Entrevista a Alfredo Häberli, reflexiones sobre el trabajo

Riguroso y poético son dos cualidades que se combinan en el trabajo de Alfredo Häberli, a lo que se añade una pizca de humor, otro poco de emoción y abundante racionalidad.

Es un cóctel difícil de equilibrar; solo un diseñador con mucha experiencia como Alfredo Häberli, que trabaja cada uno de sus proyectos con el mimo de un artesano, puede usar esos ingredientes en las dosis correctas, sin excederse ni quedarse corto, porque hablamos de un profesional que domina absolutamente su oficio, que conoce bien el terreno donde pisa y que no se deja deslumbrar por los fáciles golpes de efecto donde tantas veces fenecen los incautos.

Entrevista a Alfredo Häberli, reflexiones sobre el trabajo

Imágenes superiores: 1/ Alfredo Häberli con una maqueta para BMW  2/ La gran terraza de su estudio

Mínimo gesto, máxima expresión. Alfredo Häberli tiene el pulso tan firme y preciso como las neuronas. No dibuja alocadamente, usa su lápiz para pensar, para investigar una idea: la exprime, la declina, la somete a escrutinio y, tras aplicarle el tercer grado, solo salva las que merecen la pena. Su respeto por la historia unido a su curiosidad por el mundo que lo rodea hacen de él un vehículo perfecto para aplicar toda la innovación necesaria y poner la tradición al servicio del siglo xxi. Entusiasta y apasionado hoy como antes, defiende con ahínco la búsqueda de lo imposible, la necesidad de un permiso para soñar como arma para el encuentro de algo original, inesperado, sorprendente y totalmente nuevo.

“Decidí instalar mi estudio en Zúrich en primer lugar porque conocí a mi mujer y fundé una familia muy pronto. Ya conocía la ciudad y además tenía un poco de trabajo aquí con el museo de diseño. Así que me quedé, aunque siempre con la idea de poder ir a trabajar a Milán para compañías italianas. Más tarde me di cuenta de que Zúrich tiene una ventaja muy grande, y es que está muy bien ubicada, en el centro de Europa, cosa muy buena logísticamente. Además tenemos suficiente vida cultural, que siempre es una buena inspiración. La desventaja es que hay que tener mucho cuidado de no entrar en la mediocridad, porque la realidad es que el país es tan democrático que no les gusta que nadie destaque; se trata de igualar a todo el mundo, así que no puedes ser demasiado bueno ni supertalentoso, porque los suizos lo ven como algo sospechoso”. Alfredo Häberli

 

Cuando llegas de Argentina a Suiza siendo adolescente, te habrás encontrado con un mundo muy diferente del que tú conocías, culturalmente hablando. ¿Conservas parte de las dos culturas? ¿Cómo combinas las dos cosas? ¿Te resultó un poco esquizofrénico?

Cumplí catorce el año que llegué aquí. La razón de mudarnos fue que mis padres tenían un restaurante muy famoso y en ese periodo, después de la muerte de Perón y con el país fuera de control, la intervención de los militares, el terrorismo, etc., se convirtió en algo muy peligroso. Para salir había que ir con guardaespaldas, y el restaurante se resintió. Mis padres tenían miedo por sus cuatro hijos, de que fuéramos raptados o cosas así. Así que como teníamos ya el pasaporte suizo, porque mi padre es suizo, decidieron venir a Suiza por tres años y volver cuando se acabase el lío. Cuando pasó ese tiempo y se acabó el dinero, teníamos que regresar, pero los cuatro hermanos dijimos que no. Ya de pequeños, desde el jardín de infancia, en mi casa se votaba muy democráticamente en la mesa. Es una cosa muy suiza involucrar a los hijos en todas las decisiones familiares. Así que votamos que no porque estábamos a gusto aquí, ya no necesitábamos el chófer que nos llevara al colegio, nos sentíamos más seguros… Era un paraíso para nosotros. Como éramos mayoría, mi padre decidió vender el restaurante a unos amigos por una cifra simbólica y empezó a trabajar en Suiza.

Entrevista a Alfredo Häberli, reflexiones sobre el trabajo

Imagen superior:  Alfredo Häberli por los pasillos de su estudio

 

¿Cuándo descubre Alfredo Häberli que quiere ser diseñador?

Empecé a estudiar arquitectura y entonces me di cuenta de que existía la profesión del designer. Gracias a Achille Castiglioni. En esa época sufrí mucho porque los suizos no entendían mi temperamento latino; yo era muy abierto, decía lo que pensaba y tuve muchos choques… Así que iba mucho a Milán en el tren de fin de semana, y en los italianos encontré la parte latina-argentina. Allí descubrí una serie de objetos que me gustaban, y siempre surgía asociada a ellos la cara de Achille. Entonces no sabía quién era, pero comprendí que detrás de un objeto había alguien que lo diseñaba. Antes pensaba que los objetos los diseñaban los que los producían, el fabricante; no se me había ocurrido pensar que existía esa profesión y que se podía estudiar en Zúrich.

 

¿Y directamente comenzaste a estudiar diseño?

