DYSTOPIA

Jamie Baldrige construye un mundo de juguete notablemente alejado de las tradicionales fábulas utópicas.
La Dystopia o distopía es la prima díscola de la utopía, su antítesis. Es, como ella, un futuro soñado, fabricado con un dramatismo de estética teatral y formas definidas. Pero, a diferencia de lo utópico, lo diatópico encierra un horror cargado de guasa.
El maestro de ceremonias que extiende sus brazos hacia el telón de terciopelo y exclama “et voilà!” es en esta ocasión Jamie Baldridge, un fotógrafo estadounidense que estudió teología y escritura creativa antes de inquietarnos narrando con imágenes mitos imposibles. Porque, tal y como describe sin complejos en su web oficial, sus trabajos son “raros, muy raros”.
En las obras que componen “Dystopia” vemos una conjugación de elementos naturales (ramas, pájaros, nubes, cuerpos desnudos) que se entremezclan de forma imprevisible y grotesca con objetos creados por el hombre: jaulas, muebles, aparatos mecánicos antiguos como teléfonos o metrónomos, cepos para ratones, hebras de hilo rojo.
Estos cuerpos concentrados, soberbios, castigados o atormentados, con una omnipresente carga simbólica en sus gestos y posturas, se enmarcan en escenarios lúgubres y se visten con ropa de casa de muñecas para dar como resultado un juego tan hipnótico como macabro. Semejantes estampas son en parte aclaradas por sus significativos títulos (“Confluencia de ideas arbitrarias”, “Esperando al martes” o “El nacimiento de la telepatía”), pero nunca del todo, porque una frase no puede explicar una Dystopia. Pero un ojo inquieto y que busque lo fascinante quizá sí. ¿Jugamos?

Jamie Baldridge. Dystopia.
Del 17 de septiembre al 31 de octubre.
Galería Cámara Oscura. Alameda 16, Madrid

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