Jan Fabre:  “The man who bears the cross”

L’homme qui porte la croix (2015). Bronce y silicona. © Attilio Maranzano.

Jan Fabre hace tiempo que es una de las figuras centrales del contexto artístico belga. El interés y apoyo recibido le ha permitido realizar exposiciones en instancias de las más particulares, como la casa–museo del pintor simbolista Félicien Rops, ubicada en Namur. Una casa donde se alojó el mismísimo Charles Baudelaire, cuando enfurecido con su vida en París se refugió hacia 1860 en el lugar de nacimiento del ilustrador de “Las flores del mal”. Jan Fabre es a su vez dramaturgo y director teatral y fue en Brujas donde recientemente presentó su “Mount Olympus. To glorify the cult of tragedy”, una pieza de arte vivo de 24 hs de duración protagonizada por 27 performers. A su vez, realizó exposiciones internacionales en espacios no siempre abiertos al arte contemporáneo como el Museo del Louvre, donde presentó en 2008 “El arte de la metamorfosis” en distintas salas dedicadas a pintores flamencos, holandeses y alemanes. Episodios y acontecimientos de tales características, en el caso de Fabre, hacen que la frase “nadie es profeta en su tierra” se ajuste muy poco a la realidad. De todos sus proyectos el recientemente inaugurado “The man who bears the cross” asume otro tipo de reconocimiento y negociación, ya que se trata de una escultura de bronce de corte realista que Jan Fabre donó a la Catedral de Amberes (Cathedral of Our Lady), no sin antes una suerte de mediación mantenida entre los ejecutivos religiosos, el párroco y el propio artista. Bart Paepen, el párroco de la Catedral, presentó la pieza durante la rueda de prensa y habló con mucha soltura de porque era fundamental exponer arte contemporáneo en las iglesias y así retomar este tipo de diálogo con su audiencia. Y explicaba que todas las piezas que en este caso ocupan las paredes de la Catedral, en el momento de su incorporación mantenían un dialogo artístico y filosófico con su audiencia.

Jan Fabre:  “The man who bears the cross”

L’homme qui porte la croix (2015). Bronce y silicona. © Attilio Maranzano.

La pieza de Fabre, ubicada en el mismo recinto donde es posible ver el tríptico de Rubens “The Descent from the Cross” (1611 – 1614) en uno de los altares de la Catedral, lanza la pregunta sobre los posibles modos de relación y convivencia entre el arte y la iglesia. Pero lo hace no tanto desde la exaltación religiosa, el relato histórico o los modos de representación sino a través de la aventura de la fe. Tanto en el texto que acompaña al catálogo como en la presentación en sociedad, Bart Paepen señala que el interés en esta pieza radica en las preguntas que la alegoría de Fabre es capaz de activar. El hombre que vemos en la escultura, induce Paepen, cuyo rostro coincide con el del artista, es el rostro de un hombre casi sin atributos, ya que lo que nos presenta es un hombre que maneja con su mano derecha una cruz de cierto tamaño. La sujeta con gracia y dado la firmeza con la que lo hace no parece difícil dar con el equilibrio adecuado. Por ello es fácil pensar que en realidad se trata de una cruz cuya iglesia es tan leve como un fino listón de madera. Sin embargo, por más simple que resulte, el hombre de esta escultura utiliza su peso muscular y su concentración para dar con el equilibrio que le permita sujetar la cruz en una mano. Por ello, si seguimos las palabras del artista es fácil ver lo que señala: “sostener o no sostener la cruz es lo que me permite formular la pregunta sobre la fe”. “The man who bears the cross” enlaza con otros hombres de cualidades similares que Jan Fabre ha realizado como “The man writing on water” (2006) o “The man who cries and laughs” (2005), pero ninguno de ellos ha sido presentado por un párroco franciscano, instalado de manera permanente en una Catedral, un entorno donde el arte de nuestro tiempo tiene poco lugar.

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Jan Fabre:  “The man who bears the cross”

L’homme qui porte la croix (2015). Bronce y silicona. © Attilio Maranzano.

Jan Fabre:  “The man who bears the cross”

L’homme qui porte la croix (2015). Bronce y silicona. © Attilio Maranzano.