Terminé primero los cuatro años de arquitectura y me puse luego a hacer las pruebas de ingreso para entrar en diseño, porque en la escuela suiza de aquella época de ciento ochenta estudiantes sólo podían entrar doce. Y resulta que yo obtuve ¡el puesto número trece! Fui a hablar con ellos, y me dijeron que el problema era que no hablaba bien alemán… Volví al año siguiente y entonces ya entré. Me dijeron que me habían admitido porque había sido el único que había repetido la prueba, los suizos no van dos veces, y consideraron que eso demostraba carácter, aunque seguía hablando mal el alemán. Me ofendió que les pareciera tan importante el idioma y me propuse demostrar que se podía ser buen diseñador a pesar de todo. Cuando terminé la escuela fui el mejor de todos; por eso, porque esa rabia me dio mucha energía.

Las ideas te pueden venir en cualquier sitio, pero al final las elaboro en el lugar de trabajo, con un croquis que puede venir de un viaje. Me gusta muchísimo viajar, pero el desarrollo es necesario que se haga en el estudio, donde estoy más horas que en mi casa”.
Alfredo Häberli. Zúrich (Suiza)

 

¿Y es entonces cuando te pones en contacto con Achille Castiglioni?

Sí, lo llamé por teléfono para agradecerle el haberme descubierto el camino. Le pregunté si podíamos tomar un café juntos y me dijo que sí, que fuera al día siguiente. Cogí el tren, fui a verlo y me pasé con él cuatro horas. De esta forma empezó una amistad muy interesante para mí. Ahí mismo le pregunté si podría trabajar para él, pero me respondió que no, que su estudio era muy pequeño, y lo más bonito sería que abriese mi propio estudio, que era algo muy duro pero la manera en que uno puede trabajar en sus propios proyectos.

 

¿Siguió Alfredo Häberli los consejos?

Absolutamente. Tomé el tren de vuelta y abrí mi estudio en 1991, una semana después de recibir el diploma. Él me lo dijo de un modo tan claro que no lo dudé. Para no suponer una carga en la familia quise pagar los costes del estudio yo mismo, y para eso me puse a trabajar como arquitecto haciendo montajes de exposiciones en el museo de diseño.

 

Pero en aquélla época ya sobresalías de tus colegas suizos…

Desde que era estudiante ya iba todos los años al Salone del Mobile de Milán, así que poco a poco había ido conociendo a otros diseñadores. A Mariscal, por ejemplo. Yo volvía del Salone y hablaba a mis profesores de Shiro Kuramata o de Cappellini. También me compraba revistas, estaba superinformado de toda la actualidad, mientras que en Suiza estaban obsesionados con la Bauhaus y la idea del “form follows function”. Entonces llegaba el argentino con la cabeza llena de estas cosas y se quedaban estupefactos. Mis padres trabajaban para Swissair, y eso me proporcionaba billetes gratis a todas partes; o sea, que todos los fines de semana me plantaba en Madrid o en Barcelona, a visitar a Alfredo Arribas o ir al Otto Zutz, para conocer todos aquellos clubs y restaurantes de los que hablaban las revistas y verlos en persona. También iba a Londres, donde tenía un amigo que me pasaba la lista de quién daba charlas allí: Rem Koolhas, Zaha Hadid, Nigel Coates, Peter Crook, Robert Wilson…, y allá iba yo a escucharlos.

 

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Imagen superior: Despacho de Alfredo Häberli

 

Eran los años ochenta, el momento Memphis, ¿no?

Sí, claro, conocí a Sottsass también, pero tengo que decir que Memphis no me interesó tanto, aunque es verdad que fue una liberación del dogma de la Bauhaus. Fue algo que hoy tendría que volver a suceder, porque se ha vuelto todo muy comercial. Faltan críticos del diseño, gente que empiece aquellas discusiones estimulantes que había antes con personas como Koolhas, que se peleaba verbalmente con cualquier arquitecto minimalista.

 

¿Para quién diseñó Alfredo Häberli sus primeras piezas?

Las primeras compañías para las que trabajé fueron Alias, Zanotta y Driade. Los iba a ver a Milán y me presentaba. En ese periodo todo era muy personal, había que hablar con la gente para enterarte de dónde estaban las cosas que había que ver, tenías que espabilarte e interactuar. Como era joven, todo el mundo me ayudaba. Las revistas eran importantísimas entonces porque no se conseguían en todas partes, por ejemplo en Barcelona compraba ARDI; eran vitales, tenían gran valor.
Otra que me encantaba entonces era The Face, con el diseño de Neville Brody. El caso es que pasaron cinco o seis años hasta que conseguí un primer proyecto, y mientras tanto vivíamos de las exposiciones y del trabajo de mi mujer, a la que había conocido estudiando. Cada Salone me apuntaba las diez compañías más interesantes, porque quería trabajar para ellas, para las más importantes, no para los segundos. Es con lo que soñaba y, de hecho, de esas diez trabajo hoy para ocho, porque las otras dos son competencia y no se puede. Uno tiene que soñar y esperar.

 

Pero Castiglioni no fue el único al que consideras entre tus maestros, también Bruno Munari es un referente para ti, ¿no es así?

