El Último Vecino

La banda catalana lanzaba el pasado mes de marzo su segundo álbum de estudio, “Voces”

Que lo contemporáneo y concerniente a los nuevos tiempos es nuestro terreno de juego, sí. Que hay que vivir ávidos el presente y mirar hacia el futuro, también. Pero oye, que de recuerdos también vive el hombre. Y más todavía cuando embarcados en esa retrospección vuelven a salir a la palestra tesoros sin los cuales la sobrevalorada actualidad -que por cierto mañana ya será pasado-  no tendría sentido.

Si no con estas premisas, sí unas parecidas, los cocos de El Último Vecino -con Gerard Alegre Dòria a la cabeza- decidieron emprender un viaje de regreso a los ochenta para recordarle a las gentes de hoy el lugar donde radica el pop más resplandeciente. Ese que, desde unos sintes, unas teclas y las cuerdas habituales, logra transformar la estructura clásica en un pálpito electrónico de colores. De melodías pegajosas que dibujan puntos de luz sobre el negro, de instrumentación minimalista y sencilla pero certera, de una poética maravillosamente contenida tanto en  sonido como en lírica. Y así, exactamente así, es como la banda barcelonesa vuelve a poner en nuestras manos un puñado de nuevas canciones reunidas en un disco titulado Voces (Canadá/Club Social, 2016).

Se precipitan sugerentes por desfiladeros tecnológicos, más cercanos al vintage y lo analógico, que a la vanguardia. Y desde el corte que abre el disco, “Antes de conocerme”, hasta el que lo concluye, “La Selva”, consiguen retratar con elegancia las taras humanas que coleccionamos a base de protagonizar cientos de situaciones y relaciones interpersonales. “Eres para mí una especie de costumbre”, cantan en el cuarto tema de título similar. Y aunque se evidencian en todo el álbum las influencias de bandas como los Smiths, Golpes Bajos, The Cure, e incluso The Glove, no solo no sobran ni incomodan, sino que apetecen y reconfortan. Se convierten en ese hogar que habitamos muchos allá por los ochenta y primeros noventa, y cuya revisión siempre es una agradable vuelta a casa.

El Último Vecino

Fotos: Ahida Agirre

Hay tiempo en “Voces” para pasajes de calambre cinemático e hipnótico como “La noche interminable” y “Tu casa es mi coraza”. Para asentarse en la media luz y degustar el detallismo sónico de “Mi amiga salvaje”, que cuenta con una de las bases melódicas más adictiva. Para piezas más íntimas y directas como “Mi escriba”; para instantes marcianos de secuencias  in crescendo y dulces distorsiones en “La entera mitad” o para encuentros en fases pseudo psicodélicas de la mano de “Nubes grises”. Este segundo álbum de El Último Vecino, producido por el propio Gerard en compañía de Guille Mostaza, toma forma de caleidoscopio electropop con la lente puesta en otros tiempos, a partir de unos ojos que destilan una luz muy personal. Además, solo por sonar a lo que suenan, ya se configuran como un soplo de aire fresco en este presente. ¡Quién lo iba a decir!

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