Opinión tecnología x María Muñoz

Sociedades Caósmicas

Estamos inmersos en la sociedad de la aceleración, especialmente derivada de la conectividad social mediante aparatos electrónicos que en muchos casos son ya casi una prótesis, una extensión del cuerpo humano.
Desde los años cincuenta hemos ido acumulando innovaciones tecnológicas que prometían hacer nuestras vidas más fáciles, más rápidas y más sencillas. A día de hoy, no nos separamos de nuestros dispositivos electrónicos, y la vorágine de información personal que producimos a través de ellos es transmitida a miles de millones de bits por segundo. Parece que la sociedad se acelere a un ritmo paralelo al de los bits. Sufrimos como una especie de espasmo, como una necesidad brusca e involuntaria de estar en ese mundo virtual dando y recibiendo, pero dejando de lado la corporeidad en las interacciones personales. Casi todas nuestras relaciones se desarrollan a través de Internet, a veces de modo privado y otras muy público, en una suerte de “reality show” de la vida cotidiana.
Aunque la conectividad, el acceso a la información y la capacidad de transmitirla ha sido en algunos casos y zonas del planeta muy favorable, en la cultura occidental, o sea la nuestra, esta irrupción no es del todo positiva, sobre todo si se relaciona con ciertas carencias de la sociedad (organizativa, emocional y afectiva), con la pérdida de subjetividad y con el uso de información personal por parte de terceros.
Si bien es cierto que las redes sociales han aumentado la visibilidad, también lo es que han “empoderado” en cierto modo al individuo invisible. Ese que en la vida real “física” pasaría desapercibido puede encontrar en esta existencia virtual sus amigos, su público, incluso miles de seguidores. Según un estudio publicado por Ditrendia: Móviles en España y en el Mundo (datos 2015, publicado en enero 2016), nadie usa más el smartphone que los españoles: siete de cada diez poseen teléfono con internet. Los jóvenes entre 15 y 25 años están conectados más de tres horas por día, y analizando el tráfico de la red –vigilancia, otra vez, saben lo que hacemos…–, el 90 % de ese tiempo lo dedican a interactuar (o no) en redes sociales.
Nuestras vidas están propagadas en tiempo real mediante Facebook, Twitter, Youtube o Instagram. La transición de lo secuencial a lo simultáneo de la tecnoesfera, la inmediatez, el valor del aquí y ahora: hacer, deshacer, comer, mirar, ir, venir, estar, retratar, fotografiar, clasificar, volver a clasificar, indexar… Decir, dejar de decir, comentar, dejar de comentar, gustar, disgustar, seguir, bloquear, tontear, adular, ligar… Pero, ¿cómo afecta todo este engranaje a las sociedades –de nuevo especifico– occidentales?
Según Franco “Bifo” Berardi, pensador italiano contemporáneo, en la actualidad, la subjetividad, tan defendida y estudiada por la filosofía europea, es una construcción técnica. Las masas y multitudes se involucran en cadenas automáticas de comportamiento. Conducidos por estos dispositivos tecno-lingüísticos se produce un efecto enjambre que en realidad supone la automatización de la conducta individual manipulada por el capitalismo cognitivo, entendiendo el capitalismo absoluto (neoliberalismo) como la forma general de la economía mundial en la actualidad.
Berardi continúa que en la era industrial los trabajadores realizaban movimientos maquínicos, por ejemplo, apretando tornillos en una fábrica, pero la mente estaba más o menos libre, mientras que en nuestra era todo se basa en la estandarización de los procesos cognitivos. La actividad mental no se puede separar o desviar del flujo de información, ya que este flujo es exactamente la máquina cognitiva. En pocas palabras, que estamos manipulados hasta las cejas.
La transformación de la esfera social debida al efecto de la propagación de las tecnologías afecta a la vida cotidiana en las relaciones personales tanto amorosas como comunales y por supuesto a la economía. Ideas que suscribo totalmente, como víctima de este comportamiento borreguil incluso a sabiendas de ello.
Tras este desolador panorama, finalizamos con una teoría que analiza y acepta esta complejidad y propone soluciones: el espasmo caósmico –caos + kósmos (orden en griego, antítesis del caos)–, término acuñado por el filósofo francés Guattari, que se entiende como la tranquilidad que aflora tras pasar ese momento de aceleración –el espasmo del que hablábamos al principio–. En el proceso caósmico las formas emergen del caos hacia un orden que es tanto funcional como estético. El nuevo orden se genera a partir de ese “caos” y la variante caósmica invita a entender el mundo a través del caos, a través de multiplicidad de factores sociales, políticos y culturales, no a partir de una sola teoría o visión. De alguna forma, necesitamos un modelo diferente de reorganización individual y social que vuelva a la corporeidad, al contacto físico, a la interacción y a la construcción de comunidades reales, abiertas y tolerantes que trabajen por los intereses comunes y no por los de unos pocos.

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María Muñoz: Gestora cultural, con formación en Historia del Arte e Ingeniería de Telecomunicaciones. Foco en arte contemporáneo con interés en la confluencia
entre arte, sociedad y tecnología. Dinamizadora de la cultura en todas sus variantes: comisaria independiente, cofundadora y editora de la revista Solemne en Guatemala, y editora y colaboradora habitual en varias publicaciones: Neo2, BA, METAL.

Foto: Farzad Nazifi

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Esta columna de opinión apareció en el número 147 de Neo2