Solange Knowles ocupa su lugar

La cantante regresa con “A Seat At The Table”, su nuevo trabajo acerca del sentir afroamericano

Después de ocho años sin editar ningún trabajo de larga duración (sólo interrumpido por aquel virtuoso EP llamado “True” de 2013), Solange regresa con “A Seat At The Table”, el golpe en la mesa que la cantante necesitaba para reafirmarse como mujer, como artista y como afroamericana. 21 tracks cortados transversalmente por ocho interludios que sitúa social, política e históricamente a toda una comunidad. Puro r&b, puro soul y puro black sound.

A veces a susurros y otras instando a la acción, Solange llama a los suyos a reclamar su sitio: Desde la sutileza de “Don’t Touch My Hair” y el microracismo existente en torno al pelo afro a ese himno en pos del empoderamiento de la comunidad negra que es “F.U.B.U”. “Now, we come here as serves but we going out as royalty” reza “Closing: The Chosen One”, el punto y final del disco.

Aunque el álbum decae hacia la segunda mitad tras un arranque luminoso con temas como “Rise”o “Weary”, la texana se sirve de estribillos y estrofas contundentes para reforzar el tramo final: “Don’t want to do the dishes. Just want to eat the food” exclama en la animada “Junie”. Mientras tanto, en la atmosférica “Don’t Wish Me Well” nos recuerda que cuando nos vayamos, más allá de nuestro nombre, sólo quedarán cenizas. Por eso temas como “Borderline (An Ode to Self Care)” suenan como un cántico a favor de la libertad de ser uno mismo, sin límites.

Pero en los 51 minutos de duración de “A Seat At The Table” también hay tiempo para repasar su carrera y callar a aquellos que esperaban de ella algo que no es (“Don’t you wait”) y traer al presente momentos traumáticos del pasado (“Where Do We Go”). Especial mención a “Cranes in the Sky”, probablemente la canción más redonda de todo el álbum a base de ritmos de batería y un bajo potente.

En su propio viaje del héroe se acompaña de colaboraciones de nivel, como la imprescindible presencia del rapero Shampa en “Don’t Touch My Hair’, de la energizante voz de Lil Wayne en “Mad” o junto a Kelela en ese auténtico ejercicio de compenetración vocal que es “Scales”. También aparecerán otras figuras clave en la vida de la artista en forma de testimonio, como son su padre Matthew Knowles, su madre Tina,  y viejas amistades como Kelly Rowland o el omnipresente Master P., auténtico hilo conductor de todo el LP.

La texana se está tomando su carrera discográfica con una calma medida. Su último disco se cuela entre los nuevos sonidos del año como un adolescente callado que decide por primera vez tomar la palabra en una reunión familiar. Solange se sienta a la mesa, en su propia silla. Y al margen de eternas comparaciones innecesarias desde el principio con su hermana mayor, Beyoncé, ha creado en “A Seat At The Table” el que es probablemente su proyecto más cuidado y personal, el que habla, por fin, de quién es Solange Knowles.