VALOR DE LEY

LOS COEN EN EL SALVAJE OESTE

Habiendo dado sus primeros pasos en el cine independiente y a pesar de haber logrado el reconocimiento de público y crítica, los hermanos Coen parecen anhelar, en lo más profundo de su ser, pertenecer al mayoritario grupo de cineastas absorbidos por el mainstream, que realizan carísimas superproducciones y buscan el reconocimiento en forma de premio. Oscar, a ser posible. Joel y Ethan Coen se convierten, en sus inicios, en los máximos representantes del cine independiente americano con una brillante carrera artística y comercial ascendente desde Sangre Fácil (Blood simple, 1984) hasta El Gran Lebowski (The big Lebowski, 1998), pasando por filmes brillantes que rozan el éxtasis y el arrebatamiento como Muerte entre las flores (Miller’s crossing, 1990) y Barton Fink (1991). Totalmente aceptados por público y crítica, el único coqueteo con el cine industrial se materializa en un filme atractivo, aunque frustrado, como fuera El Gran Salto (The Hudsucker Proxy, 1994), pero el inicio de su colaboración con George Cloony parece sofocar tan respetable trayectoria que no parece recuperarse del todo ni con No es País para Viejos (No country for old men, 2007), ni a pesar de Quemar Después de Leer (Burn after reading, 2008).

VALOR DE LEY

Diez años separan The Big Lebowsky de True Grit. Dos películas no sólo unidas por el mismo actor protagonista, sino (me atrevo a afirmar) por el mismo personaje, pues pareciera que Jeff Bridges hace una versión del Notas (Dude en su versión original), para esta nueva lectura que los hermanos Coen hacen sobre la novela de Charlis Portis, que no sobre la película de 1699, dirigida por Henry Hathaway y protagonizada por John Wayne. Mi pregunta es ¿era necesaria? ¿Qué nos quieren contar los Coen con esta película? ¿Por qué ahora? Por muy bien que esté la interpretación de Hailee Steinfeld —que lo está—, no me interesan ni los motivos por los que han asesinado a su padre ni que encuentre al desgraciado que lo mató. Ni si se enamora de LaBoeuf —insoportable Matt Damon—, ni porqué duerme dentro de un ataúd. Tan sólo hay una cosa que me preocupa de “True Grit”, y no son sus nueve nominaciones al Oscar, que se quedaron en eso: nominaciones. Aparte de la espléndida fotografía de Roger Deakins, lo único que considero merecedor de un Oscar en toda la película, y la constatación del cansancio creativo de Carter Burwell, compositor habitual de los Coen que parece recurrir a restos de bandas sonoras anteriores para completar esta, además de la inspiración, por no llamarlo otra cosa, de la banda sonora de La Noche del Cazador (The night of the hunter, 1955, Charles Laughton), lo que más me llama la atención de True Grit es la inclinación política que se desprende de su mensaje. Si en casos anteriores nunca he tenido la impresión de que el cine de los Coen fuera político, más bien todo lo contrario, en este caso me sorprende esta republicana, tradicional y, sobre todo, antigua defensa que parece interpretarse en favor por el ojo por ojo, diente por diente. Si no se le puede juzgar, se le ejecuta y punto. Y que viva la democracia del salvaje Oeste. ¿Estarán a favor de la vuelta al ruedo político del inefable George Bush?