DE ÓXIDO Y HUESO

LA NUEVA PELÍCULA DE JACQUES AUDIARD SE ESTRENA EL PRÓXIMO 14 DE DICIEMBRE

En su novela “La insoportable levedad del ser”, Milan Kundera establecía una dicotomía entre las lenguas que utilizan el giro verbal “padecer hacia” y las que usan el “padecer con”. Y, si la primera opción conllevaba una cierta conmiseración y condescendencia hacia el objeto de las penas, situando implícitamente al apenado en un plano ideática y moralmente superior, la segunda lo alineaba con su dolor, haciéndolo suyo, en una traducción literal y precisa de la empatía. Es esta última la que parece haber inspirado la obra más reciente del cineasta francés Jacques Audiard, que en títulos como “De latir mi corazón se ha parado” o la celebrada “Un profeta” ya daba buena cuenta de su querencia a desmenuzar, de una forma más sugestiva que quirúrgica, las pulsiones más profundas de sus personajes. Como en aquellas, Audiard apela en “De óxido y hueso” a la intuición del espectador para resolver el juicio moral sobre los protagonistas, un dilema para el que el director sólo apunta leves (y contradictorios) atisbos de su conducta. Es en esta sutileza ambivalente donde reside la grandeza de la película, que narra el encuentro fortuito entre un hombre rudo y sobrecargado de testosterona y una mujer tan bella y fuerte como enigmática que, a pesar de haber sido marcada por la fatalidad, sigue aferrándose a la supervivencia con la determinación de un gladiador. Sí, hay catarsis y redención, pero el enfoque mesurado y límpido de su director dista mucho de convertirla en una historia edulcorada de lágrima fácil y superación personal. Muy al contrario, con un Audiard siempre enemigo de las conclusiones inamovibles, la lectura más aventurada que puede extraerse de este título metafórico y elocuente (en cuanto a su reducción de los protagonistas a su materia prima física y elemental) es algo que Freud dejó escrito hace más de un siglo: que las personas, al igual que la materia, son moldeadas de acuerdo al medio en el que viven, de modo que un cambio en éste es susceptible de hacer aflorar su primigenia e innata esencia. Y, en esta ocasión, el calor surge del frío.

DE ÓXIDO Y HUESO

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