Lucky: la última sonrisa de Harry Dean Stanton

Una sonrisa. Es lo que al final nos queda cuando ya no queda nada. El arma con la que enfrentarse al destino único en el último duelo cara a cara. A ser posible una sonrisa rodeada del calor de la gente. Porque “no es lo mismo la soledad que estar solo”, zanja Lucky, nombre del personaje que da título a la ópera prima del hasta ahora solo actor John Carroll Lynch. Lucky es por encima de todo contemplar al último Harry Dean Stanton, en una despedida envuelta en su propia humareda de fumador nonagenario con sombrero cowboy. Así se apagó en pantalla una estrella irrepetible aunque casi nunca protagonista que aquí vuelve a llenarlo todo.

Lucky: la última sonrisa de Harry Dean Stanton

Lucky: la última sonrisa de Harry Dean Stanton

Suelo medir las películas por su metraje. Lucky no llega a 90 minutos y su concisión es consustancial a lo mollar. La peli es sencilla, tierna, surrealista y dolorosamente existencialista. Vemos al anciano intérprete hacer casi de sí mismo en su rutina diaria de un pueblecito árido y anónimo de la frontera con México. Se levanta, se asea, se peina, estira su esqueleto a medio derruir, pasea hasta su café donde es parroquiano bien recibido y donde pasa la mañana frente a sus crucigramas. Patea latas vacías en la calle. Mira concursos de la tele casera mientras habla con un lynchiano teléfono rojo. Bebe bloody marys en un bar tipo Cheers pero en versión western. Rutina.

Lucky: la última sonrisa de Harry Dean Stanton

Lucky: la última sonrisa de Harry Dean Stanton

Rutina lynchiana, hemos dicho. Y es que el hombre del tupé plateado, buen compadre de Stanton, irrumpe en pantalla para impregnar la historia de su inconfundible atmósfera confusional.

Lucky: la última sonrisa de Harry Dean Stanton

Lucky: la última sonrisa de Harry Dean Stanton

Pero todo vuelve a Stanton, que es la misma Lucky, su apodo por ser suertudo en la vida. A pesar de su encomiable salud, cuando se va acercando el adiós empieza a recordar que no entiende nada. Porque Lucky nos recuerda a todos nosotros que nada tiene sentido. Pero que, por si acaso, hay que seguir cantando y levantando el vaso. Atruena Johnny Cash en una escena sobrecogedora con la mirada de Stanton clavada en nuestro corazón. Y celebramos la vida cuando, rodeado de mariachis, el mismo Stanton entona como el mismo dios el Volver, Volver.