Sí, pero a él lo conocí más tarde… Lo que sí fue un claro referente para mí es mi coche preferido. Lo único que me traje de Argentina fue una caja de coches Matchbox de juguete. Mi madre nos dijo que como solo íbamos a estar tres años en Suiza nos dejaba traer lo que cupiese en una caja de zapatos. Y la mía vino llena de coches. Ya viviendo en Europa supe que el diseñador de todos los coches que más me gustaban era siempre el mismo: Giorgetto Giugiaro. El más importante de los últimos cien años, que diseñó desde el primer Fiat Panda al Golf.

 

¿De dónde le viene a Alfredo Häberli esa afición por los coches?

Vivía cerca de un autódromo y de jovencito todo mi tiempo libre lo dedicaba a ver carreras. Como era el hijo del propietario del restaurante de moda, donde los pilotos iban siempre a comer, nos daban vía libre para entrar en todas partes. Así que además de Achille, está la figura de Giugiaro. Ellos son las dos personas que me enseñaron que el diseño era algo interesante.

 

¿Tu sueño de diseñar un coche lo hiciste realidad?

El principio de mi colaboración en el mundo del automóvil fue para Volvo, pero no fue con un coche, sino con un carro para niños que se usaba para bajar por la montaña, sin motor ni frenos, como si fuera un trineo pero con ruedas. Después sí hice un coche, pero no puedo hablar de ello porque es un proyecto interno para BMW. En ese sector son muy cuidadosos por el tipo de competencia. Los contratos son muy duros y todo se hace en secreto, pero es algo que está estipulado así desde el principio, así que lo asumí y por tanto no me importa no poder hablar de ello. Y en realidad, al final, ellos están haciendo su coche; utilizan muchas de mis ideas pero también han ido desapareciendo otras, así que finalmente el coche Häberli va a ser el coche BMW y basta. Esa es la forma de trabajar: usan tus ideas pero las involucran en su propio proyecto.

 

¿Es cierto que te compraron un año de tu tiempo?

Sí, trabajé un año en ello, con un grupo de doce personas, entre ingenieros y diseñadores, que eran mi equipo. Con ellos hice tres prototipos. Pero las decisiones finales las toma el Consejo de Dirección de la compañía.

 

Cuando entras en un proyecto de este tipo, en un mundo que no es tu especialidad, ¿te ven como un intruso?

La verdad es que mi personalidad ayuda. Trato de ser muy natural, muy directo y muy honesto, no me gusta ser el star designer, no me interesa ese rol, me gusta el proletariado, me gusta el trabajar y tener a todo el mundo al mismo nivel. Siempre trato a la gente de mi estudio al mismo nivel que yo; no quiero ser el jefe y ellos los empleados. Y así trato siempre a la gente, me viene de familia. Eso me ayuda. Al principio les impresiona porque soy el diseñador más conocido de Suiza, pero después se dan cuenta de que soy tan normal como ellos. Pero también pido mucho, a los ingenieros, a los diseñadores les pido la sabiduría de la cultura, que conozcan la historia. Pienso que si uno se pone a trabajar en la moda, por ejemplo, tiene que conocer un poco de historia de la moda. Si voy a Marrakech para visitar el museo de Yves Saint-Laurent, antes intentaré leer algún libro sobre su obra. Me gusta tratar la historia con respeto.

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Imagen superior: Alfredo Häberli y Adrian van Hooydonk

Proyecto Spheres para BMW

En el proyecto Spheres para BMW me dieron libertad total. Así conseguí entrar en el sector del automóvil y analizar los problemas que tiene. El tema era la movilidad del futuro asociada al lujo, que es una de sus preocupaciones: cómo van a cambiar los coches cuando dejemos de conducirlos nosotros mismos.
Me sumergí en la forma de pensar de esa industria pero lo traté desde un punto de vista totalmente distinto. Les dije que no tenían que hacer un coche, sino algo que fuese un poco barco, un poco avión, o casa, un ambiente que a lo mejor tiene solo una rueda. El coche visto de dentro a fuera, porque en realidad es en su interior donde pasamos gran parte de nuestro tiempo. Cuestioné muchas cosas en relación con el futuro a partir de la idea de que lo vamos a tener todo en los dispositivos electrónicos, desde cómo cambiarían las casas hasta la ciudades y sus calles. Y eso les gustó muchísimo, porque no siendo una persona del sector, pensando distinto, conseguí plantear muchas preguntas, tener una visión diferente. Eso es lo que les llevó después a involucrarme en el proyecto de un coche. Y es que esto pasa en todas las industrias, que de tanto que saben se paralizan; necesitan que alguien de fuera con una óptica diferente empiece a hacer preguntas. Al final hicimos un libro y una exposición que se titula ‘Spheres. Perspectives in precission and Poetry’, donde les digo que hay que tener una visión, aunque no se sepa aun cómo vas a encontrar la solución. Por ejemplo, cuando veo esos vehículos de dos ruedas que llevan los turistas que van de pie, todavía no comprendo cómo funcionan, y estoy seguro de que al tipo que los inventó le dijeron que eso era imposible, pero él tuvo la idea y después se rompería la cabeza para desarrollarla. La visión es muy importante. No hay que renunciar a soñar. Ha sido un proyecto muy bonito en el que trabajé junto a Adrian van Hooydonk, director de diseño en BMW. Nos hicimos amigos y llegamos a participar juntos el rally Mille Miglia de coches antiguos. Me pidió que diseñara nuestras chaquetas y gustaron tanto que al año siguiente las hicimos para los doce coches del grupo”.

