RADIOHEAD

THE KING OF LIMBS (XL, 2011)

Siempre que Radiohead genera una noticia, por muy insignificante que sea, se produce un revuelo mareante. En la era de la saturación informativa, esto se multiplica por mil, y si a eso añadimos que se trata de un lanzamiento discográfico inesperado, entonces ya es el acabose. De las cenizas de aquel “In Rainbows” surge este corto nuevo trabajo de la banda de Oxford: “The King of Limbs”. Es conocido que desde hace mucho tiempo, Thom Yorke y los suyos quieren desmarcarse del formato clásico de edición discográfica, además, su predisposición cada vez más obsesiva por innovar les está obligando a subir un peldaño siempre que se disponen a publicar nuevos temas. Esta característica perfeccionista puede ser un arma de doble filo cuando los momentos más inspirados de un grupo de creadores ha pasado. La lucha incesante contra las cualidades más excelsas de cada uno, normalmente bloquean el libre fluir de la naturalidad. En cambio “los ángeles de la desolación” siguen a lo suyo, lo cual, sea dicho de paso, es muy elogiable y admirable.

Los chicos de Radiohead hace mucho que se evaporaron del mundo real, están en otra liga, en ella sólo existe un competidor, ellos mismos. Desde la era de “OK Computer”, por mucho que odios, recelos y voces se sumen para intentar infravalorar su obra, el legado de estos “outsiders” es inabarcable. Su importancia capital en el rock moderno es incuestionable. Por eso, han surgido precipitadas reflexiones en ese querer ser el “primero” dentro de una “carrera de camellos” más digna de una tómbola de feria, que de prensa musical especializada y seria. La tendencia a tirar por los suelos la obra de cualquier artista, y más si está consagrada, refleja una carencia total de objetividad y sentido común. “The King of Limbs” más que un álbum al uso, se asemeja a un ep en contenido y duración (inteligente propuesta). Lo bueno, si breve, dos veces bueno. El peligro, en cambio, aparece cuando pretendemos hacer de ese discurso un hito, algo grandioso. Hay un hecho evidente: no existe evolución alguna en este álbum. Ni tampoco la había en “In Rainbows”, y si me apuran ni en “Hail to the Thief”. El único giro de tuerca llevado a cabo con éxito en estos años, fue el del disco en solitario de Thom Yorke: “The Eraser” (XL, 2006). Sin duda, en este nuevo trabajo, se intuye el peso de esa obra. Además existe una sensación de leve dejadez y de falta de ideas (premeditada o no) a lo largo de todo el álbum, que puede hasta enganchar, aunque si bien seguramente resulte cansina para más de uno.

El comienzo es prometedor, florece con “Bloom”, ese tono de sintonía de informativo, se abre paso entre beats y loops trabados y genera la melodía justo cuando aparece la voz de Yorke. Un tema que avisa por donde van los tiros. La temática de la casa: agobio existencial. Le sigue “Morning Mr. Magpie”, con ese transfondo “beatle” y psicodélico que funciona, aunque su letra, aparentemente, aporta poco. Una de las más accesibles del lote es “Little by little”, de las pocas en que se atisba el sonido de las guitarras de Johnny Greenwood, más ocupado que de costumbre, en crear atmósferas y manipular sus enrevesados artilugios. La desquiciante y esquizofrénica, “Feral”, que está llena de balbuceos y de una constante e incesante batería “nerviosa”, precede al primer single: “Lotus Flower”. La flor de loto es uno de los mejores sencillos que ha sacado Radiohead en años, con un vídeo que en su intención de crear vanguardia – esa “coreografía” roza el ridículo- produce el efecto contrario, la risa, aunque no la indiferencia, y establece un poder visual que atrapa al espectador. Misión cumplida. El piano de “Codex” parece sacado de la era de “Amnesiac”, bucólica y espacial, es uno de los mejores momentos del disco. Entrados en la introspección sonora, “Give Up the Ghost” se convierte en la perfecta continuación de la anterior, aunque termina por hacerse un tanto larga y nos quedamos con la sensación de que nada ha sucedido. Así, de un soplido, llegamos al final de “The King of Limbs”. “Separator” echa el cierre de una manera más orgánica, un tema inteligente aunque correcto, que desprende una desgana y apatía sonora que puede colmar la paciencia de más de un oyente.





En definitiva, si no fuese porque Radiohead han considerado que esta colección de canciones se publique como álbum, podríamos pensar que se trata de una compilación de caras b, más o menos desafortunadas. Todo esto equivale a decir que en su universo particular se trata de un disco bueno, ni notable ni sobresaliente. El siete se lo damos si miramos al resto de perseguidores que hay siempre tras ellos, ahí es donde vuelven a sacar pecho, aunque en esta ocasión ganan por los pelos.