MUSEUM OF LOVE Foto: Timothy Saccenti

ARTE MODERNO

Es fácil imaginar la zozobra que recorre a los miembros de un grupo cuando el líder les espeta “chicos, tengo algo que deciros, lo nuestro ha estado bien, pero ha llegado el momento de que cada uno siga su camino”. “Querrás decir que ha llegado el momento de que tú sigas tu camino, canalla, ¿o es que conoces a muchos integrantes de grupos que no sean cantantes que hayan triunfado como solistas?”, es seguramente su primer pensamiento. A la mayoría les puede la presión y con suerte se dedican a escribir sus memorias en las que ponen a caldo a la estrella del grupo. Pero algunos aprietan los dientes y se unen a otros músicos para formar una banda (muy rara vez se lanzan en solitario) en plan David Grohl. A Pat Mahoney no debió de movérsele el tupé cuando James Murphy zanjó LCD Soundsystem. Él ya había llegado a esa formación desde Les Savy Fav, así que las mudanzas le resultan algo familiar. Esta le ha dejado al lado de Dennis McNany (Jee Day a los platos), un viejo amigo de DFA, junto al que ha formado Museum of Love y acaban de sacar su primer disco con mismo poético nombre. En ‘Museum of Love’ (DFA / [PIAS] Iberia & Latin América), el dúo elabora una obra de electrónica sensible pero rotunda, con tics de dos personas que llevan tiempo en segundo plano y que cuando les toca dar la cara mezclan riesgo con miedo. Y van de temas ortodoxos como “FATHER” a experimentos jazzy como “The Who’s Who of Who Cares” o las esencias pop de “And All The Winners”. El tipo de música que te preguntas si es de baile mientras involuntariamente meneas la cadera. McMany lo define bien: “Realmente es un disco muy poco DFA, no es estrictamente un disco de baile. Las referencias son muy amplias para tratar de que suene fresco”. Y efectivamente, es curioso que el sonido sea muchas veces más cercano a unos Pet Shop Boys de resaca que a LCD Soundsystem como en el autohomenaje “Learned Helplessness in Rats (Disco Drummer)”. Todo está hilvanado con un proceso digital que se teje en una malla analógica. “Componemos en el ordenador, pero en la grabación yo toco la batería y tenemos tipos que tocan los metales y otros las guitarras”, confiesa Mahoney. Es la unión que se aprecia en la caótica “The Large Glass” quizá el ejercicio de estilo más definido de todo el disco, la clásica canción que te preguntas cómo sonará en un concierto, pero que sabes que te dejará un pitido en el oído durante horas. Ese pitido que te dice que ha merecido la pena.