¿Prefieres ese tipo de proyectos donde no estás en tu medio habitual?

Eso es algo que me gusta muchísimo, hacer proyectos muy distintos entre sí y entrar en otros ámbitos diversos. Ahora me acaban de pedir “la cocina del futuro” para la próxima feria de Colonia. Para eso me fijo en cosas como el hecho de que la gente de mi estudio cocina aquí, pero en su casa no lo hacen… Y todos cocinan muy bien, por cierto. Se habla mucho de la comida en mi estudio, y es algo que me interesa un montón. Además, usamos la terraza para comer cuando hace buen tiempo o para tomar café en el descanso de la mañana o la tarde. Tenemos sombrillas y plantas para que sea agradable y lo disfrutamos siempre que se puede. Por ejemplo, si tenemos una reunión de trabajo, muchas veces la hacemos fuera, ya que para tener una larga discusión sobre un tema, con un papel y un lápiz tenemos de sobra.

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Imagen superior: Interior de la oficina de Alfredo Häberli

Volviendo a Achille, ¿qué era le interesa a Alfredo Häberli de sus productos, por qué te llamaban la atención?

Lo que más me sorprendió de sus diseños era los que usaban el tema del ready-made, como el Mezzadro para Zanotta, la Sella o la Toio de Flos, que usan un asiento de tractor, un sillín de bicicleta o una caña de pescar. Yo los veía y pensaba que era algo que también podría hacer. Y además tenía “chispa”, había en él algo lúdico, que daba idea de que era una persona que no se lo tomaba todo tan en serio. Piensa que yo estaba en una escuela suiza donde todo era superserio y gris, casi sin colores, el rojo se usaba para indicar peligro y basta. Así que echaba mucho de menos esa parte latina.

 

De hecho, Munari, que es otro de tus referentes, también comparte ese lado irónico…

Sí, claro, a él lo conocí más tarde, cuando me hice cargo de su exposición y su libro en 1995. Sobre mi mesa tengo “La Pennellessa”, una brocha de pintor con trenzas reconvertida en bailarina, cuyo nombre viene de “belleza” y “pennello”. ¡Algo tan simple! Aprendí mucho de él, pero sobre todo a ser muy humilde, en el trabajo y en las ideas. Sus sculture da viaggio están hechas de cartón.
Munari creía que las esculturas no tenían por qué ser de materiales pesados y ricos, para alardear de su valor; una escultura también puede ser de cartón y si además se puede plegar te la puedes llevar en el bolsillo y colocarla en el hotel personalizando tu habitación. Él lo explicaba todo así, de un modo muy claro y sencillo.

 

También hizo muchos libros para niños.

Sí, la gente decía que los niños no sabían leer, pero él respondía que claro que sí, que solo había que ofrecerles los materiales y ellos ya se inventarían las historias. Solo hay que preguntarles qué es lo que ven. ¡Y ellos ven tantas cosas! Él lo cocinaba todo en su modo esencial; es como Achille, que sabía contar historias muy bien, de un modo muy sencillo. Eso a mi me atrajo especialmente porque hablo seis idiomas pero ninguno bien, así que me acostumbré a decir frases simples, a no hablar tanto y a tener un mensaje claro con pocas palabras.

 

Alguna vez has dicho que cuando los italianos dicen de algo: “Che bello”! ya lo están diciendo todo, no necesitan más… Pero en el fondo esa es una visión un poco superficial de las cosas, ¿no te parece? Una referencia al aspecto estético solamente.

No es así como lo percibe un italiano. Esa expresión en boca de personas como Riccardo Sarfatti, Italo Lupi o Enrico Astori es algo más que el aspecto superficial, es una forma de reconocimiento para un buen trabajo. Y tiene que ver también con el background de quien lo dice, una persona culta lo usa de esa manera.

 

¿Hay todavía otro maestro para ti?

Claro, Enzo Mari! Cuando me dedicaba a diseñar exposiciones empecé a proponer al director del museo muestras que se podrían hacer. Una exposición sobre Mari fue una de esas ideas, y me propuso si quería ser también el comisario. Sugerí sumar a Bruno Munari con toda la historia de Danese. Pero Mari dijo que no, porque siempre era considerado como el “hijo” de Munari, algo que a él le dolía un poco porque su trabajo era muy diferente. Así que me pidió que hiciera primero la muestra sobre Munari y después la suya.
Yo iba a visitar a Enzo Mari a su estudio cada dos semanas más o menos, hasta que me di cuenta de que si seguía hablando con él no llegaría nunca a ser diseñador. A pesar de ello, lo quiero muchísimo. Le hice sonreír. Para mí es uno de los más importantes maestros que han existido.

