Sónar, superándose un año más

Crónica de Sónar 2016, por nuestra colaboradora Virginia Arroyo

El de este año ha sido posiblemente uno de los mejores Sónar que recuerdo. Y ya sé que lo digo cada año (es uno de los puntos positivos de este festival: que cada año sales más feliz que el anterior), pero este año podría ser cierto. De verdad.

Conciertos como el de Ata Kak favorecieron esa sonrisa de oreja a oreja, con el ghanés contagiando su energía a todo el SonarVillage el viernes mientras rapeaba sobre ritmos que oscilaban entre el boogie y el funk. Ata Kak multiplicaba así la senda ya iniciada un par de horas antes en el mismo escenario por El Guincho, que muy apropiadamente pareció invocar con “Bombay” un breve monzón que provocó espantada hacia las zonas cubiertas. Y es que la lluvia fue una de las grandes protagonistas de este Sónar, ya fuera en esta breve aparición el viernes o en el tormentón que volvió tarea imposible acercarse al Sónar de Día el sábado.

Sónar, superándose un año más

Ata Kak. Foto: Bianca Devilar

El único día que la lluvia dio una tregua prolongada fue el inaugural, cuando pudimos disfrutar del sol en el Village mientras bailábamos los ritmos UK de Lady Leshurr, gozábamos con el Chicago house de una Black Madonna que lo dio todo y nos dejábamos embelesar por el pop electrónico con tintes thomyorkianos de Bob Moses. Kelela fue el necesario interludio entre tanta luminosidad, tanto literal como musical. La americana de raíces etíopes presentaba con el EP “Hallucinogen” y su álbum debut “Cut 4 me” un r’n’b atercipopelado y futurista cuya sobria puesta en escena potenciaba la sensualidad de los temas en el íntimo SonarHall. Algo menos redondo fue el directo de Jamie Woon en el SonarComplex, cuyo micro le boicoteó el inicio del concierto. No obstante, las fantásticas “Sharpness” y “Night air” nos hicieron olvidar esos pequeños fallos técnicos iniciales.

Sónar, superándose un año más

El Guincho. Foto: Ariel Martini

La tarde del viernes destacaron, además de Ata Kak y El Guincho, otros dos conciertos de corte mucho más cerebral. El primero fue la presentación de The Nøtel, el espectáculo conjunto en el que Kode9 tiraba en directo samplers mientras Lawrence Lek pilotaba un dron en una especie de videojuego musicado que quedó descafeinado tanto en la parte gráfica como en la musical. Por suerte, el escocés pudo resarcirse horas más tarde en el recinto de la Fira con un set cargado de nocturnidad, alevosía y músculo, en el que se permitió algún que otro guiño al house más clásico, como colar un sampler de “She’s homeless” y quedarse tan ancho. El otro concierto esperadísimo indoor del viernes por la tarde era el de Niño de Elche y los Voluble, que no decepcionaron, con un show que, pese a su a su fuerte contenido político, no cayó en la tentación de relegar lo musical a un segundo plano.

Sónar, superándose un año más

Anohni. Foto: Ariel Martini

Tampoco lo hizo ANOHNI, cuya sobrecogedora voz reivindicaba, bajo un burka negro, a todas las mujeres y a todos los “invisibles”, repasando los temas de su último álbum “Hopelessness”. La noche del viernes todavía reservaba un momento de paz absoluta de la mano de James Blake, que enamoró con su directo en formato trío y sus bajos gordísimos reverberando en la caja torácica del público. Algunos desalmados, no obstante, se pusieron a hablar durante “I need a forest”, pero por suerte (para ellos) una migración bastante generalizada hacia Flume les salvó el pescuezo. Unirme al poco rato a esta migración fue una decisión que me partió el corazón, pero que respondía al más estricto raciocinio: mientras que al británico lo solemos tener por España a menudo, el australiano aún no había pisado nuestro país, y vete a saber cuándo vuelve. Así que hacia allá fuimos y esperemos que el de Sidney vuelva pronto, porque el suyo fue uno de los mejores conciertos de este Sónar, en el que encontró el equilibrio perfecto entre sus últimos temas de carácter más pop y el r’n’b quebradizo de sus anteriores producciones. “Drop the game” y su esperadísimo remix de “You and me” de Disclosure fueron el broche perfecto para un concierto que unos cuantos acabamos con la frase “córtame la pulserita, que ya me puedo ir feliz”.

Sónar, superándose un año más

Flume. Foto: Leaf Hopper

Pero menos mal que no lo hicimos, porque aún quedaban muchas perlas por bailar y por descubrir en lo que quedaba de Sónar. Algunos ya eran de esperar: New Order, que pusieron en pie a todo el SonarClub especialmente con el combo ganador final, “Blue Monday” + “Love will tear us apart”, con visuales de la cara de Ian Curtis arrancando lágrimas de los fans intensos. Que Booka Shade lo iban a petar fuerte también era de perogrullo: su tributo de décimo aniversario a “Movements” tenía todos los números para ser una auténtica gozada, y más, acompañado de esos visuales tan ochenteros. Y lo fue, y repartieron mucha más chicha de la que esperaba, aunque no tanta como Eats Everything, que les siguió con una sesión llenita de esteroides, un poco “too much” en ocasiones. Así que tocaba migrar hacia el SonarPub, donde un par de horas antes habíamos descubierto al imperdible Kaytranada (apúntenlo en la agenda) y habíamos vibrado con los primeros minutos de fiestón grime de Skepta. Ahora era el turno de DJ Craze, un nicaragüense afincado en Miami que sabe deslumblar como nadie con sus dotes de turntablista de pedigrí. Cachondeo y beats por doquier como calentamiento para Boys Noize, que presentaba su cuarto álbum “Mayday” en un live en el que tuvimos trucha, lásers y zapatilla a mansalva.

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New Order. Foto: Ariel Martini

¿Lo único malo de esta edición? No poder ver amanecer con Laurent Garnier. La elección de transformar el SonarCar en un club cerrado “à la Despacio” sonaba prometedora pero a la práctica generó muchas colas para poder disfrutar de los sets de 7 horas de Four Tet y Laurent Garnier, y nos privó de bailar “Crispy bacon” mientras el sol asomaba por el horizonte. Una minucia si tenemos en cuenta que, como decíamos, esta ha sido la mejor edición de Sónar hasta la fecha. Como cada año.