Sexta y última entrega de la serie de reflexiones post-covid sobre arte y vida, tras más de un mes desde la desescalada conviviendo con la pandemia, con las restricciones y las prohibiciones. Cambios de paradigma. Immersión o emersión definitiva.
A lo largo de algo de seis semanas, se ha debatido sobre las implicaciones que supone vivir con la pandemia y sus posibles escenarios post-covid. Si algo tiene el arte es su capacidad de asimilar el momento, su espíritu crítico y su disposición para visibilizar las dificultades desde un espacio de libertad —o al menos eso nos pensamos—. Pero como cualquier otro sector, el mundo del arte depende de la economía, desgraciadamente motor de todo. Esa ortodoxia económica que está completamente integrada en nuestro pensamiento y responsable del desorden en el que nos encontramos. Las teorías económicas convencionales han actuado como una jaula, vetando una gama de ideas políticas progresistas tachándolas de inasequibles, contraproducentes, incompatibles con los mercados libres, etc. Peor que eso, la economía nos ha llevado, de manera sutil y engañosa, a internalizar un conjunto de valores y formas de ver el mundo que nos impide imaginar varias formas de cambio radical.
Foto Portada: Nalini Malani, Sita II (2006) © Fundació Joan Miró. Foto: Foto: David Campos
Pero, ¿existe una alternativa? La pandemia ha proporcionado las evidencias de que para abordar la emergencia climática, la creciente desigualdad y cualquier crisis emergente, se debe repensar la economía de arriba a abajo, cosa que los dirigentes mundiales parecen no estar dispuestos a hacer. Dicho de manera más positiva, ¿sería posible impulsar un cambio global post-covid, un cambio a esta fragilidad económica estructural en la que estamos sumergidos?
Dado que en esta situación muchas instituciones culturales, tanto grandes y pequeñas, están amenazadas, reconocemos que las organizaciones artísticas de diferente índole que pueden seguir operando son privilegiadas, especialmente a la luz de aquellas que se encuentran en situaciones precarias. Las invitadas de esta sexta y última entrega, desde su visión personal y desde su trabajo en instituciones artísticas completan este amalgama de visiones y consideraciones post-covid. Ellas son la jefa de exposiciones de la Fundación Joan Miró de Barcelona, Martina Millà y Hiuwai Chu, conservadora y comisaria del MACBA (Museu d’Art Contemporani de Barcelona).
Martina Millà
Ha habido muchas voces que han hablado del futuro durante y después de esta experiencia inédita que ha sido el confinamiento. Parte de la actividad cotidiana durante esas semanas fue seguir y leer esas voces, voces de autoridad, en su mayoría de grandes nombres de la intelectualidad de los circuitos consagrados, en su mayoría hombres con los que no me puedo identificar ni sintonizar, porque tan dispares son nuestras realidades. Y, sin embargo, atendíamos a estas voces a la búsqueda de un poco de claridad.
Recuerdo en particular una entrevista a Alexander Kluge para un medio argentino donde aludía a una nueva “hora cero”. Debo confesar que al final tanta voz acabo convirtiéndose en una densa amalgama discursiva y no quisiera añadir más densidad a la futurología. Está claro que pintan bastos. Además pertenezco a ese eslabón del mundo del arte que siempre ha intentado que la situación mejore para lxs artistas y demás profesionales, que desde la crisis de 2008 hemos sufrido el azote de los recortes y de la precariedad creciente, pero que poco hemos conseguido, porque desde nuestras categorías no tenemos el músculo para conseguir gran cosa. Me temo que seguiremos sufriendo en lo material. Por suerte, no es material todo lo que reluce.
Retrato de Martina Millà en una ofrenda a Sant Stomak en el estudio de Miralda y Montse Guillén. Foto: Blanca Pujals
Es muy difícil resetear, pero creo que, como sector, hemos aprendido mucho sobre nuestra propia vulnerabilidad e insignificancia. Somos magia pura, pero a casi nadie le interesan nuestros trucos y habilidades. A base de autoconsumo de nuestra propia magia, tal vez algún día desarrollemos una mutación transformativa para mejor. Algunxs ya están mutando y se están convirtiendo en seres extraordinarixs. A algunxs ya lxs has entrevistado. Pero, ¡cuánta indiferencia a esa magia! O, ¿tal vez siempre fue así? Magia e indiferencia conviviendo. Tal vez sea ese nuestro sino o nuestra fortuna.
La vuelta presencial ha sido muy desigual. Ha habido una aplicación de las medidas preventivas muy estricta para ciertos espacios y bastante laxa para otros. Restringir el aforo supone pérdidas económicas para los espacios que dependen de la venta de entradas. En Barcelona la desaparición del turismo ha supuesto un bache descomunal que dudo que el público local pueda allanar. Por otro lado, hay exposiciones que estaban pensadas para interactuar con lxs visitantes y que han quedado distorsionadas porque los dispositivos táctiles han tenido que ser retirados. Pero creo que las ganas de volver a visitar exposiciones permiten pasar por alto muchos de estos inconvenientes. En la mayoría de los casos, al visitar una muestra se apreciaba más un cambio interno (una percepción de las cosas alterada por las circunstancias) que cambios en los espacios expositivos. En su mayoría, estos últimos han sido cambios de señalización, la presencia de dispensadores de gel desinfectante y el uso de mascarillas, al que poco a poco nos vamos acostumbrando.
