tecnológica, la ansiedad climática y la deriva hacia lo distópico que domina el imaginario contemporáneo. En palabras de Gilles Alvarez, “una bienal de arte digital debe ser crítica, pero también debe recordarnos que imaginar es un modo de supervivencia”.
La idea de las ilusiones recuperadas funciona como una declaración de intenciones, es decir, reivindicar la potencia de la ficción, de la utopía y de la creatividad en un momento en el que el realismo pesimista parece haber colonizado todo. La tecnología, en este contexto, no es un salvador ni un enemigo, sino un terreno donde ensayar nuevas formas de estar en el mundo.
Un mapa vivo de la creación digital
La muestra principal en el Centquatre-Paris reúne a artistas que investigan la relación entre naturaleza, tecnología y memoria desde lenguajes radicalmente distintos. Es un recorrido que va de lo monumental a lo microscópico, de lo orgánico a lo sintético, de lo documental a lo sensorial.
Entre los nombres destacados, Donatien Aubert explora los rastros y ruinas que dejará nuestra civilización; Mounir Ayache construye narrativas híbridas entre lo biológico y lo virtual; Libby Heaney trabaja con computación cuántica para imaginar nuevas estéticas de lo invisible; Markos Kay lleva lo generativo al límite de lo pictórico; Rachel Maclean despliega su imaginario pop en clave crítica; y el colectivo Obvious continúa tensionando la relación entre autoría y algoritmo.
A estos artistas se suman figuras clave del arte digital como David Rokeby, pionero del arte interactivo; Riccardo Giovinetto, con sus paisajes sonoros digitalmente expandidos; o Cecilie Waagner Falkenstrøm, que investiga la ética de las inteligencias artificiales. El resultado es un panorama que abarca desde el bioarte y la realidad aumentada hasta la música electrónica, la performance y las instalaciones inmersivas.
Pero quizá el aspecto más valioso de la bienal es su capacidad para generar contexto. No se trata solo de ver obras, sino de activar conversaciones. Con laboratorios, charlas, encuentros con científicos, filósofos, tecnólogos y activistas amplían el alcance del arte y lo conectan con problemáticas reales. En Némo, las obras no son objetos, son preguntas.
Cuando imaginar se vuelve urgente
La distribución de la bienal en 24 espacios crea una geografía alternativa de París. Centros culturales, instituciones públicas, salas de concierto, ciudades periféricas y espacios no convencionales se entrelazan en una red que convierte la región Île-de-France en un auténtico laboratorio de futuros. Recorrer Némo es desplazarse de un punto a otro de la ciudad siguiendo rutas que mezclan ficción, ciencia y memoria, pero también es desplazarse mentalmente, componiendo un relato propio, una cartografía íntima de ilusiones y posibilidades.
En un presente marcado por la crisis climática, la hiperconectividad y la pérdida de referentes, esta experiencia en red propone otra sensibilidad, una forma de presencia más lenta, más atenta, más capaz de mirar aquello que queda fuera del ruido. Frente a la distopía fácil, Némo reivindica una imaginación que no teme la complejidad; frente al progreso ciego, una tecnología puesta en cuestión; frente al desencanto, un lugar para las ilusiones entendidas no como engaño, sino como motor de pensamiento. Porque todo lo que hoy existe fue antes una imposibilidad, y en tiempos como los nuestros, imaginar no es un lujo, sino es una forma urgente de resistencia.
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