10.000 NOCHES EN NINGUNA PARTE

El director Ramón Salazar hipnotiza a la comunidad hipster con su tercera película

Quizá estamos tan acostumbrados a esas películas de usar y tirar, comedias de risa fácil o dramas de lágrima por segundo, que cuando nos sentamos ante una película de esas que poco a poco nos van tocando el corazón, lo más hondo, esa hebra de sentimiento que creíamos bien cosida a las demás, nos quedamos noqueados, descontrolados, desamparados y sin saber qué hacer. Ramón Salazar llega a nuestras pantallas con su tercer largo después de Piedras (2002) y 20 centímetros (2005). En esta ocasión nos presenta a ‘El Hijo’, personaje sin nombre (como casi todos) interpretado por el madrileño Andrés Gertrudix, que vive una vida totalmente tediosa y rutinaria en un Madrid que abusa de lo gris. Una vida que parece metódicamente organizada en torno a su trabajo y a la relación que mantiene con su inestable madre, Susi Sánchez, y su complicada hermana, Rut Santamaría, y que solo se torna en loca, arriesgada y sensitiva en el momento que Gertrudix viaja, no sabemos si de verdad o solo está en sus sueños, a un Berlín y a un París que le acogen con las mejores aventuras. En París descubrimos su lado más niño en su encuentro con una amiga de la infancia, Lola Dueñas. Momento en el cual observamos como nuestro prota se olvida de su temor por los recintos cerrados, que le ahogan y consumen, para descubrir los divertidos episodios que una ciudad adoquinada, romántica y de largos transbordos en metro tiene preparada para él. Por su parte, en Berlín se enfrenta a la represión que ha venido ejerciendo sobre sí mismo a lo largo de sus 27 años. Una represión de la que parece se libera gracias al amor poético y sexo libre que encuentra en Najwa Nimri, Paula Medina y Manuel Castillo. Nuevas experiencias con las que Gertrudix experimenta un vuelco a esa vida que creía bien atada y carente de cualquier ‘respiro’ previamente no preparado. Una cinta con la que el malagueño Salazar se sacude su lado más exóticamente pop de anteriores trabajos, ofreciéndonos una cuidada historia en la que las labores de fotografía (Miguel Ángel Amoedo y María Barroso) y un guion perfectamente elaborado, parecen bucear en el mejor Terrence Malick o en una reinventada Nouvelle Vague. Un drama que a veces bebe de la comedia, pero sigue siendo un drama en su origen, en la que sus personajes están perfectamente delineados como cicerones del protagonista, como guías artísticos, poéticos y oníricos de este ser incapaz para comunicarse, herido y cobarde ante una nueva vida que se le plantea excitante, pero frente a la que debe deshacerse de punzantes miedos del pasado, grises como el Madrid que se nos refleja. Una arriesgada película que enamorará a hipsters por su estructura no lineal y continuos y luminosos giros experimentales, que quizá cueste más digerir a aquellos amigos de lo mainstream; financiada sin ayudas de ningún tipo (como viene ocurriendo en los últimos tiempos); que da un nuevo paso hacia el modo de hacer cine, que desde hace unos años vienen planteando los directores más jóvenes; que le sirve a Salazar para certificar que gana enteros frente a sus colegas de profesión y a los magníficos Andrés Gertrudix, Lola Dueñas, Najwa Nimri y Susi Sánchez, para hacernos ver que el cine que se sale del molde sigue gustando, sigue removiendo conciencias, sigue despertando en el espectador esas ganas de consumir más experiencias que les sacudan de arriba a abajo y con ellos no vivir solo 10.000 noches en ninguna parte, sino toda la vida en constante huida del dolor y la represión establecida. YA EN CINES.

10.000 NOCHES EN NINGUNA PARTE

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