Recomendación. You Don’t Hear Me de Nalini Malani en la Fundació Joan Miró, Barcelona
You Don’t Hear Me (No Me Oyes) es una exposición que tenía que inaugurarse el 19 de marzo y que ha esperado, a oscuras y en silencio, la reapertura de la Fundació Joan Miró el día 19 de junio. Estos tres meses nos han permitido, al menos a los trabajadores de la Fundació que estuvimos involucrados en la organización de la exposición, convivir con el contenido de la muestra a distancia, casi telepáticamente. A pesar de lo raro de la situación, ha sido una experiencia misteriosa y agradable de ralentissement y disfrute que nuestros acelerados calendarios no nos acostumbran a permitir tenerlos.
Nalini Malani, Las cosas han cambiado, 2008. Teatro de sombras, 32 platos giratorios, pintura acrílica, tinta, 32 cilindros de Mylar pintados por el dorso, y pieza sonora interpretada por Alaknanda Samarth © Fundació Joan Miró. Foto: Tanit Plana
Nalini Malani, Las cosas han cambiado, 2008 y No me oyes, 2020 © Fundació Joan Miró. Foto: Tanit Plana
Como es una exposición que abarca varias temporalidades diferentes, algunas muy extensas, como las de los mitos antiguos, pero también la temporalidad de la propia artista, Nalini Malani, que ha tenido la suerte de poder desarrollar su carrera artística a lo largo de cinco décadas, poder tener una experiencia temporal como el frenazo por el confinamiento ha añadido una capa más al proyecto. Dicho esto, se trata de una exposición articulada en ámbitos inmersivos, en instalaciones, algunos de ellos con audios envolventes, y con al menos tres salas donde las imágenes están en movimiento. Estas características hacen que una visita presencial sea la manera óptima de adentrarse en la riquísima obra de Nalini Malani.
Nalini Malani, Objeto parcial, 2008. Políptico de 12 paneles. Cortesía Galerie Lelong & Co © Fundació Joan Miró. Foto: Tanit Plana
Nalini Malani, Objeto parcial, 2008. Políptico de 12 paneles. Cortesía Galerie Lelong & Co © Fundació Joan Miró. Foto: Tanit Plana
Nalini Malani, izq: Sita I (2006), Burger Collection, Hong Kong. Der: Sita II (2006), Cortesía Galerie Lelong & Co. Mylar pintado por el dorso con pintura acrílica, tinta y esmalte
Nalini Malani, Todo lo que imaginamos como luz, 2017. Once paneles pintados por el dorso con pintura acrílica. Burger Collection, Hong Kong © Fundació Joan Miró. Foto: Foto: David Campos
Nalini Malani, Todo lo que imaginamos como luz, 2017 (detalle). Burger Collection, Hong Kong © Fundació Joan Miró. Foto: Tanit Plana
Nalini Malani, Escuchar las sombras, 2007 (detalle) Cortesía de la artísta
Malani (nacida en Karachi, en 1946, un año antes de la partición de India y Pakistán y residente desde su infancia en Bombay/Mumbai) es una artista que ha experimentado siempre con diferentes soportes técnicos y tecnológicos. En su juventud, justo al salir de la escuela de bellas artes, fue una pionera de la animación y del cine experimental indios de modo que hasta en su obra más reciente ha seguido utilizado la imagen en movimiento. Las animaciones que viene realizando desde 2017 concluyen la exposición en una sala cacofónica donde Malani continúa denunciando y haciéndose escuchar. Para ella, llegar al máximo público posible ha sido siempre una prioridad, y es por ello que es tan activa en las redes sociales, desde las que cuelga este tipo de animaciones, elaboradas con su iPad.
La suya no es una exposición estática. Es una exposición que interpela a cada paso, con citas en las paredes de sus escritoras y pensadoras favoritas y con inquietantes dibujos murales hechos específicamente para este proyecto. Obras todas ellas que, a pesar de aludir a temas atemporales, también apuntan a la contemporaneidad de ciertos fenómenos y comportamientos humanos, absolutamente inhumanos, que no acabamos de resolver ni de desaprender. Can you hear me? (¿Puedes oirme?), que, en el caso de Malani, debería ir escrito en mayúsculas.
Nalini Malani, dibujando en los muros de la Fundació Joan Miró © Fundació Joan Miró. Foto: Tanit Plana
Nalini Malani, ¿Me oyes?, 2018-2020. Instalación audiovisual de animaciones en stop motion en siete canales, sonido. Cortesía de la artista © Fundació Joan Miró. Foto: Tanit Plana
Hiuwai Chu
Como en la mayoría de los sectores, la pandemia frenó de golpe muchas actividades en el mundo de arte: cierres de museos y galerías, cancelaciones de ferias de arte, bienales y conferencias, con mucha incertidumbre sobre cuándo y cómo se podrían reiniciar. Este parrón causó una producción frenética de ofertas virtuales: exposiciones y obras online, conferencias y performances en Zoom, conversaciones en Instagram live, salas virtuales de ferias, Tik Toks, etc.