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Imagen superior: Interior del estudio de Alfredo Häberli

¿Por qué?
Por todo lo que ha inventado, por la lucidez impresionante de sus proyectos, como el puzle de los dieciséis animales o los libros que escribió. Es una persona superinteligente, que comprende la complejidad de la política, de la industria, de la economía…, son cosas que él pone en relación. Sus ideas son muy complejas, es casi como un Leonardo da Vinci, un verdadero investigador, muy profundo, y eso es difícil de comunicar hoy en día en las revistas. Pero Mari no se conforma. Cuando lo visitaba como estudiante él quería que yo lo entendiera. Lo primero que me dijo fue: “Usted, tan joven, ¿tiene el coraje de decir que es diseñador?”. A mí me fascinaba porque veía que tenía razón, pero a la vez me asustaba. Cuando nació mi hijo me regaló una serigrafía con la hoz y el martillo. Y me dijo: “Alfredo, tú que no entiendes nada de política, por qué no cuelgas este cuadro delante de la cuna de tu hijo, así por lo menos habrá uno que entienda en tu familia”. Yo no me atreví a colgarlo y se lo regalé a mi hijo el año pasado, ahora que es adulto. El caso es que ¡él es totalmente de izquierdas! Zanotta también me regaló el asiento de tractor de Achille para él. Y en Iittala, los pájaros de Oiva Toikka. Increíblemente, hoy mi hijo es jardinero, tiene alpacas y gallinas. Todo esto es mi pasado, es por eso que yo tampoco soy muy rápido en mis trabajos, me interesa la historia. Los jóvenes ni se dan cuenta de que existe la historia, de lo que es el pasado; empiezan a copiar a Memphis y ni siquiera se dan cuenta de lo que están haciendo, lo que les atrae es su aspecto

 

Dibujar, ¿es así como empiezan tus proyectos?

Sí, dibujo mucho. Mi abuelo suizo era deportista y artista y, cuando mis padres salían a bailar los fines de semana, nos quedábamos en su casa y nos hacía dibujar. Por ejemplo, espirales, hojas y hojas de espirales.
Me di cuenta de que servía para dejar la mente en blanco. Después de eso salíamos a dibujar y casi no hablábamos. Esos fueron para mi algunos de los momentos más bonitos de mi infancia, por eso siempre digo que observar es la forma más bonita de pensar: no importaba no hacerlo bien, sino intentarlo. Para mí el dibujo es una forma de meditar; no dibujo sólo para tener una idea para una silla sino que estoy en Cerdeña y me pongo a dibujar las plantas, sin verlas. Es algo que me gusta mucho. formal, lo ven como un estilo.

 

También tienes unos libros de collages.

Sí, tengo dos o tres libros donde recorto colores sacados de revistas de moda y los combino de nuevo de distintas maneras. Eso es algo que uso después, cuando tengo que hacer cosas como un textil para Kvadrat, por ejemplo, y busco asociaciones que me interesen.

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Imagen superior: Interior del taller de Alfredo Häberli

 

¿Nunca tuviste la tentación de ser artista?

Cuando era joven me fui unos meses a Mallorca porque quería ser artista. Me llevé dos maletas, una con ropa y otra con pinceles, cuadernos, etc. Esa segunda maleta no la abrí nunca. Me enamoré de las personas que vivían en la isla y me dediqué a jugar al tenis y a divertirme. Después me di cuenta de que si no había abierto aquella maleta estaba bastante claro que no iba a ser artista.

 

Te han llamado “el playboy del diseño”, ¿eso es algo que te gusta o te molesta?

Fue cuando me dieron un premio en la revista alemana Architektur und Wohnen. Para la exposición que hicieron dejé fotografiar los modelos de mis cochecitos Matchbox y los mandé imprimir a tamaño real, cosa que quedó de lo más surrealista. Delante ponía la lámpara, el sofá o la pieza que fuera, y explicaba de qué modo el coche había sido la inspiración para esa pieza, a veces un color o una curva. Supongo que también buscando similitudes, a la directora de la revista, Barbara Friedrich, se le ocurrió compararme con un playboy al estilo de George Clooney. No he sido el único. Otros dicen que si yo soy el George Clooney del diseño, Konstantin Grcic es el Woody Allen, por las gafas, y Ross Lovegrove sería el Sean Connery de la profesión.

 

Morrison y Grcic parecen muy afines a ti y a tu trabajo… ¿Cómo es vuestra relación, os consultáis cosas?

Bueno, sobre todo al principio. Jasper abrió unos tres años antes que nosotros, así que tenía más experiencia en negociar, por ejemplo, y cuando empezamos a firmar nuestros primeros contratos, le consultábamos cuánto cobraba por una cosa o por otra. Entonces nos visitábamos más en los estudios, nos contábamos los proyectos, teníamos más tiempo. Ahora no se puede.

 

¿Cómo es la relación que estableces con los clientes?

Mis clientes ya no son clientes, para mi son compañeros, amigos, por eso siempre digo que solo trabajo para gente que me gusta. Porque al final pasas mucho tiempo con esas personas, vas a comer y a cenar juntos y tienes que confiar en ellos. Yo soy muy honesto, firmo los contratos, pero daría igual: si te digo que entrego mi trabajo tal día, te aseguro que ese día lo tienes. Me gusta mucho una forma de ser muy correcta.

