SEGUNDA PARTE DE LA CRÓNICA DE LO VISTO EN SITGES, por Marc Muñoz
(Si quieres echa un vistazo a la primera parte de la crónica pincha aquí).
La crisis de la mediana edad
Otro de los temas que con más insistencia sobrevolaron las películas proyectadas fue la recurrente crisis de la mediana edad. A la ya citada A glimpse inside of mind of Charles Swan III que presenta un caso claro del síndrome de Peter Pan, aquí reluciendo y resquebrándose a través de una ruptura sentimental, hay que añadir la versión más melancólica, divertida y alocada que propone el dúo británico Edgar Wright y Simon Pegg en Bienvenidos al fin del mundo (The World’s End). Una comedia alrededor de un grupo de cinco amigos que se reúnen 20 años después de su último encuentro, auspiciados por el empeño que demuestra el alocado cabecilla, que a sus 40 y pico sigue sin asentar la cabeza, en completar la ruta de los 12 pubs que dejaron sin terminar cuando eran jóvenes. Más allá de ser una comedia etílica que, como viene ocurriendo en otras pelis del tándem, vira hacía el fantástico, en esta ocasión, en una mezcla entre La invasión de los ultracuerpos y El pueblo de los malditos, la película pone de manifiesto, a través del dibujo de sus personajes, la incapacidad para adaptarse a normas y exigencia sociales, y la dificultad de algunos para cruzar la frontera de la eterna adolescencia para instalarse en el aburrido mundo adulto. En otra línea, mucho más bizarra, delirante y perversa, se puede enmarcar el debut en la dirección de Randy Moore. Escape from tomorrow llegaba a Sitges con cierta aureola de culto tras saberse que la película había sido rodada de forma clandestina en Disney World sin el permiso del gigante norteamericano. A partir de eso, y gracias a la premisa de una familia que pasa unos días en el parque de atracciones para ser testimonios directos del desmoronamiento psíquico del patriarca, no hacía más que avivar las expectativas. Sin embargo, y pese a su perturbador y fascinante aspecto formal, la película de Moore se resiente a causa de una línea argumental que es todo un despropósito, añadiendo vías narrativas que no conducen a ninguna parte y que pone sobre relieve la fragilidad narrativa de la propuesta, como si el significado que el director ha sido incapaz de articular lo tuviera que construir el espectador con elementos inconexos y disparatados. Sin embargo, lo más destacable de la cinta, casi en un tono burlón y desquiciado, es ver cómo el matrimonio de la pareja se pone a prueba cuando la mitad masculina empieza a dejarse llevar por la lujuria y la perversión en la cuna del entretenimiento familiar, convirtiéndose así en la antítesis del templo guardián de los valores familiares que todos le asignamos. De forma tangencial, The Congress, la nueva producción de Ari Folman y uno de los platos fuertes de la edición de este año, también lidia con la crisis de la mediana edad. Esta vez más patente y reconocida a través del drama de una actriz, la propia Robin Wright interpretándose a sí misma, quien cansada de no recibir papeles y no poder trabajar, decide vender su imagen a un estudio para que le hagan una réplica digital.
Low cost
Si el señor Montoro sigue esparciendo perlas con sus comentarios, y el gobierno español tirando piedras sobre el tejado de la industria cinematográfica española es posible que todo el cine español entre en la etiqueta “low cost”. La cual se define por desarrollarse desde presupuestos ínfimos, uso de equipos DSLR, normalmente con actores no profesionales, con los propios directores desdoblándose en diferentes funciones, y compartiendo señas y un impulso de tirar adelante sus proyectos pese a las dificultades del momento y el descalabro de la industria. En Sitges pudimos ver la última muestra de uno de sus máximos representantes, Juan Cavestany, quien sedujo con Gente en sitios. Dividida en multitud de pequeños fragmentos, Cavestany empieza su mirada a gente mundana y a la crisis económica desde el post humor (otro de los rasgos de este tipo de cine): un humor incómodo, irreverente, y hasta surrealista. Sin embargo, el film pierde algo de fuelle a partir del momento en que añade gotas amargas a las historias, y dibuja en trazo grueso su preocupación por los tiempos de la crisis que padecemos. Aunque solo por el carrusel de actores de primer nivel que se prestan para el proyecto, merece un visionado. También en esos términos encaja, Escape from tomorrow, rodada con actitud de cine de guerrilla, y sin el permiso de la Disney, así como la también mencionada Hooked Up, la primera película rodada íntegramente con smartphone.
El baile de los vampiros
De todas las criaturas que pueblan los universos del fantástico y del terror, la que ha tenido más presencia este año en la localidad catalana son los vampiros. Los chupa sangres han copado la atención de directores de relumbrón. Es el caso de la vuelta al tema del irlandés Neil Jordan, tras Entrevista con el vampiro. Su Byzantium es un cuento clásico entre dos épocas, de dos mujeres vampiro guardando su condición en un hotel barroco, desde la vertiente gótica y la estampa más clásica de esta criatura. También hay trazos de ellos en la vergonzosa All Cheerleaders Die de Lucky McKee y Chris Sivertson. En ésta se pretende dar un vuelco a todos los clichés del cine juvenil, cuando en realidad se termina recurriendo a ellos de la forma más perezosa y conservadora, a través de la historia de unas “cheerleaders” que buscan vengarse de sus compañeros masculinos tras un trágico accidente que las convierte en una mezcla de vampiros, no-muertos y adoradoras wicca. Mucho más interesante, de hecho cabe situarla en lo más notorio del festival, resultó la personal e inusual aproximación de Jim Jarmusch en Only Lovers Left Alive. Una historia de amor entre dos vampiros, él un músico deprimido (Tom Hiddleston), que piensa en quitarse la vida, mientras vive escondido en el fantasmal Detroit. Ella (Tilda Swinton) una mujer misteriosa que vive en Tánger y que irá al encuentro de su ex amado. La grandeza de la propuesta de Jarmusch estriba en presentar a unos vampiros humanizados atrapados en un mundo en decadencia y desalentador, y en utilizar el amor milenario que profesan como arma contra la deshumanización de la especie, una humanidad a los que los propios chupasangres subrayan su “zombificación”, denotando con ello altas cotas de humor, en un filme plagado de referencias, y amor por la música.