Cannes 69: Las laureadas

Primera crónica de Carmen Cocina donde nos habla sobre las pelis premiadas en la 69ª edición del festival

Otorgar el premio principal a la candidata del director que más veces ha competido en la sección oficial a lo largo de la historia del festival era una baza segura. Eso, al menos, debió de pensar el jurado presidido por el australiano George Miller. Solo así puede entenderse que una película tan convencional como “I, Daniel Blake” (correcta, pero poco más) le reportara a Ken Loach su segunda Palma de Oro en Cannes. Era la culminación de los desatinos de un jurado tan variopinto (el adrenalínico Miller, el existencialista Arnaud Desplechin, la millenial pop Kirsten Dunst, el torturado László Nemes, el poliédrico Mads Mikkelsen, la insípida Valeria Golino, la chovinista Katayoon Shahabi, el mainstream de vieja escuela de Donald Shutterland y la relativa outsider Vanessa Paradis) como, por esa razón, condenado a no entenderse. Y si poco quisieron airear sus plausibles desavenencias (George Miller alegó que “había muchas películas y sólo podían dar ocho premios”), sí fue patente el descontento de los periodistas asistentes al festival, que, cosa insólita, llegaron a abuchear al jurado en la conferencia de prensa del palmarés. La subjetividad, ya se sabe.

No obstante, si una ventaja tiene el paso del tiempo es la posibilidad de situar cada cosa en su contexto. Por eso, escribir esta crónica una vez pasado el furor de los vítores y los aplausos permite no ya comparar los propios juicios con los del jurado de turno (cosa poco deseable), pero sí apreciar el valor de cada película en el marco que forma con sus competidoras y atemperar posibles entusiasmos que quizás habrían sido demasiado tempranos (y demasiado entusiastas, valga la redundancia) desposeídos de su relatividad contextual. Por todo ello, si bien el enjuiciamiento de cada película a concurso atenderá únicamente a mi opinión personal, la estructura de mi aportación al aluvión de prosa que cada año se vierte sobre el festival se estructurará en tres bloques resultantes de la combinación de ambos criterios: los títulos premiados, los que (en opinión de la abajo firmante) eran merecedores de un mayor reconocimiento y los que no han aportado nada ni a los anales del festival ni a la experiencia de esta crítica. Vamos a por ello.

Cannes 69: Las laureadas

I, Daniel Blake

No está de más señalar que la gran triunfadora, “I, Daniel Blake”, no es una película escandalosamente mala. Tiene méritos obvios, léase la denuncia de la ineficacia (a menudo orquestada desde la cúpula política) de los servicios sociales, el desamparo de los más débiles y la infructuosa lucha individual contra los abismos del neoliberalismo, denuncia con la que, en estos tiempos de austericidio institucional, es fácil alinearse. El abandono que sufre el protagonista, un carpintero de unos sesenta años a quien, pese a su baja médica, le es denegada la remuneración a la que tiene derecho, es una realidad tan habitual como indignante. Lo mismo ocurre con la coprotagonista, una joven madre sin recursos que se ve empujada a la prostitución para alimentar a sus hijos. No obstante, la denuncia es un valor extrínseco a la película, y las diatribas contra el desmantelamiento del Estado del Bienestar ya han sido llevadas a término con mayor acierto no sólo en el cine de Loach, sino en el de muchos otros; mismamente, en la reciente “La ley del mercado” de Stéphane Brizé. Frente al honesto distanciamiento de este último, el encarrilamiento de Loach hacia el melodrama en esta su última película, lejos de acentuar la empatía, desdibuja su realismo, apuntando involuntariamente a un victimismo que no es tal y sembrando la semilla de la duda en el espectador, lo cual hace flaco favor tanto a la película como a la injusticia que retrata.

