INTERSTELLAR

CHRISTOPHER NOLAN PILOTA A MATTHEW McCONAUGHEY A TRAVÉS DEL TIEMPO

Las películas de ciencia ficción nunca me han gustado. Sí, quizá suene algo raro para una persona nacida el año en que se estrenó “El Retorno del Jedi (Episodio VI)”, que vivió su infancia con “Star Trek: La Nueva Generación” o que su madre le grabara en vhs aquel blockbuster que supuso “Masters del Universo”. Pues bien, vista la última película de Christopher Nolan puedo prometer y prometo que entierro mis contras más primarios y de nuevo vuelvo al redil galáctico. “Interstellar” no es una película al uso, es un peliculón de esos que cuando terminas de verlo, te quedas con ganas de más. Cuenta la historia de Cooper, un granjero, tío típicamente americano, ex miembro de la NASA que se resiste a cortar ese nexo umbilical con el mundo de allá arriba, interesándose por cualquier dron que surque sus tierras cosechadas y asediadas por constantes tormentas de arena debido al cambio climático. Un día su vida da un giro de 180º cuando se involucra en una secreta misión del gobierno americano, un viaje interestelar entre agujeros de gusano. Un experimento a través del tiempo con el fin de intentar acabar con las plagas climáticas a las que se enfrenta la Humanidad, una misteriosa odisea en el espacio con la que el inglés Nolan nos hace olvidar su saga Batman. Como decía anteriormente, “Interstellar” es una película inclasificable, un producto que sin ser de ciencia ficción 100%, abarca el drama, la astrofísica y las apocalipsis galácticas mejor cifradas y que mejor que Matthew McConaughey para servirnos de cicerone a través de los 169 minutos de metraje de la cinta. Americano inquieto, que no tranquilo como aquel de Graham Greene, actor camaleónico que retoma un poco aquel perfil de un Jimmy Stewart del siglo XXI, en plan salvador del resto de ciudadanos de esta tierra a la deriva, acompañado de Anne Hathaway y Jessica Chastain. Christopher Nolan, por su parte, saca en esta ocasión su mejor artillería kubrickiana, no solo para dejar embobado al personal sino para desempolvar por vez primera su lado más sentimental.

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Pierde oscuridad y gana en melodramatismo caótico pero sigue demostrándonos que lo suyo son las proezas épicas y los impactantes efectos especiales. Junto a su hermano Jonathan, esta vez Nolan parte de un guión teñido de pura física teórica gravitacional que ya enunciara el científico Kip Thorne, para desarrollar una cinta en la que el nomadismo se enfrente al sedentarismo, a través de esa búsqueda de un mundo mejor en el que cohabitar. Motivación que no solo mueve a McConaughey, a un impecable Michael Caine, su “jefe” y maestro que dirige la expedición o a una resuelta y fría, en origen, Hathaway sino que también conmueve hasta el hipotálamo de las sensaciones que en algún momento hayas podido tener por el espacio exterior. El director inglés que parece americano, en ningún caso hace alarde de presupuesto sino que se ajusta a esa idea que rondó en su cabeza durante tantos años, que en su día Spielberg pensó en rodar y que gracias a la fotografía de Hoyte van Hoytema, muy del rollo documental y la extraordinaria y mágica banda sonora de Hans Zimmer, que te hace sentir una pequeña partícula indivisible frente a ese magno y grandioso universo frente a ti. La lucha de ese padre de familia que se resiste a dejar volar sus sueños, alistándose en una secreta aventura galáctica de la luz a la oscuridad, para salvarnos de la ecoapocalipsis y de la soberbia humana. Una empresa que te hace recuperar el interés por aquellas películas de tu infancia por las que quisiste hacerte astronauta y con la que volver a preguntarse incógnitas tales como: ¿De dónde venimos?, ¿Adónde vamos?, donde la relatividad no es solo una teoría sino un elemento más que nos guía dócilmente a través de esa noche de la que hablaba el poeta Dylan Thomas. Nolan se vuelve a apuntar el tanto interestelar, hasta el infinito y más allá.

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