 

Se dice de ti que cuando presentas un proyecto a una empresa, si lo rechazan, no lo llevas a otra…

Es por eso que me gustó el modelo de Achille: él hacía lámparas para Flos, muebles para Zanotta, accesorios de cocina para Alessi, pero nunca lo mismo para todos. Me gusta ese concepto, es un modo de no confundir entre competidores. Pero eso ya no es así, porque hoy todo el mundo quiere trabajar con todos… Sobre todo trato de no copiarme a mí mismo, de no hacer productos similares en empresas diferentes. Cuando ideé la silla Segesta enseguida vinieron otras compañías a pedirme una parecida. Les decía: no, te hago una cama, pero no otra silla igual. Lo veo continuamente en otros diseñadores y no me gusta, bajo mi punto de vista lo encuentro poco inteligente. Es una cuestión de respeto y, en ese sentido, me gusta ser un gentleman. Hago tejidos para Kvadrat, por ejemplo, pero no me pondría a hacerlos también para Marimekko. Es algo un poco old fashion pero me gusta que sea así y hasta ahora me ha funcionado bien. También es verdad que me gusta trabajar en proyectos diferentes porque a lo mejor no tendría tantas ideas para sillas diferentes y al final tendría que acabar repitiéndome.

 

Tu estudio tiene una terraza y está una zona tranquila.

Es un área de Zúrich que se llama Seefeld, que quiere decir lago o campo. Hace solo veinte años era la zona donde estaba la prostitución pero ahora es muy burguesa, habitada por parejas jóvenes sin niños y con buen nivel de vida. Una zona residencial muy cercana al lago donde puedes ir a comer o a bañarte, con muchos árboles.

Entrevista a Alfredo Häberli, reflexiones sobre el trabajo

Imagen superior: Interior de la oficina de Alfredo Häberli

¿Cuánto tiempo llevas aquí, en este espacio?

Unos quince años más o menos. Elegí este lugar porque vivo cerca, a este lado del lago. Antes estaba en la parte industrial de la ciudad, en un espacio muy bonito, pero se destruyó para hacer apartamentos. Este estudio de ahora fue antes un laboratorio donde todos los objetos que funcionaban con electricidad pasaban un control para darles el certificado de que estaban bien. Es algo que se hacía en toda esta área. La zona se renovó y se construyeron apartamentos, pero hay una mezcla bonita porque también hay oficinas, así que por la noche no se queda vacío y siempre hay vida. Y el estudio es el resultado de una obra de renovación que hicimos nosotros mismos.

 

¿Cómo serán los lugares de trabajo después de la COVID-19?

En los últimos años han surgido muchas nuevas visiones del área de trabajo, de los espacios abiertos hasta el salón- oficina, que ahora tendrán que adaptarse al contexto actual. Por el momento son temporales, manipulados y nacidos de la necesidad. Las principales preguntas serán: ¿Cómo se establecerá la oficina en casa en los próximos cinco o diez años? ¿Se han reconocido ya las ventajas y desventajas? ¿Trabajaremos en grupos repartidos en días o semanas? ¿Serán los lugares de trabajo constantemente reasignados, dependiendo del tipo de trabajo y del tiempo que se pase en la oficina? ¿Cuánto pagará el empleador a la oficina en casa? ¿Cómo se resolverá la cuestión de la ergonomía del lugar de trabajo cuando se trabaje desde casa durante varios días? ¿Qué importancia tiene esto? ¿Qué influencia tiene el aislamiento en el alma humana cuando la interacción personal es esencial? ¿Qué tan poco o qué tanto contacto personal es útil? Todavía hay un sinfín de preguntas y muchas incógnitas.

 

¿Habrá cambios importantes?

Pienso mucho en los cambios que nos esperan. Como diseñador, tengo grandes esperanzas y estoy firmemente convencido de que los trabajos y los lugares para desarrollarlos serán aún más importantes. Con esto quiero decir que las empresas deben ofrecer un lugar de trabajo que sea integralmente “seguro”, para el beneficio de toda la fuerza laboral y de la sociedad. Al mismo tiempo, el empleado debe ser más flexible y debe acostumbrarse a trabajar en horas no pico y desde su casa. Aún no sé cómo será esta nueva fórmula en detalle, pero estoy convencido de que, gracias a un degrowth, que ahora nos ha llegado a la fuerza, existe la posibilidad de crear una sociedad más equilibrada y, por lo tanto, más sana. Y el diseño será enormemente importante en este proceso.

 

Tu mesa de trabajo es un diseño de Carlo Mollino. ¿Por qué la elegiste?

