LA MELODÍA DE LA RABIA

Me encantaría empuñar un cetro de cinismo y ser moderno y mordaz, incluso frivolón y un pelo superhéroe, pero lo cierto es que la verdad que se esconde en este libro me ha desarmado por completo. Así me ha dejado: en pelota picada y despellejado, sintiendo el vendaval, expuesto. Hay que dejarse llevar, es una condición sin ecuanom. Si no, corres el riesgo de hacer lo que yo hago normalmente: reaccionar elevándome por encima de esa sensación incómoda con sorna y despechado (escondiendo la herida). Hoy no. Hoy confieso que me emocioné. Es mi pequeña manera de hacer justicia a esta maravilla rabiosa. Hay experiencias que merecen ser vividas e intentar atraparlas con palabras restan algo de su magia. Por eso es difícil hablar de este libro: porque es un libro que se lee y se vive, no se habla de él. “Deseo de ser punk”, de Belén Gopegui, (Anagrama) es un misil descarnado, inteligentísimo, de una fuerza y originalidad turbadoras escrito a bocanadas furiosas con un fresco, burbujeante y desprejuiciado sentido y talento de poesía canalla, contemporánea, urbana y carnal (en las antípodas del aburrido Sabina y compañía).

Su principal protagonista es la RABIA, la de una joven de dieciséis años que escribe un cuaderno cuyas páginas se empapan de la rabia de la música (Bonnie Rait, Extremoduro, Iggy Pop, AC/DC, Foo Fighters, Mott the Hoople, Bowie, Johnny Cash…), del malestar que nace de la imperecedera sensación de no pertenecer, de la angustia que provoca el querer y el llegar a ser, de escuchar tu nombre en boca de otros, de los “allá tú”, de la digitalización en 0s y 1s de la vida, de atreverte a pedir ayuda, de lidiar con el ego interno de una “jodida rockstar”, de las sonrisas a propósito de los héroes, de las heridas necesarias para poder vivir, de los sueños que se vacían como las botellas de whisky que no pueden rellenarse, de los vasos que se rompen y vuelves a pegar y vuelves a romper y a construir de nuevo. Es una confesión desesperada de la ira de no poder seguir pegando los trozos rotos por falta de sitio para el pegamento, de la impotencia, de las respuestas, de los gritos que abren cajones y sacan verdades hechas pedazos. Un homenaje al desencuentro que se encuentra, a los miedos que se forjan esperando sin poder hacer nada, a los golpes, las irresponsabilidades, las pruebas, las equivocaciones. Es un aullido, un relato afilado, destroyer, un altar a la sinceridad. Un homenaje a la música, a la inexperiencia, a los códigos, a las lágrimas, a los que saben preguntar, a los que resisten, a los que actúan, a los nombres que se caen al suelo y se recogen como proyectiles, a los rescatadores de náufragos. “Deseo de ser punk” es, en definitiva, un regalo para esa parte íntima de cada uno que tanto nos esforzamos en esconder (al menos yo): la que un personaje de este pequeño (sólo en longitud) milagro llama “la parte donde nunca nos abrazan”.

Hay algo de incomprensible en este libro, algo que se mete por debajo de la piel. Debe ser esa rabia, algunas veces desordenada: la rabia que encuentra su música y explota y permite que resistas, que no te hundas. Luego, de noche, probablemente solo, en una habitación silenciosa, cierras las páginas y te dejas ir. En tu cabeza resuenan frases y sensaciones: organiza, siente, grita, expresa, sueña, canta, actúa, bombea. Gimme danger, little stranger. He vuelto a escuchar a los Stooges. Ahora suenan distintos.