RICHARD BRAUTIGAN

“LA PESCA DE LA TRUCHA EN AMÉRICA”, POR JAVIER GINER

A los libros de Blackie Books (editorial independiente de reciente nacimiento que ya atesora un envidiable interés mediático y una caterva de fieles groupies desaforados como yo) uno se asoma con una sensación parecida a la que debe de tener la reina del baile pechugona del instituto, a la que todos quieren sacar a bailar y, si suena la flauta, desvirgar en el asiento trasero de un coche vintage en la que se convertirá en una experiencia irrepetible en la vida de los interesados. Como ese polvo irrepetible es la experiencia de leer un libro de Blackie Books. Es tal el mimo, cariño y cuidado que estos soñadores literarios imprimen en la elección de títulos y edición de los mismos (ojito con las portadas y ediciones que se marcan, verdaderos artículos de coleccionista) que no puedes evitar sentirte importante, necesario, cuidado, deseado, una reina buenorra vamos, y así sucumbir con los ojos cerrados y medio desmayado a que abiertamente te quiten las bragas y te den por todos lados, comenzando por los ojos. Cualquier cosa por formar parte del harén de lectores de los Blackie Books.

Richard Brautigan es un viejo conocido en el imaginario de muchísimos lectores y un vacío imperdonable en el mío. Leí de él la magistral “Una mujer infortunada” (una barbaridad corta de una profundidad emocional arrebatadora que hizo que nunca mirase las sandías de la misma manera), tras cuya escritura Brautigan se pegó un tiro en 1984. Pero, en uno más de mis vacíos y desconocimientos (múltiples, algunos realmente obscenos) no había leído jamás el libro por el que fue mundialmente conocido (llegó a vender más de dos millones de ejemplares alzando a su autor al Olimpo de la contracultura hippie de los años sesenta y setenta americana). Su biblia, vamos: “La pesca de la trucha en América”. Un collage novedosísimo e inclasificable de textos, recetas de cocina, surrealismo, idealismo, cartas manuscritas, listas, pesca, melancolía e ingenuidad que pueblan a sus anchas en este libro definido acertadamente como un poema en prosa. Un libro especialísimo y muy íntimo a la vez que profundamente frívolo y circunstancial, una necesidad de comunicación hecha letra que se carga cualquier tipo de estructura narrativa estudiada. Una disfunción mental teñida de cariño. Me alegro de haberla leído ahora y no en su momento (aunque yo no había nacido cuando vio la luz). Pero quizás ahora, más que nunca, estemos necesitados de poesía, aunque sea en prosa. Quizás ahora se pueda entender el gran saber hacer de un autor que rompió moldes y que nunca logró la aprobación y seguimiento que otros compis de su generación disfrutaron. Una lástima. Y una injusticia. Ahora además entiendo el lugar del que tantos otros autores a los que admiro, Murakami o Fernandez Mallo por mencionar algunos, han estado bebiendo durante tantos años. A “La pesca de la trucha en América” es necesario acercarse sin ningún tipo de prejuicio (no es difícil ni nada en nuestros días). Y esa es la única manera posible de degustarlo. Porque es un libro que se disfruta tremendamente cuando te permites olvidarte de todo lo que sabes, de todas las novelas que leíste, de eso que se llama leer y sólo escuchas la voz de su autor, un hombre complejo y tremendamente sencillo, que se quitó la vida disparándose un tiro y dejó tras de si un corpus inconcluso de trabajo teñido de auténtica originalidad. Ya les gustaría a muchos ser la mitad de modernos y vanguardistas de lo que fue Brautigan, a la chita callando, en su momento. Hay que tener cojones.

Por cierto, de regalo, con el libro, podréis degustar el “Y quién es Brautigan?” que incluye Blackie Books en su interior. Un escrito a lo Citizen Kane, extraído de un reportaje del Vanity Fair americano sobre el escritor, en el que a través de un caleidoscopio de opiniones de lo más diversas y sorprendentes, logramos entender un poco más a este autor enigmático e irrepetible.

Pd: Y haceros un favor: no os perdáis, también de Blackie Books, el “Cosas que los nietos deberían saber” de Mark Oliver Everett (cerebro de la banda “Eels”). Acojonante.