RUFUS T. FIREFLYLA BELLEZA DE UN FRACTAL

Basta con escuchar los primeros minutos de “El problemático Winston Smith” para dejarse atrapar irremediablemente por el magnetismo que irradia “Nueve” (LagoNaranja, 2014), la última entrega de Rufus T. Firefly. Y es que si algo caracteriza al universo sonoro de los de Aranjuez es su capacidad para crear atmósferas envolventes que invitan a todo el que las oye a acomodarse dentro y dejarse llevar. En este último disco, cuyo nombre apela a los años de trayectoria de la banda, dicho universo se reconstruye desde los cimientos, partiendo de un nuevo enfoque que demuestra la ausencia de complejos y miedos, y un admirable carácter innovador. En una constante búsqueda de lo esencial, este nuevo sonido consigue desprenderse de artificios vacíos y egoístas virtuosismos para darle protagonismo al componente más orgánico de su música, ese que se compone de pequeños fragmentos que, como si de ecuaciones fractales se tratara -la portada esconde más de lo que aparenta en realidad-, se repiten una y otra vez para construir estructuras monumentales pero, paradójicamente, sencillas.

RUFUS T. FIREFLYFoto: Iris Banegas

Estos fractales se encarnan en las melodías lanzadas por los teclados de Alberto Rey y las guitarras de Carlos Campos, que se sustentan sin peligro sobre el andamio sónico que establece la sección rítmica del grupo, con Sara Oliveira al bajo y una Julia Martín-Maestro en absoluto estado de gracia a la batería, capaz de afrontar los ritmos más complejos y demoledores. Y por encima de esta estructura sobrevuela la voz de Víctor Cabezuelo, en ocasiones quejumbrosa, en ocasiones desgarradora, pero siempre con una sinceridad propia del que canta sobre sus propias emociones, esas que nos hablan del paso del tiempo, la redención o la pena. Este nuevo enfoque, como cualquier aspecto en la música de Rufus T. Firefly, no es fruto de la casualidad, y mucho menos de una inclinación tendenciosa, sino de la inteligencia demostrada por la banda y el excelente trabajo de su productor, Manuel Cabezalí (Havalina), con el que repiten después del satisfactorio resultado que consiguió con su anterior trabajo, ø (LagoNaranja, 2013). Cabezalí, convertido por méritos propios en sacrosanto productor del underground patrio, ha sabido extraer el núcleo de las canciones y sacarlo a la luz, equilibrando cada sonido, cada mínimo detalle, hasta conseguir un pulcro resultado.

RUFUS T. FIREFLY

El haber logrado definir un sonido tan individual no implica que los pilares fundamentales en los que se basa Rufus T. Firefly hayan desaparecido de sus canciones. Así, la delicadeza de “Lie E8”, con reminiscencias de los Piratas de Ultrasónica encuentra su contrapunto en la energía “vetustiana” de “Nueve”, y en la épica de estadio de “Pompeya”, que podrían firmar Muse con pasmosa tranquilidad. Otros protagonistas, como Standstill o Morrissey, incluso se hacen explícitos en las letras de “Metrópolis” y “Demerol y piedras”, respectivamente. Mientras tanto, por encima, Radiohead lo vigila todo. “Ya puedes soltarte el miedo”, canta Víctor Cabezuelo en “El problemático Winston Smith”. Con “Nueve” Rufus T. Firefly nos demuestran que ellos lo soltaron hace tiempo.