Las leyes de la frontera es el nuevo film de Daniel Monzón que revive el cine quinqui. Una película de amor y persecuciones basada en la novela homónima de Javier Cercas, que retrata la delincuencia en los márgenes de la sociedad.
Las leyes de la frontera es el séptimo largometraje de Daniel Monzón, el cineasta vuelve a llevar a la gran pantalla el melodrama neorrealista, y lo hace de la mano de un triángulo amoroso adolescente en la España de finales de los setenta. Nacho, (Marcos Ruiz) es un joven introvertido cuya vida, da un giro de 360 grados al conocer a Zarco (Chechu Salgado) y Tere (Begoña Vargas) en unos recreativos de Girona. El relato es premonitorio, un chaval de clase media enamorado hasta las trancas de una quinqui, un tipo que decide cruzar la frontera, solo para estar más cerca de la mujer a la que se ha enganchado.
El director vuelve sobre el universo quinqui, con una historia que recuerda a las películas de Eloy de la Iglesia o Antonio de la Loma, y aun así muy diferente a todos esos films. Aunque Daniel Monzón expone la crudeza y el desamparo de los barrios que la sociedad olvidada, aquellas obras rozaban en ocasiones casi lo documental, con protagonistas que muchas veces eran los propios afectados, como José Luis Manzano, como El Pirri, porque la temática, a pesar de ser la misma, es diferente precisamente por el momento histórico en el que se graba.
La historia de amor es el corazón de Las leyes de la frontera, visceral y adrenalínica, pero también cargada de belleza y nostalgia.
Es cierto que el alma se asemeja a aquel subgénero, que alcanzó su máximo esplendor durante la Transición: jóvenes que viven deprisa y directores que cuentan la realidad de la marginalidad, de todos aquellos que se tiraban a la calle, porque en casa ya nada les quedaba. Sin dinero, sin recursos. La precariedad absoluta de la clase obrera, y la alternativa de robar para vivir, de drogarse para evadirse. De eso saben muy bien los personajes Tere y Zarco.
Pero aquí la historia la conduce un chico de clase media, que pone aún más en evidencia esa diferencia abismal entre clases sociales.
Las leyes de la frontera es una interpretación de la novela de Javier Cercas, es por encima de toda esa estética quinqui, una historia de amor, valiente, febril, cargada de inconvenientes, que refleja cómo el sentimiento sobrepasa cualquier barrera moral.
Cómo un tipo tímido y sin amigos, con una vida acomodada, encuentra el atractivo del comadreo en otro ambiente, en otros códigos, en otro universo donde el robo es el pan de cada día, donde todo merece la pena si después de cada palo hay un beso de recompensa.
Nacho, más conocido como “gafitas” es el claro protagonista, pero si hay alguien que deja fascinado al espectador esa es Tere, interpretada de manera sublime por Begoña Vargas. Una mujer que lucha por subsistir, cuya situación económica la ha forzado a experimentar una madurez acelerada. Un personaje que está siempre alerta y no se puede permitir el lujo de parar y reflexionar sus decisiones.
En el año 78, en el barrio chino de Girona no hay tiempo ni expectativas de futuro, porque todo aquel que nace en entre esas calles degradadas y polvorientas, asume la dificultad de escapar de ese agujero. No hay tiempo, porque una bala puede atravesarte en cualquier momento, por eso Tere no reprime jamás el impulso y actúa siempre sin rumiar el pensamiento.
La libertad pasa a ser lo más valioso y codiciado por el ser humano en el momento que se la juega, de ahí aquella mítica promesa: “Te lo juro por mi libertad”, que escupían los personajes de Deprisa, deprisa de Saura.
En Las leyes de la frontera vuelve el barrio como refugio, pero también como cárcel.
Por eso el dinero como sinónimo de libertad, porque la pobreza es estructural y sin dinero no se sale de las chabolas. Ahí lo entiendes todo, no hay nada que perder porque la vida ya está embarrada desde que el niño asoma la cabeza por el útero de la madre. Pero a veces aparece alguien que te hace la existencia más llevadera, aunque sea al borde del abismo.
Daniel Monzón captó a la perfección cada palabra de Javier Cercas, dando alma a todas y cada una de las escenas de la película bajo las canciones de la banda sevillana Derby Motoreta’s Burrito Kachimba, creando un universo sonoro que empasta a la perfección con el argumento, donde al final todo encaja y a la vez se diluye. Ahí radica el sentido, y este film está cargado de ello.