“FUR” - YAY

LA BANDA MADRILEÑA NOS DEVUELVE A LOS NOVENTA A BASE DE DISTORSIONES NOISE

Como era de esperar, con el comienzo de la década actual sobrevino un revival noventero en el que aún estamos inmersos -ya saben eso que dicen de que las corrientes culturales regresan cada veinte años. La época de la que renegábamos al comienzo del milenio comenzaba a ser reivindicada, produciéndose una regresión que nos devolvía los vaqueros rotos y las chaquetas de lana. Algunas voces incluso han pretendido establecer un paralelismo entre la Generación X y el desencanto de la juventud actual. Quién sabe. Ciñéndonos al plano estrictamente musical, basta con echar un vistazo al cartel de festivales como el Primavera Sound para comprobar cómo los cabezas de cartel no son ni más ni menos que grupos de culto de aquella época que, bien sea por razones económicas, nostálgicas o meramente lúdicas, han decidido reunirse y satisfacer la demanda del público. No sólo eso, sino que son las bandas de nuevo cuño las que dirigen sus oídos hacia estas influencias en un ejercicio de recuperación y renovación con desiguales resultados.

Una de estas bandas es YAY, quinteto madrileño que cuenta entre sus filas con Hilda Hund como vocalista y cerebro del proyecto, Alfonso Herrero a la guitarra, José Merodio al bajo, Leticia Montesdeoca (el Ártico) a los teclados y coros y Julia Martín-Maestro (Rufus T. Firefly, Renomo, Penny Necklace) a la batería. Fur es el segundo álbum de la banda, que llega tras un importante cambio de formación -pasando del trío al quinteto- y con la misión de consolidar una identidad propia basada en sus múltiples influencias. Y es que la ventaja de recuperar sonidos pasados con la perspectiva que da el tiempo es la capacidad de escoger lo que funciona y desechar los errores. Así, a lo largo de los diez cortes que componen Fur somos capaces de encontrar distorsiones shoegaze que podrían firmar los Smashing Pumpkins (Let me be gone), estructuras imposibles como las de Sonic Youth (Such a waste) y hasta melodías de los Radiohead más intimistas (Aerial). Pero sería muy superficial quedarse únicamente con las referencias más conocidas, y buceando un poco más es posible reconocer toques del movimiento rrriot girl de Sleater-Kinney (Nobody) o a la mismísima Juliana Hatfield en el tema que mejor resume la esencia del disco, Love is a squirrel, de crecimiento apabullante y final destructivo. Una selección de influencias que se muestra sin vergüenza alguna, reclamado por derecho y que ayuda a comprender el imaginario intrínseco del grupo.

“FUR” - YAY

Y si el sonido de Fur es una oda al rock alternativo de los 90 -conseguido en parte gracias a la producción del omnipresente Manuel Cabezalí-, el discurso que se superpone a él remite directamente a la misma década a base de pasajes autorreflexivos, recuerdos de una adolescencia -quién sabe si más feliz- e imágenes oníricas. Pero es precisamente en la forma de transmitir ese discurso donde Fur no acaba de encontrar su sitio. Las guitarras noise, capaces de transmitir una fiereza y agresividad necesaria, no se encuentran correspondidas por una voz excesivamente lánguida, más preocupada de rozar la perfección lírica que de conseguir empatizar con el mensaje, provocando en ocasiones la sensación de estar escuchando dos pistas totalmente diferentes, una vocal y otra instrumental, cohesionadas por la casualidad. No obstante, Fur es un excelente punto de partida para una banda que aún tiene espacio para encontrar su sitio y continuar reivindicando una época que, le pese a quién le pese, fue igual de buena que las anteriores. O más.