Por una parte, fue muy potente ver la capacidad de reacción y el uso de la tecnología en su máxima expresión, pero a la vez, la sobresaturación de oferta fue agobiante y no siempre exitosa. ¡Parece paradójico, pero el confinamiento casi nos ha incrementado la sensación de FOMO —o miedo a perderse algo, del inglés Fear of Missing Out—!
De esta experiencia hiperconectada a Internet, tendremos que valorar lo que ha funcionado y lo que no. Aunque no creo que lo virtual sea una amenaza para sustituir lo presencial, hubo algunas actividades a las que asistí y que funcionaron muy bien, como las conferencias por Zoom que juntaron gente brillante de todas partes del mundo, y todo desde tu salón.
Retrato de Hiuwai Chu en el tunel de niebla del artista Olafur Eliasson
Sin duda el covid-19 no es un paréntesis. Tampoco creo que será un reset total, pero creo que lo que hemos vivido debería servir como una oportunidad de reflexión y aprendizaje. La pandemia ha evidenciado las grietas en el sistema, las desigualdades en la sociedad y la necesidad de solidaridad. Ha provocado un cambio de paradigma global que atraviesa países, sectores y economías. Nos ha hecho redefinir nuestros valores, cambiar las maneras de trabajar, entender la interdependencia de la población….
El arte tiene la potencia de articular estas preocupaciones para efectuar cambios reales. Un posible ejercicio que podría realizar el sector mismo, con sus profesionales e instituciones, sería ajustarnos a estos valores redefinidos o reafirmados y ser coherentes con las causas que apoyamos en nuestros programas. Pero el mundo de arte tiene sus incongruencias y en eso me incluyo también. Un ejemplo de ello es la ecología y sostenibilidad, temas estrella últimamente en este sector. Sin embargo, tanto las personas como las obras de arte, daban muchas vueltas por el mundo hasta el covid-19 pulsó la tecla de pausa. Son temas difíciles de conciliar en el sector, pero es nuestro deber intentarlo.
Mis primeras visitas a exposiciones después del confinamiento fueron un lujo porque había poca gente —¡cosa que espero que cambie!—. Trabando en una institución pública como el MACBA ya estábamos acostumbrados a tener en cuenta muchas normativas por motivos de seguridad, accesibilidad y responsabilidad civil: espacios mínimos de paso para silla de ruedas, altura de vitrinas, tamaño de letra, etc. Ahora con el covid-19 hay nuevos retos, como la convivencia de obras audiovisuales en la misma sala sin poder usar auriculares. Pero la verdad, no estoy muy preocupada en este sentido, creo que estas restricciones pueden ser imperceptibles si una exposición está bien planteada. Incluso se pueden impulsar maneras diferentes de hacer que sean mejores, fuera de lo habitual. Me preocupa más cómo “la nueva normalidad” post-covid afectará las actividades, cómo podremos juntarnos de nuevo para realizar talleres, conversaciones, performances, conciertos sin perder cualidades afectivas.
Recomendacion: Música Para Electroimanes de Diego Paonessa en la galería Ethall, Barcelona
Una de las primeras exposiciones que fui a ver con la desescalada fue Música Para Electroimanes de Diego Paonessa en Ethall. La exposición estaba inspirada en la composición Music for Pieces of Wood (1973) de Steve Reich, conocido por su contribución a la música minimalista y su aproximación sistemática de composición. Paonessa meticulosamente instaló unas maquinitas y las programó para ejecutar golpes en las vigas de madera según la partitura de Reich.
La generosa sala con techos altos se convertía en un instrumento en sí mismo y como espectador uno se encontraba literalmente dentro de la obra. La interpretación de la pieza llenó la sala con las reverberaciones de los golpes, a veces rítmicos, a veces más frenéticos, los cuales no solo se escuchaban sino que también se sentían. Aunque la exposición ha finalizado dejamos el video que han realizado y que en este caso da buena nota de la performance.
Diego Paonessa, Música Para Electroimanes. Vista instalación en el techo de la galería Ethall
En un lado de la sala, la única obra visible, PCB Partiture se desplegaba en una fila como un elegante trabajo de minimalismo. La pieza está compuesta por un conjunto de placas de resina con láminas de cobre. Usando un proceso químico sustractivo, partes de la lámina se han eliminado, dejando pequeños cuadritos de cobre que representan la partitura. Si uno se queda mirando las placas y escuchando atentamente, se puede seguir la composición a través los cuadritos, provocando una especie de estado meditativo. Acompañando la instalación había un poema escrito para la ocasión por Beatriz Escudero, quién contempla el silencio, el ruido, el sonido, Reich y fuerzas magnéticas en relación con la práctica de Diego Paonessa.
Diego Paonessa, PCB Partiture. Vista instalación en la galería Ethall