Barrafina: Arganzuela se llena de producto

Uno sigue teniendo fe en la buena mesa gracias a lugares que, lejos de los ojos de la viralidad, nacen con la verdad por delante. Demostrar que un restaurante sirve para dar bien de comer, y luego ya se verá con qué se pontifica o se postea, es posible. Divirtámonos en el circo, abrasémonos en la hoguera de las vanidades gastronómicas, pero vayamos a comer a restaurantes ricos. Como el de Luis Alcázar. Arganzuela se llena de producto. Se llama Barrafina y es divina.

Restaurante Barrafina: Arganzuela se llena de producto

Barrafina: Arganzuela se llena de producto

Atención: no confundir con la versión casual de Santerra ni con el negocio de tapas españolas en suelo londinense. Este Barrafina es otro. Es el del cocinero Luis Alcázar, el mismo al que vas a ver sí o sí cuando entres en su casa que apenas es una caja de cerillas, limpia y aseada, eso sí. Porque Alcázar no puede moverse de su puesto diminuto que comanda en solitario, apenas ayudado en el servicio por otro Luis, diligente y campechano para hacer parroquia. Esto es una barra con cuatro mesas y sanseacabó. ¡Circulen, aquí no hay nada que ver, aquí se viene a zampar gloria bendita!

Barrafina: Arganzuela se llena de producto

Barrafina está en marcha desde junio de 2018 en el barrio de Arganzuela, al ladito de Matadero, que entendemos es una zona de despegue imparable. Pero el restaurante nace como casa de comidas de barrio, sin plegarse a modas, como bar de fieles, con su barra acogedora para vino y tapa, aunque merece que se haga cola para probar alguna de sus viandas de mercado.

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Varias pizarras descubren un poco el tinglado. Producto y vinos. En las mesas, platos de Duralex y cheiras para abrir la carne, sin ningún esfuerzo, todo hay que decirlo, porque el lomo de vaca es pura manteca de dioses. Antes de sacar el estoque, los preliminares pasan de unas canaíllas a unas gambas a la plancha de tamaño medio —esto es Arganzuela y Luis tiene que seguir viviendo— procedentes de Dénia o Palamós. Otros entretenimientos son las anchoas de Santoña, las croquetas de cecina e Idiazabal, la tortilla vaga de bacalao, romesco y trufa de verano, el huevo frito con pisto, o los salmonetes a la andaluza con granadas. Ah, y los fuera de carta son opciones siempre interesantes.

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Manda la temporada. Si se quiere perdiz (roja y en dos cocciones), anda usted en las últimas. Si le priva la gracia del bao, ahí tiene uno de panceta de Pekín, uno de ropa vieja y humus, y uno más de calamares con alioli y kimchi. Sin dejar la fusión, el satay de atún con tamarindo. ¿Salivando? Para continuar, las alcachofas y almejas fritas con ajos tiernos y hierbabuena. Y para ir cerrando la contienda, la presa ibérica con patatas “puente nuevo”.

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Aunque, si esta elección implica apartar de la comanda el lomo de vaca madurado y con espárragos verdes por encima, mejor olvidarlo para siempre. La carne es magia, en nuestra visita una de las mejores piezas jamás degustadas en la ciudad, perfectamente sellada y con el punto de ternura soñado. Conforme se iba saboreando la parte central, iban apareciendo los matices más intensos, cercanos casi al del buey. ¡Un plato que cuesta 19 euros! Sólo por este manjar, acompañado de una copa de Juan Gil de variedad Monastrell, merece la pena volver. El postre, sea la tarta de queso y frutos rojos o el aceite, chocolate y sal, es lo de menos. Barrafina es todo producto.

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*Fotos: Barrafina y Miguel Á. Palomo

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Restaurante Barrafina
Calle Guillermo de Osma, 19, Madrid
Tel. 605 10 54 32

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