LOS AMANTES PASAJEROS

ALMODÓVAR Y SU TROUPE DIVIERTEN CON UNA ORGÍA CORAL

Bien es sabido por el público en general, que las películas de Pedro Almodóvar gustan y disgustan en la misma medida. No hay término medio. El manchego tiene ese don para escribir guiones tan magistrales como vulnerables frente a la crítica y además él lo sabe. Los que se decidan a embarcar en el vuelo de la compañía Península con destino México D.F., deben saber que viajarán hacia una comedia fácil de digerir, sin pretensiones y con el incentivo de un casting a la altura de las turbulencias. Una película, la número 19 de su filmografía, que rompe con la tradición tragicómica a la que nos tiene acostumbrados, y que trata de raspar una pizca de esa efervescencia, locura y sexualidad de sus comedias de los 80. Si hace 25 años que el manchego no nos permitía disfrutar de las risas en su ejercicio más puro, con Los Amantes Pasajeros lo intenta gracias a un grupo de actores que ya queda claro, se lo han pasado teta en el rodaje. Una química que no nos hace reír a mandíbula batiente, pero que hace que su ejecución sea un 2×2 son 4, gracias en parte a un guión que sin ser brillante, te hace olvidar la realidad durante 90 minutos.

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Una historia que nos acomoda en un avión con destino nowhere y que por una avería, hace que sus viajeros de clase business se desinhiban ante sus colegas de trayecto. A modo de las películas corales de Cukor o del ‘Grand Hotel’ de Edmund Goulding, con receso en alguna que otra cinta de esas que ponen de sobremesa, el grupo de actores lo lidera un trío impecable capaces de lo imposible, para que el resto del pasaje se olvide de la inminente catástrofe. A golpe de ese coctel molotov ‘dulzón con un puntito amargo’, que resulta de la mezcla de agua de Sevilla (muy ‘movida’ que no agitada) con mescalinas sacadas del ano de uno de los pasajeros, Carlos Areces, Raúl Arévalo y Javier Cámara se montan una coreo a lo ‘Pointer Sisters’ que ni Banderas, Abril y León al final de ‘Átame’ (salvando las distancias). Miguel Ángel Silvestre, Hugo Silva (que demuestran su talento para la comedia más allá de su fachón), Blanca Suárez, Willy Toledo y unos fantásticos Lola Dueñas, Antonio de la Torre y Cecilia Roth, lideran un pasaje variopinto que bien vale el dinero que pagues por tu billete. Almodóvar no trata de ser pretencioso, no quiere sentar cátedra, ni dar lecciones de nada, solo marcarse su particular screwball comedy formato pisto manchego. Un diagnóstico incisivo de la realidad que rodea a ese supuesto Aeropuerto de La Mancha y que en bucle sobre Toledo (¿Ohio?) reflexiona certero sobre las miserias e idiosincrasias de esa república bananera llamada ¿España?

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Una hora y media en la que se asoman Antonio Banderas y la Pe (en una escena que ni fu ni fa), Paz Vega (mutis por el foro) o una siempre desternillante Carmen Machi (¿acaso la nueva Chus Lampreave?) y en la que la ficción supera a las malversaciones, tráficos de influencias, sobres, corrupciones políticas, escuchas ilegales o cacerías más reales. Un despegue y aterrizaje que no te separa de la gran pantalla y que gracias a los acordes de las bossa novas de Alberto Iglesias, nos hacen girar y girar sobre esta cinta mecánica de la T4, en un bucle tan cómico como ‘ansiolitizado’. Una orgía coral en la que las felaciones, los ‘tracatrá’ del avión, las drogas, los chistes equívocos son orquestados bajo un look brillante y camp, que parece haber dejado atrás el granulado espíritu punk del director. Un Almodóvar que se inaugura en formato digital y que guiña sin parar a esa movida madrileña que queremos que vuelva tal cual. Un número de vodevil sencillo, divertido y sin querer aspirar a alta comedia, en lo que supone la peli más gay de la filmografía de Pedro. Una tripulación que se gana a un público con ganas de Almodóvar, al que no defrauda, pero tampoco quita la sed y en la que solo falta una Carmen Maura marcándose un gazpacho mientras el ‘trío dinámico’ excita al personal. ¡Volveos locas!

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