La compañía Kor’sia estrena Simulacro en Conde Duque

La compañía Kor’sia estrenó Simulacro en el Centro Cultural Conde Duque de Madrid, una coreografía radical sobre un mundo saturado de imágenes y vacío de sentido. Cuerpos que ya no representan: reaccionan, se fragmentan, y cuestionan nuestra realidad.

En Simulacro, la compañía Kor’sia propone una experiencia coreográfica que desmantela estructuras tradicionales para sumergirse en un presente fragmentado, saturado de estímulos y carente de un centro claro. La obra, ideada por los coreógrafos Antonio de Rosa y Mattia Russo en colaboración con el investigador Giuseppe Dagostino y la dramaturga y Catedrática de Artes Escénicas Agnès López-Río, se inspira en la teoría del simulacro de Jean Baudrillard: una realidad donde las representaciones han suplantado lo real y en la que todo parece responder a una lógica de repetición, vacío e hiperconexión.

En escena, los cuerpos ya no narran ni representan: reaccionan, se desdoblan, se interrumpen. La coreografía se convierte en un espacio de colisión entre lo físico y lo tecnológico, entre el deseo de sentido y su constante disolución. Simulacro no busca explicar el caos, sino habitarlo. Invita al espectador a perderse en un flujo de imágenes y gestos que desorienta tanto como fascina.

Con motivo de su estreno en el Centro Conde Duque de Madrid y antes de su gira internacional, hablamos con Kor’sia sobre este proyecto ambicioso, el papel del cuerpo como herramienta crítica y la potencia de la danza para generar pensamiento desde la sensación.

La compañía Kor’sia estrena Simulacro en Conde Duque

En Simulacro, elegís una rotonda como punto de partida. ¿Qué os atraía de ese espacio suspendido, circular, sin dirección?

Kor’sia: La rotonda, para nosotros, es una metáfora potente: un lugar sin inicio ni final, un bucle sin centro ni destino. Representa esa sensación de deriva en la que a veces vivimos —siempre en movimiento, pero sin rumbo claro—. Nos atraía precisamente por eso: porque no impone dirección, porque todo puede pasar y nada está fijado. Es un espacio neutro, casi suspendido, donde se disuelven las certezas y se activan las preguntas. Un punto de paso que, al final, se convierte en escenario.

¿Qué lugar ocupa el pensamiento de Baudrillard en la concepción de la obra? ¿Cómo se traduce su teoría en el cuerpo y en el escenario?

Kor’sia: Su idea del simulacro —representaciones que ya no remiten a ningún original, copias de copias— fue un punto de partida. No queríamos ilustrarla, sino dejarnos atravesar por ella. En escena, el cuerpo se vuelve un dispositivo crítico: una presencia viva dentro de un entorno simulado. Nos interesaba explorar cómo puede resistir —o disolverse— ante imágenes que brillan más que lo real. Cuerpos que se duplican, que se distorsionan frente a paisajes digitales o mentales, generando tensión entre lo auténtico y lo fabricado.
Más que una traducción literal de Baudrillard al movimiento, fue un diálogo: cómo encarnar hoy la confusión entre lo real y lo virtual, cómo sentir la pérdida de referencia… y también esa urgencia de reconexión.

La pieza abandona la narrativa convencional. ¿Qué buscáis provocar al romper esa linealidad?

Kor’sia: No queremos confundir, sino proponer otra forma de atención. Romper con la narrativa lineal es abrir grietas en la percepción: activar una experiencia más sensorial que racional. Simulacro no cuenta una historia con principio, nudo y desenlace, sino que despliega escenas que aparecen y desaparecen como dimensiones paralelas.
Sabemos que el público a menudo busca “entender”, pero aquí no hay un relato que lo explique todo. Hay momentos —desconectados o resonantes— que invitan a sentir antes que a interpretar. Fragmentos, presencias, imágenes que no obedecen a una lógica, pero que generan estados, ecos, preguntas.
Queremos abrir la atención. Que cada espectador construya su propio recorrido dentro del caos. Porque lo que nos interesa no es dar respuestas, sino activar sentidos.

La compañía Kor’sia estrena Simulacro en Conde Duque

¿Cómo trabajáis la fragmentación y la dislocación en la composición coreográfica y visual?