En realidad fue un regalo de alguien para compensarme por un trabajo. Esa es la mesa en la que dibujo, el ordenador solo lo uso para ver el e-mail y no está ahí, está aparte para no estar pendiente de él. Así me concentro en mis dibujos y en la búsqueda de ideas. Esa mesa me sorprende a mí mismo, porque siempre estuve en contra de las mesas de vidrio; las veía frías, pero, trabajando en ella, me he dado cuenta de que me gusta, tiene algo de flotante, los dibujos puestos encima parecen flotar. Algo que siempre hago es darle a la gente que trabaja en el estudio una mesa grande. Yo me muevo de una mesa a otra para comentar los proyectos en los que están trabajando, casi como un profesor. Sigo los proyectos muy de cerca y de forma constante; cada uno de ellos tiene un proyecto entre manos y yo voy detrás con el lápiz para corregir lo que no está bien.

 

¿Tu mujer trabaja contigo?

Lo hizo durante años, pero ella tiene ahora su propio estudio de diseño gráfico, de modo que ahora trabaja en sus propios proyectos, aunque en ocasiones colaboramos juntos, en el diseño de hotel 25hours, por ejemplo.

 

¿Cuántas personas trabajan contigo?

Cuatro o cinco. Podría crecer pero no me interesa, porque con este tamaño de estudio hago lo que realmente quiero. Ya no tengo obligación de trabajar. Digamos que tuve suerte con los royalties, me va bien, y si quisiera podría dejar de trabajar, pero no quiero tener la necesidad de nuevos proyectos para poder pagar a los empleados, sino porque me guste hacerlos, cobrando claro, pero si no me interesan no los hago.

 

¿Y cuánto tiempo suelen durar los asistentes en tu estudio?

¡Años! ¡Si casi los tengo que echar! (risas). Theo lleva ahora casi dieciocho años conmigo, es el que más tiempo ha estado. Los demás también llevan unos pocos años, como Sebastian y Dominic, pero van y vienen, empiezan como estudiantes, se van a otras ciudades, vuelven… Siempre sigo en contacto con los que son buenos, si vuelve a surgir la oportunidad de que entren de nuevo en el estudio, así se hace.

 

¿Cómo los eliges? ¿Te interesa que complementen lo que tú haces o que se parezcan a ti?

Al principio, cuando abrí el estudio, pensaba que tenían que ser como un calco mío, pero después me di cuenta de que lo que hay que hacer es lo contrario: elegirlos por cosas que uno no tiene. Por ejemplo, los que tengo ahora: hay uno con el que me entiendo muy bien con los colores o las texturas; otro es el genio de los ordenadores, las animaciones, ese tipo de cosas; y el tercero es muy bueno con las maquetas. Cada uno hace su papel y tiene sus cualidades. Pero en general tienen que hacer todos de todo, tienen que ser multitalento en distintos sectores porque los proyectos son muy diversos y hay que saber adaptarse. Claro que eso lo aporto yo con mi experiencia, el entrar en sectores completamente nuevos o hacer cosas más teóricas que prácticas, que no son un producto mismo. En ese sentido yo hago el papel de director y ellos son parte de la orquesta, pero cada uno toca su instrumento.

 

Con un estudio tan pequeño, ¿cuántos proyectos es capaz de desarrollar  el estudio de Alfredo Häberli al año? Y ¿qué haces cuando llega uno grande como el 25hours Hotel Zürich West, cómo adaptas el estudio a esa mayor cantidad de trabajo?

Más o menos son unos veinte proyectos por año. En el mismo periodo suelen coincidir doce o trece proyectos de forma paralela. Cuando tengo que trabajar en algo grande como el hotel, recurro a la gente que conozco, por ejemplo exasistentes que a lo mejor no tienen tanto trabajo, y organizo con ellos un grupo nuevo. A veces entran en el estudio, si hay sitio, pero también puede que estén en sus propios espacios y soy yo el que los visito, como una oficina externa. Con el hotel, por ejemplo, trabajé con tres arquitectos externos que tenían su propio estudio, adonde yo iba a verlos.

 

¿En un proyecto así se puede mantener la pasión por el trabajo igual que el primer día?

Sí, pero, cuando lo terminé, estaba exhausto. Cuando vi el hotel de Gio Ponti o el de Jacobsen en Copenhague pensé que si estos “viejos” pudieron hacer toda la obra yo también lo haría. Así que diseñé desde el picaporte hasta los cuadros, y claro, fue un trabajo inmenso. Seis pisos y ciento sesenta habitaciones. Además de hacer el interiorismo proyecté ochenta nuevos diseños solo para el hotel, y todo ello en tres años.

 

El estudio está lleno de objetos encontrados, tanto en la paredes como en los estantes.

Son objets trouvés, cosas que me llaman la atención por distintos motivos. En este elemento, por ejemplo, veo una máscara, pero en realidad es un artilugio para colgar zapatos, aunque tardé años en descubrir para qué servía. Aquí tengo un metro para coser que es para ciegos, lo que quiere decir que los ciegos saben coser; increíble. Me gusta el encontrar cosas que tienen ingenio. También tengo muchos productos de Enzo Mari. Son todo cosas históricas que me interesan para aprender o para explicar cosas a mis asistentes. Por ejemplo, una máscara de fútbol americano que compré en Nueva York en los años 80 y que fue la idea para una silla que se llama “Alambre”; o un guante que me inspiró para una serie de telas por su colorido, que compré en España.
En el techo está colgada una piragua que tiene cincuenta años y está producida aquí mismo, al otro lado del lago, toda en madera y de quince metros de largo. Aquí tengo un embudo de Berlín, un producto de la industria química. Me pareció interesante, pensé que podría ser otra cosa, y se convirtió después en la tetera que hice para Georg Jensen. Y mira, aquí está el coche Iso Grifo, azul turquesa, diseñado por Giugiaro, su parrilla inspiró el respaldo de la silla Segesta.

