DINÁMICA DE LOS CUERPOS ELÉCTRICOS DE JUAN SARDÁ
Resulta que conocí a Juan Sardá hace mucho y yo sin enterarme. Soy un zote para las presentaciones, mucho más si son de “mi época madrileña”. Así que leí su primera novela sin ser consciente de haber compartido tiempo con el autor en persona. Sabía que teníamos amigos en común pero hasta que un día no me lo dijo él, no caí en la cuenta de que habíamos ido juntos en grupo al cine. Vimos “Million Dollar Baby”, o semi-ví porque yo la película la recuerdo borrosa, líquida e insufrible (literalmente, imposible de sufrir más) debido a la jartada de kleenex que me pegué en su última media hora. No debí despedirme de él, porque recuerdo que me fui llorando Preciados abajo sin decir palabra, con la cabeza baja y el alma a la altura del asfalto y así estuve unas cuantas horas. Quizás días. No he podido volver a verla, por cierto. Luego el nombre de Juan ha salido en conversaciones aquí y allí en multitud de ocasiones. El mundo del cine en España no es demasiado amplio al fin y al cabo y él escribe semana sí semana también en las páginas de El Cultural de El Mundo acerca del arte y desarte del celuloide. Así que es normal que su nombre resuene en ciertos círculos.
Todo esto es un intento de presentación de la persona porque su puesta de largo como novelista viene de la mano de este “Dinámica de los cuerpos eléctricos”, publicada por Suma de Letras, un tour de force furioso y contemporáneo en el que Sardá realiza una radiografía en pelotas y carne viva del aspecto más doloroso del ser humano: su capacidad de amar. A otros y a sí mismo. O a sí mismo y a otros, lo que prefiráis.
Juan Sardá escribe con una rabia, desencanto, visceralidad y vitalidad incendiarias. Las letras no tienen relieve en esta novela, tienen garras propias y se te incrustan en la cara como ladillas (que, como todo el mundo sabe, son bichitos nacidos del deseo, como casi todo lo que acontece en este libro). Habla de ti, de mí, de él, de nuestra incomprensión, de nuestra intolerancia, de nuestro machismo, de nuestra crueldad, de nuestra soledad, de nuestra envidia, de nuestra humanidad. Te obliga a enfrentarte a todos aquellos sentimientos, que de tan sinceros e íntimos, no te atreverías a reconocer que tienes. Reconoce tu odio, tu necesidad, tu automachaque, tu crueldad y tu agonía. La disfraza de cinismo, de defensa, de daño y de traición, para luego desnudarla y convertirla en lo que es: miedo.
Sardá es un toca-cojones con estilo y talento, incómodo y entrometido. Como la buena literatura, te destripa sin darte opción a esconderte. No queda más remedio que rendirse a su falta de pudor, porque es la misma que tienes tú. Dicen por ahí que están todos los que fueron y los que son (convenientemente pseudonimizados). Algunos reconocibles, otros no. No lo sé y la verdad es que tampoco me interesa. Más allá de nombres y anécdotas, yo al cerrar el libro me quedo con la imagen de los labios del protagonista, en movimiento continuo. Lanzando misiles de expresión extirpados de la cabeza de un chaval impulsivo y bocazas, odioso y patético. Un muñeco asustado y solitario, rebelde, aterrado, doloroso. Imponiendo a ritmo de noche que le quieran. Y poder llegar a querer. Como todos, vamos.