Kor’sia: Coreográficamente, a través de escenas fragmentadas, cortes abruptos, secciones que no siempre se conectan de forma evidente. Esa discontinuidad refleja el ritmo de hoy: todo cambia sin cesar, nada se asienta. Creamos situaciones que oscilan entre lo real y lo artificial, entre lo familiar y lo extraño.
Visualmente, jugamos con luces que desorientan, con oscuridades que interrumpen, con atmósferas oníricas o digitales. No buscamos una estética continua y pulida, sino un caos controlado: interrupciones, superposiciones, silencios, sobresaltos.
La fragmentación es una forma de ser fieles al presente. De dar lugar a lo múltiple, lo roto, lo que no encaja del todo… pero que, justo por eso, dice algo verdadero.

Se habla de un cuerpo que no acciona, sino que reacciona. ¿Qué implica eso en términos de movimiento, presencia y dramaturgia corporal?

Kor’sia: Cuerpos porosos, que escuchan en lugar de imponer. Que se dejan afectar por la luz, el sonido, los otros, lo invisible. Que responden desde la atención, la vulnerabilidad, la apertura.
La dramaturgia parte de ahí: no de movimientos cerrados, sino de situaciones que desestabilizan, que obligan a estar presente. Nos interesa el cuerpo cuando se expone al error, a lo incierto. Así, la pieza respira. Se transforma. Se adapta al espacio, al momento, a la mirada. Es un cuerpo que no significa, sino que habita.

¿Qué retos conlleva crear desde el vacío, el corte, la superposición o la ausencia de causa-efecto?

Kor’sia: Nunca se parte del vacío absoluto. Siempre hay rastros, intuiciones, memorias. El reto es sostener una lógica emocional sin una narrativa lineal. Componer sin línea recta.
Cada fragmento debe tener vida propia, pero también resonar con los demás: por contraste, repetición, dislocación. La fragmentación no es ruptura gratuita, sino reflejo de cómo percibimos el mundo: en flashes, capas superpuestas, cortes.
Crear así exige una escucha fina: del cuerpo, del espacio, del tiempo. No imponer un sentido, sino dejar que emerja. Y aceptar el desconcierto como parte de la experiencia.

En Simulacro, lo sensible se convierte en código. ¿Qué reflexiones os suscita el cruce entre cuerpo, tecnología y percepción hoy?

Kor’sia: Hoy casi todo pasa por una interfaz. Lo sensible —el tacto, la presencia— se traduce en datos. El cuerpo ya no es solo materia: es superficie de lectura, de escaneo, de proyección.
Nos interesa esa tensión: cómo resiste o se adapta el cuerpo cuando es atravesado por lo digital. ¿Cómo se percibe un cuerpo en un entorno saturado de imágenes? ¿Qué queda del gesto cuando se duplica o distorsiona?
No se trata de rechazar la tecnología, sino de interrogarla desde lo físico. El cuerpo sigue siendo un lugar de verdad. La percepción —leer el mundo con todos los sentidos— puede abrir grietas en lo codificado. Sentir es un acto de resistencia.

La compañía Kor’sia estrena Simulacro en Conde Duque

¿Cómo se construye la atmósfera de ilusión, repetición y bucle que sostiene la obra? ¿Qué rol juegan la música, la luz o los dispositivos escénicos?

Kor’sia: La atmósfera nace del deseo de plegar el tiempo, de desordenarlo. Como un sueño lúcido, o un sistema en loop.
La música, construida por capas, ecos y ritmos, nos arrastra de un estado a otro. La repetición genera variación.
La luz oculta y revela. A veces desorienta, otras crea una intimidad artificial. Es un lenguaje propio que respira con los cuerpos.
Los dispositivos escénicos —pantallas, reflejos, elementos móviles— multiplican las capas de percepción. Nada es lo que parece. Todo contribuye a esa sensación de estar dentro de un simulacro: una realidad bella, inquietante, inestable.

¿Qué os interesa de esa “crisis de sentido” que retrata la obra? ¿Es una advertencia, un diagnóstico o una forma de catarsis?

