KELE, MIRANDO HACIA ATRÁS CON PEREZA

Estamos a principios del año 2000. La tensión premilenio ha devenido en una especie de desilusión colectiva mientras nos acostumbramos al cambio de dígito en el calendario y a la nueva moneda. Teníamos la esperanza de que algo también se transformara en nuestras vidas, pero vemos que todo sigue igual, que ni nos teletransportamos ni los coches flotan. Afortunadamente en la música sí que parece que ha habido cierta revolución. La electrónica se ha hecho humana y ha pasado de ser un bombardeo de tintes absurdos a algo más tangible y cercano. A fuerza de convivir con los hombres, las máquinas han empezado a adquirir rasgos antropomorfos y cierta sensibilidad. Con elementos electrónicos es posible hacer mucho más que techno. Un ejemplo es el nuevo disco de Kele, ‘Trick’ (Kobalt / Everlasting). Desde su inicio se percibe la búsqueda de esa relación entre la tecnología y el riego sanguíneo. Bases programadas que sirven de cama al repertorio vocal de Okereke que se abre con una referencia de influencia francesa en “First Impressions”, en diálogo con Yasmin Shahmir, y el breakbeat downtempo de de “Coasting”; mismo género, más ortodoxo en “Doubt”. Hacia la mitad del elepé, “Humour Me” te recuerda esos momentos en los que te mueves por inercia, agarrado a una copa, cuando ha pasado mucho tiempo desde el instante que te tenías que haber ido a casa, pero ahí sigues. En “Silver and Gold” tira de bases sincopadas para dibujar un cuadro patchwork. La sensibilidad que se espera de la voz de Kele se mantiene agazapada hasta “Stay in the Night”. Si alguien busca algún trazo de Bloc Party está en unos diez segundos de “Closer”, canción que comparte con Jodie Scantlebury. Parece que todo es una respuesta de Kele a un problema racial “harto de ser considerado una persona de raza negra que hace música para tipos de raza blanca”. Hasta aquí fantástico. Solo hay un pequeño inconveniente. Todo era una broma. No estamos en el años 2000, si no en 2014. Nos hemos hecho más cínicos, porque todas aquellas ilusiones han quedado en nada. De verdad, nadie siente la más mínima necesidad de volver a vivir todo aquello. Sí, éramos más jóvenes, pero ya lo hemos pasado. Venir de dar un aire fresco al pop británico, para encerrarte en esquemas con más de una década de antigüedad no es un paso incomprensible. Es un ejercicio innecesario. Porque ya sabemos que la realidad es más dura que nuestros sueños. Que cada vez viajamos más incómodos y los coches siguen arrastrándose por el suelo. Que las maravillas tecnológicas que se anunciaban se han quedado en unas gafas con pantallita. ¿A qué viene tratar de recordarlo?