Lobsterie: amor en Chueca por el sándwich de bogavante

Qué cosas tiene la vida (gastronómica): el bogavante está de moda. No la langosta o las gambas plancha. No. El bogavante, servido en salones finolis o en formato más informal para mancharse las manos. Así lo entienden en la Lobsterie, que rinden pleitesía al crustáceo decápodo en el corazón del barrio de Chueca.

Arnaud Keres es el artífice del proyecto, que ocupa el local que antes fuera Barra Atlántica, en donde ya Keres trabajó. Un francés con acento gallego, nada menos. Aquel buen lugar de desembarco marisquero no cuajó y acabó por cerrar y desde aquí queremos animar al pueblo a que no suceda lo mismo con este nuevo lobster bar. Porque todos sabemos que hay locales que, por unas cosas o por otras, son gafe. Esperemos que Lobsterie gane el pulso.

Lobsterie: amor en Chueca por el sándwich de bogavanteLobsterie: amor en Chueca por el sándwich de bogavante

Lobsterie, por dentro y por fuera, mezcla aires de bar americano y bistró. Es sencillo pero vistoso, todo blanco, aunque tal vez pida algún elemento ornamental más que el bogavante dorado que sobrevuela la barra a modo de ultraligero mutante. El caso es que ahora también se abre a las comidas del mediodía, con menús diarios (25 euros) que intentan competir con la oferta de terrazas que con el buen tiempo suponen la rutina del barrio. Habrá que esperar. Por ahora, Lobsterie invita a dejarse arrastrar por su propuesta de ‘Manger et Boire’. Zampar y trasegar, para los no iniciados.

Lobsterie: amor en Chueca por el sándwich de bogavante

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Bo-ga-van-te. La carta de Lobsterie es directa, escueta, sin concesiones a otras tendencias ni gaitas en vinagre. Bogavante. Y algo más. Para empezar, la opción de unas ostras francesas (aliñadas como lo hacía la madre de Arnaud), de unas croquetas rellenas de más bogavante y de unos camarones que fríen en harina de garbanzos en plan cucurucho o tortillita de Caí. O de un plato de pescado raw según mercado.

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Pero aquí se viene a probar los sándwiches de mar, inspirados en los lobster bar parisinos. Eso sí, de gambas del sur, de buey gallego o de bogavante azul procedente de las lonjas de O Grove o Coruña. El rey de la casa, el magnífico lobster roll de Lobsterie, en dos antojos distintos: al estilo Connecticut, el único caliente, o al estilo Maine. Todos armados en un brioche dulce de la panadería Amasa. Tan adictivo que dan ganas de pedir mermelada y alargar el bocado hasta la merienda.

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Como guarnición de los rolls a la americana, una rica ensalada de col con su zanahoria y su mayonesa. Y, sobre todo, unas patatas fritas gloriosas, para comer a puñados. ¿Se puede ir a un restaurante con el único motivo de sus patatas fritas? Aquí se tiran diez horas para cortarlas y blanquearlas, para presentarlas con su piel y todo. La filosofía de Lobsterie es compartir hasta las migajas, pero por estas patatas puede llegarse a las manos.

Más bogavante: 600 gramos de ejemplar cortado en dos y pasado por la sartén en mantequilla como las brasseries bretañas y normandas. Para un festín total. Y para los menos fanáticos, el bocata de pulled pork, la excepción carnívora.

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Con los postres no quieren tampoco complicarse, así que de su repostería nos quedamos con una tarta de queso bastante intensa. Del bebercio destacan algunos vinos y champanes franceses. Pero ojito, cuidado, Lobsterie también se especializa en copeo, así que no hay que desestimar ningunos de sus cócteles clásicos (mojito, negroni, dry martini, old fashioned…), aunque si por alguna mezcla pasarán a la historia será por esa llamada LOVster, una original y sabrosa versión de un bloody mary con vodka, zumo de tomate especiado y bisque de bogavante. Su definitiva prueba (líquida) de amor al bicho en cuestión.

*Fotos: Miguel Á. Palomo y Lobsterie

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Lobsterie
Calle Gravina, 17, Madrid
Tel. 912 992 399
lobsterie.com

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