Similar estrategia de perro guía apunta la concesión del premio al Mejor Director ex aequo a Cristian Mungiu (Palma de Oro en 2007 por “4 meses, 3 semanas y 2 días”) y al curtido Olivier Assayas, que al igual que Loach es una de las presencias más recurrentes en la historia del festival. “Bacaloréat”, la propuesta del director rumano, retrata la puesta en jaque de los difusos principios de un sobreprotector padre de familia (a la sazón dominante, hipócrita e infiel) con su hija adolescente cuando una agresión callejera perturba la concentración de ésta en plena víspera de sus pruebas de acceso a la universidad. Con una puesta en escena similar a la de los Dardenne, si bien más difusa y menos introspectiva, la cámara no se despega ni un solo instante de la figura paterna, a quien acompaña en su deambular de pequeños sobornos y limitado tráfico de influencias, jugando sus cartas de acuerdo a la ética maquiavélica por un objetivo que no obedece tanto a los deseos de su hija como al suyo propio. La ausencia de debacle interna y de evolución en la psicología del protagonista, que se revela en toda su simpleza desde el minuto uno, y una progresión dramática casi inexistente redundan en una película soporífera y plana, sin mayor mérito que el de construir el relato sobre un personaje que provoca una animadversión unánime. Puede que haya sido éste el rasgo que tocara la fibra al oscarizado Lázsló Nemes, si bien su composite del protagonista de “El hijo de Caín” resultaba mucho más estimulante que el perpetrado por Mungiu.

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Bacaloréat

“Personal Shopper”, en la que Assayas cuenta con Kirsten Stewart por segunda vez consecutiva, enfatiza el estereotipo de mujer moderna, veinteañera hecha a sí misma, que el director y la prensa internacional han colgado a la protagonista de la saga “Crepúsculo”, probablemente la única actriz de hoy que puede permitirse el lujo de soltar que es una medium en una película dramática sin que el espectador se desmaye de risa. En esa realidad paralela en la que el escepticismo hacia lo paranormal está demodé, Stewart se mueve del aeropuerto a las flagship stores de los Campos Elíseos y la lujosa morada de la starlette para la que trabaja con el mismo desparpajo con el que invoca al espíritu de su fallecido hermano gemelo en su viejo caserón del Bois de Boulogne. A pesar de lo rudimentario que resulta sustentar la mitad del metraje sobre planos detalle con mensajitos de wassap, la película resulta consistente en la narración, pero insípida en lo emocional e irrisoria en la meridiana “revelación” final de quien parece haber descubierto El Dorado. Algo tiene en común con la película con la que comparte premio, y es que la cámara quiere tanto a Stewart como la de Mungiu a su detestable protagonista, lo que sienta un precedente en cuanto a las técnicas de realización, sencilla pero efectiva, que el jurado de esta 69 edición del festival considera dignas de elogio. No es de la misma opinión esta crítica, para quien la magia del cine, amén de en su potencial para despertar emociones, está en la exploración de las posibilidades del lenguaje que le es propio.

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Personal Shopper

Vapuleada por los admiradores más entusiastas de Xavier Dolan, que no han tardado en calificarla como su peor película, “Juste la fin du monde” (galardonada con el Gran Premio del Jurado) ha provocado el efecto contrario en mi persona, que siempre ha encontrado irritante el manierismo kitsch del canadiense, su arrogancia pseudoexistencial y la desatada estridencia de unos personajes que, hasta hoy, pedían a gritos una lobotomía. Voluntario o no, “Juste la fin du monde” supone un bienhallado ejercicio de autocontrol por parte del director, tanto en la puesta en escena, en consonancia con el origen dramatúrgico del guión, como en el diseño de sus personajes, que reconducen su histrionismo habitual hasta llegar a una impulsividad más atemperada, natural y verosímil. Aparcando el exceso, que siempre ha sido enemigo de la verdad, Dolan alcanza la autenticidad que hasta ahora le habían atribuido los amigos de la exaltación (esos mismos que ahora le dan la espalda), alejándose del pandemónium de pandereta de “Mommy” o “Laurence Anyways” en una obra emotiva y lacerante que debe gran parte de su gloria al excelente trabajo de su reparto, especialmente a la elocuente contención de Gaspard Ulliel. En la parte formal, su melomanía tecno-industrial y sus ensoñaciones líricas siguen presentes, aunque quizá sus mesuradas dosificación e intensidad no colmen las expectativas de sus seguidores habituales.