 

El estudio como almacén

“Mi estudio, como decía Goethe, es un gabinete de curiosidades. Es algo que me quedó desde que visité por primera vez el estudio de Achille Castiglioni, que era parecido: esa idea de descubrir cosas en tu propio lugar de trabajo, verlas con tus propios ojos, pero de otra manera. Así empecé a coleccionar objetos que muchas veces ni sabía para qué se usaban pero que de alguna forma me inspiraban, y a lo mejor muchos años después se transfieren a una silla o en una idea para otra cosa. Es como una batería llena de energía que tienes ahí a tu disposición”.

También hay objetos diseñados por Alfredo Häberli, pero no tan conocidos.

Sí, porque también hacemos cosas industriales complicadas, como este aparato, que sirve para batir la clara de huevo y que la yema se queda arriba, o puedes cambiar las paletas y hacer mayonesa, por ejemplo. Son cosas que no se publican tanto porque a las revistas les interesan menos. Mi madre coleccionaba platos, y estos chismes los usaba para colgarlos; a partir de ellos hice yo después una lámpara usando el mismo sistema, fueron mi inspiración. Y aquí tengo el primer objeto de plástico de los años cincuenta para afeitarte, que tiene un mecanismo especial. Este es el tipo de objeto que me interesa, cuando hice la Segesta fue la primera vez que se usó ese mismo plástico en una silla. Estudiar ese tipo de objetos nos ayuda a inventarnos algo nuevo.

 

¿Cuando te vas de aquí por las noches sigues trabajando en casa? ¿Tienes allí un segundo estudio?

Sí, pero trabajo de otra manera: busco ideas, dibujo más, estoy más libre. Aquí tengo a los asistentes, a los que tengo que seguir, corregir, ajustarme a las fechas de entrega, etc. En casa eso adquiere un matiz más de hobby, es otro modo de hacer, más libre; son cosas que me vienen a la mente y que no tienen nada que ver con lo que estoy haciendo. El viernes me fui a esquiar con mi hija y me he dado cuenta ahora de que también es bueno desconectar, es algo que he ido logrando con el tiempo y de lo que estoy muy contento, de no ser tan posesivo con el diseño. Tengo tantos intereses, tantas cosas interesantes que ver y amigos que frecuentar, que ya no me veo con esa obligación de hacer más y más y más…

¿Qué ha diseñado Alfredo Häberli, para Andreu World?

“Para Andreu World he diseñado un sofá modular que se puede configurar de diversas maneras; es casi un ‘no-diseño’. El detalle interesante surge en los bordes, el sitio donde se juntan dos planos. Parece un cubo serio, pero como es blando, cuando te sientas se abre la tela y sale un color en el ángulo, desde dentro de la costura. Está pensado para usarse en sitios públicos pero de algún modo un poco más acogedor y cómodo, como si estuvieras en tu casa.

 

El teletrabajo

Desde hace unos años se ve esta tendencia de que, al tener aparatos electrónicos, podemos seguir trabajando desde casa. De hecho, hace unos años hubo empresas que probaron con el teletrabajo y no siempre funcionó, porque también hace falta la motivación que se genera en las oficinas entre colegas. Hay que ser muy disciplinado; si no es imposible trabajar desde el hogar, donde tienes mil distracciones. A la gente también le faltaba el compañero de trabajo, la interacción con los otros, así que eso no funcionó tan bien”.

 

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Entrevista a Alfredo Häberli, reflexiones sobre el trabajo

Imagen superior: Versión inglesa del libro Diálogos sobre el Trabajo donde aparece esta entrevista de Alfredo Häberli

 

Está entrevista ha sido cedida por la compañía Andreu World. Es un texto extraído de libro: Diálogos sobre el trabajo
Una publicación que ha sido dirigida por Ramón Úbeda, con entrevistas realizadas por Ana Domínguez Siemens.
Está editado por Andreu World y publicado por Edhasa, en español e inglés. Dirigido por Ramón Úbeda, con entrevistas realizadas por Ana Domínguez Siemens.

En el libro además de Alfredo Häberli, se incluyen conversaciones con otros conocidos diseñadores: Philippe Starck, Patricia Urquiola, Giulio Ridolfo, Piergiorgio Cazzaniga, Alberto Lievore, Benjamin Hubert y Jasper Morrison

“Les hemos pedido que nos abran las puertas de sus estudios, pero no para que nos muestren todo lo que han hecho, que ya está sobradamente documentado y publicado, sino para que nos expliquen con sus propias palabras como lo hacen en la práctica y poder aprender de ellos. Por qué han escogido un lugar del mundo y no otro para instalarse, de qué forma trabajan y cómo organizan laboralmente sus empresas.” nos explica Jesús Llinares CEO de Andreu World