THE KILLER INSIDE ME

EL BUEN VECINITO QUE SIEMPRE SALUDA

Con cada nueva película, Michael Winterbottom se va convirtiendo en un cineasta camaleónico que sabe adaptarse a las necesidades de la historia que cuenta, sin importarle si se trata de un filme clásico o moderno, de época o contemporáneo, de denuncia o solidario, de género o absolutamente personal o todo a la vez. En “El asesino dentro de mí” (2010, The Killer Inside Me) adapta una novela de Jim Thompson, autor de novela negra cuyos textos han sido adaptados a la gran pantalla por cineastas como Stanley Kubrick, Sam Peckinpah, Bertrand Tavernier, James Foley o Stephen Friers, y de quien ya se adaptara anteriormente esta misma novela en una película de 1976, por Burt Kennedy. En su adaptación, Winterbottom decide ponerse del lado del chico malo, pero no para defenderle o comprenderle, sino para ver las cosas desde su punto de vista.

THE KILLER INSIDE ME

Aunque pueda parecer que algún flashback delata una posible respuesta o explicación al comportamiento de Lou Ford (Casey Affleck), lo cierto es que ese sutil plano en el que aparece un ejemplar de La Sagrada Biblia, al lado de un libro de psicoanálisis de Sigmund Freud, me lleva a pensar que la respuesta es tan obvia como que no hay explicación lógica. Nos encontramos ante un caso de persona malvada, en la línea del drugo Álex de La naranja mecánica (A Clockwork Orange, Stanley Kubrick) —otro cineasta camaleónico—, que lleva a cabo un peregrino plan para consumar una venganza personal, a costa de sus seres queridos: su novia y su amante. El asesino dentro de Lou Ford está muy ligado a sus impulsos sexuales. Unos impulsos que permanecían aletargados en su subconsciente, hasta el momento en que Joyce Lakeland (Jessica Alba), los despierta, inconscientemente. Catálogo perverso del sádico pueblerino, Lou Ford proyecta una pulcra imagen a sus vecinos, mientras que en la intimidad se muestra el más despiadado de los seres humanos, más cerca del sociópata que del psicópata.

THE KILLER INSIDE ME

Aunque por momentos pudiera parecer que la adaptación es demasiado clásica, lo cierto es que cuando parece que la historia se torna previsible, siempre acaba dando un giro para sorprender al espectador, llevándole por un camino que no tenía previsto. Lástima que el giro final, la mismísima conclusión de la película, se desarrolle de una manera tan torpe, empañando un filme impecable hasta ese momento, en un intento de crear un clímax poético que no hace más que resaltar la incapacidad para resolver la historia sin recurrir a los tópicos habituales, evidenciando que no pudo alcanzar el nivel metafórico que, por ejemplo, David Lynch planteaba en Carretera perdida (Lost Highway, 1997). Parafraseando al agente especial Cooper, si no existen las malas casualidades, no debe ser casual entonces encontrar en la misma película varios elementos comunes a la filmografía de David Lynch, como el fragmento de Im Abendrot, que Lynch utilizara en Corazón salvaje (Wild at Heart, 1990), o una imagen tan recurrente como la del fuego, no sólo en la misma película, sino en casi toda su filmografía, además de la presencia de un actor com Bill Pullman, que interpretara en Carretera perdida (Lost Highway, 1997) otro personaje con asesino dentro de sí. Lo que me lleva a determinar que la influencia que ejerce el cineasta de Missoula no sólo es evidente, sino demasiado pesada.