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Juste la fin du monde

El siguiente nombre en el palmarés es el de Asgar Farhadi (premio al Mejor Guión), que tanto en “Nader y Simin, una separación” como en la turbadora “El pasado” había dado muestras de sus dotes para la narración subrepticia, de andamiaje volátil, esa madeja de recelos y malentendidos que nunca acaba por desenmarañarse. El azar vuelve a jugar un papel determinante en “The Salesman”, cuyo detonante es también la misteriosa agresión a una mujer en su nueva residencia, a partir de la cual su marido tratará de esclarecer lo ocurrido con una obstinación que se le va de las manos. Como en sus anteriores obras, la sombra de la duda se cierne sobre un relato que, una vez más, quiere dejar varios cabos sueltos, quizá porque, a diferencia de lo que ocurre en la inmensa mayoría de las películas, en la vida real las cosas suelen ser igual de inconcluyentes. Se trata, sin embargo, del guión más endeble y desabrido de Farhadi, cuyo talento para el storytelling aparece diezmado en unos personajes más decafeinados y una historia con menor garra de la que acostumbra. No se entiende, pues, el premio al Mejor Actor para Shahab Hosseini, máxime cuando había otros candidatos (Shia LaBoeuf o Gaspard Ulliel) con personajes más complejos e interpretaciones mucho más jugosas.

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The Salesman

Otro tanto cabe decir de Jaclyn Jose, acreedora del premio a la Mejor Actriz por “Ma´ Rosa”, de Brillante Mendoza. El autor de “Serbis” o “Kinatay” reincide en la representación de las penurias socioeconómicas del pueblo filipino, encarnadas aquí en la familia de Rosa, que regenta un pequeño local de ultramarinos en un paupérrimo barrio de Manila y sobrevive gracias al trapicheo de estupefacientes. Cuando ella y su marido son denunciados a la policía a cambio de la liberación de otro preso, sus cuatro hijos sacrificarán lo más sagrado para comprar su libertad a un corrupto cuerpo policial. Pese a su endémico dramatismo y su estructuración en tres actos bien definidos, al modo tragedia griega, las idas y venidas de los personajes y una fotografía que confunde austeridad con deficiencia acaban por empañar el relato, de forma que el interés decae a medida que avanza el metraje.

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Ma´ Rosa

Y he aquí que, como George Miller, he dejado lo mejor para el final. Porque la sobresaliente “American Honey”, que hubo de conformarse con el menor de los galardones (Premio del Jurado), emana una autenticidad sin parangón. Su directora, Andrea Arnold, ya había dado  buena cuenta en “Fish Tank” y “Red Road”de su portentosa habilidad para aprehender las emociones humanas y plasmarlas sobre el celuloide con una pincelada tan sutil como elocuente, en las antípodas del exhibicionismo y el melodrama de brocha gorda. Su última película narra la huida hacia delante de Star (espectacular debut de Sasha Lane), una chica del que, apenas cumplidos los 18, deja aparcadas en los suburbios una exangüe relación sentimental y la maternidad ajena que le ha sido impuesta para embarcarse en el futuro incierto que un carismático y sensual Shia LaBoeuf le ofrece como parte de un bohemio equipo ambulante de comerciales de revistas a lo ancho y largo de Estados Unidos, ocupación a la que recurren fundamentalmente jóvenes en riesgo de exclusión social que ha levantado la controversia en el país por las condiciones abusivas a las que algunas empresas someten a sus empleados.

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American Honey

Con un casting formado por actores no profesionales (con la excepción de LaBoeuf y Riley Keough) que se interpretan poco menos que a sí mismos, la realizadora británica vuelve a hacer gala de sus excelentes dotes para la dirección de actores, enmarcando el espectro emocional en un halo velado que huye de la explicitud del clásico plano/contraplano y prioriza los planos largos y subjetivos, con miradas que hablan más que callan, haciendo suyo el método inductivo, en la que lo anecdótico apunta lo general con una expresividad pasmosa. Con una envolvente banda sonora de hits hip-hop y chill-out (ahí están Joicy J., Madeintyo, Rihanna o Sam Hunt), “American Honey” es a la vez un incisivo fresco sociológico, una bofetada al status quo, una etérea historia de amor y una cautivadora oda a la América white trash, esa que Donald Trump no dudaría en borrar del mapa. Lástima que ese premio menor y la aún incipiente popularidad de su autora no ofrezcan suficientes garantías para su estreno en una España en la que las distribuidoras intrépidas a menudo pagan cara su osadía.

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American Honey