Kor’sia: No es un diagnóstico frío, sino una experiencia que nos atraviesa. Nos interesa ese momento en el que las certezas se disuelven. Donde lo que antes nos sostenía ya no sirve.
Más que señalar un peligro, la obra invita a habitar la incertidumbre. A sentirla en el cuerpo. Es una catarsis colectiva que no huye del vacío, sino que lo abre como espacio de posibilidad.
La crisis es también una oportunidad para cuestionar lo real, buscar nuevos sentidos desde lo fragmentario, lo imperfecto, lo vivo. Simulacro es espejo de época, pero también gesto de resistencia poética.

¿Hasta qué punto creéis que la danza puede desmontar relatos dominantes hoy?

Kor’sia: La danza actúa directamente sobre el cuerpo, que es el primer territorio de resistencia. No se trata solo de contar historias, sino de habitar contradicciones.
Puede desarmar estructuras rígidas, abrir espacio a la diferencia, al silencio, a lo fragmentario. En un mundo saturado de imágenes y discursos uniformes, el cuerpo en movimiento invita a dudar, a empatizar desde lo visceral.
Creemos que la danza no solo interpela lo social y político: también inventa nuevas formas de pensar y sentir. Es un acto de libertad.

En vuestras obras, el cuerpo es pensamiento, emoción y transformación. ¿Cómo dialoga esto con una pieza tan atravesada por la pérdida de referentes?

Kor’sia: Cuando los referentes se disuelven, el cuerpo se vuelve esencial. Es el único lugar tangible desde el que sentir, cuestionar, transformar.
No es un vacío sin sentido, sino una invitación a habitar el presente desde la vulnerabilidad. El cuerpo, expuesto y sensible, crea sentido justo desde esa fragilidad.

La compañía Kor’sia estrena Simulacro en Conde Duque

¿Cómo fue el proceso de creación en equipo? ¿Cómo se integraron dramaturgia, teoría e interpretación?

Kor’sia: El proceso fue un diálogo constante entre disciplinas. Baudrillard y sus ideas sobre la simulación planteaban un desafío: cómo traducirlas en escena sin caer en la literalidad.
La dramaturgia debía generar situaciones abiertas, dejar espacio al tiempo, al video, a la repetición. Los intérpretes, enfrentados a cambios constantes de situación y corporalidad, aportaron capas emocionales inesperadas.
Fue un proceso fluido, donde cada aportación se transformaba en contacto con las demás. Una creación viva, híbrida, en movimiento.

La obra comienza su gira internacional tras su estreno en Madrid. ¿Cómo percibís su recepción fuera de España?

Kor’sia: Simulacro se estrenó en junio en el Centro de Artes Contemporáneas Conde Duque, en Madrid, y desde ahí inicia una gira europea. En julio estaremos en La Biennale di Venezia; después en octubre en el Romaeuropa Festival (Teatro Argentina) y en Friburgo; en noviembre en Brindisi; y finalmente en diciembre en el Palau de les Arts Reina Sofía, en Valencia.
 Estas coproducciones internacionales han sido clave para abrir puertas y generar expectación.
Creemos que la dimensión corporal y los temas universales —identidad, percepción, realidad— resuenan más allá del contexto local. El diálogo con otros públicos y escenas contemporáneas enriquece nuestro trabajo y nos impulsa a seguir explorando.

Tras el éxito de Mont Ventoux, ¿qué supuso crear una obra como Simulacro, más abstracta y desconcertante?

Kor’sia: Simulacro es otro territorio. Mientras Mont Ventoux tenía un relato claro y una estructura emocional definida, aquí nos lanzamos al vacío: abstracción, fragmentación, incertidumbre.
Nos interesaba generar preguntas, sensaciones y atmósferas que no se pueden traducir en palabras.
Fue una oportunidad para cuestionarnos como creadores, arriesgar y experimentar. Una evolución necesaria.

¿Os sentís parte de una nueva ola en la danza contemporánea europea? ¿Qué diálogo buscáis con otras compañías y lenguajes escénicos?

Kor’sia: No nos identificamos con etiquetas, pero sí sentimos que la escena europea atraviesa un momento vibrante. Hay una riqueza de voces, búsquedas, lenguajes.
Nuestro trabajo empieza a ser reconocido, y eso nos impulsa a seguir aprendiendo. La curiosidad es nuestro motor: cada proyecto es una experiencia vital, una puerta hacia nuevos territorios artísticos y nuevas formas de conexión.

Fotos: Aitor Laspiur

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