‘Honeymoon’ es el retorno que todos estábamos esperando.
Cual estrella de Hollywood a las que tanto admira, los movimientos de Lana del Rey son seguidos con lupa por buena parte de los medios y, en especial, por sus seguidores. Al mismo tiempo que empezaba a generarse la rumorología alrededor de su misteriosa figura, se incrementaba su valor como producto comercial prefabricado, lo que provocó un aumento en las filas de sus detractores, aún sin haber oído una muestra de lo que ofrecía. Las dudas se deberían haber disipado con la aparición de los primeros singles de ‘Born to Die’, pero éstos no hicieron más que acrecentar la sospecha de que nos encontrábamos ante material diseñado en el despacho de algún jerifalte de La Industria ofrecido con un bonito y sensual envoltorio. El disco llegó y, ¡oh, sorpresa! El material era bueno. Muy bueno, incluso, y satisfacía con creces el hype generado. Pop comercial ultraproducido, sí, pero con mucha clase, estilo y una inmediatez que hacía escuchar el disco una y otra vez. El mundo cayó rendido a sus pies.
Por eso cuando en 2014, dos años después de su éxito, apareció su continuación ‘Ultraviolence’, las lupas se desenfundaron a velocidad de vértigo para analizar si lo de Lana era flor de un día. Esta vez la crítica no fue tan complaciente y no rindió pleitesías ante un álbum oscuro, más personal y en ocasiones difícilmente digerible en una primera escucha. Pero sus fans no se rindieron y más de un millón de ellos se hicieron con una copia del mismo. ¿Había fracasado Lana del Rey como muchos quisieron ver?
Y en esas llegamos a ‘Honeymoon’, tercera entrega de la neoyorquina. Y de nuevo, el análisis minucioso: había que comprobar si se confirmaba la caída del mito. Pero basta una única escucha a los catorce temas que componen el disco para darse cuenta de que la mejor Lana está de vuelta. Gran parte de culpa la tiene el haber seguido la clásica fórmula del “si algo está bien, para qué cambiarlo”, y por esta máxima repite con Rick Nowels y Kieron Menzies a la producción, como ya hizo en ‘Born to Die’. Aunque lo que de verdad importan es que Lana del Rey vuelve a su imaginario habitual. Nos habla de grandes coches en los que recorrer California, de fiestas en la playa a golpe de Tequila Sunrise, de las estrellas de la época dorada de Hollywood, de ese amor pasional y desgarrador que sólo puede acabar en desgracia. Y lo hace desde esa combinación de pop elegante con tintes de banda sonora que adapta a la época actual a base de loops trap (‘Freak’, ‘Art Deco’) que la sitúan más cerca de FKA Twigs que de otros productos mainstream.
El disco, como suele ser habitual en ella, es irregular y presenta altibajos, pero cuenta con la suficiente cantidad de canciones sobresalientes como para conseguir un digno resultado global. Los estribillos pegajosos del single ‘High by the Beach’ -100% Lana- y ‘Music to Watch Boys to’ deberían bastar para caer rendido de nuevo ante esa figura que parece vivir en un mundo paralelo. Un mundo atractivo que nos fascina y que ella nos acerca con familiaridad. Lana está de vuelta en buena forma, y así es como nos gusta.