HAVALINAFoto: Iris Banegas

AGRIETANDO EL CEMENTO

Sal a la calle y mira a tu alrededor. No importa donde estés, siempre vas a ver lo mismo. Asfalto, alquitrán, cemento. Un manto de color gris. Pero haz un esfuerzo y fíjate más, agáchate, presta atención. Si miras muy de cerca verás como de vez en cuando, en el lugar más inesperado, se abre una grieta. No es muy grande, pero la hierba que brota de ella es fuerte, perseverante, decidida, y está dispuesta a seguir creciendo. “Islas de cemento” (Origami Records, 2015) es la última entrega de Havalina, con la que ponen de manifiesto que es posible romper el gris de la música independiente en nuestro país, un gris fotocopiado, formulativo y plano. Y están dispuestos a romperlo a base de rock. Pero rock con mayúsculas, del que te golpea en el estómago sin compasión con cada riff de guitarra, línea de bajo y ritmo de batería. Con este último álbum -el quinto de la banda- Manuel Cabezalí, Jaime Olmedo y Javier Couceiro culminan la madurez compositiva que se gestaba desde “H” (2012) y “Las hojas secas” (2010). Es por tanto este un álbum continuista, que no busca la sorpresa en la novedad, sino en la consolidación, dominio y perfeccionamiento de unas bases sonoras ya establecidas. Esta claridad de conceptos se ve reforzada por el hecho de que el propio Manuel Cabezalí, voz, guitarra y principal compositor sea a su vez el encargado de la producción, mezcla y masterización del disco, grabado, una vez más, en los estudios El lado izquierdo de Dany Ritcher. De este modo, las crudas guitarras mostradas hasta ahora adquieren en este disco nuevos matices, gracias a la conjunción de diferentes e indispensables capas, alzándose como claras protagonistas. Pero no serían nada sin los contundentes muros creados por las densas líneas de bajo y los catárticos ritmos de baterías, complejos ahora hasta la extenuación. A su vez, la voz de Manuel Cabezalí despliega un amplio rango que se mueve entre la intimidad y la rabia. Un equilibrio sónico sostenible, estudiado y sumamente preciso.

HAVALINA

Pero esta madurez alcanzada en el sonido carecería de todo interés sin una lírica al mismo nivel. Las letras de “Islas de cemento”, unas adaptadas a partir del libro de poemas “Manual para conductores borrachos” de J.J Cabezalí y otras compuestas por el propio Manuel, proponen un oscuro viaje introspectivo, cuyo destino sólo es posible conocer desde un ejercicio de autoreflexión. El miedo a la soledad, pero sobre todo, al paso del tiempo y al cambio, se afrontan a lo largo de las once canciones desde distintos puntos de vista. Así, frente a la más reflexiva ‘Ya va siendo hora’ se enfrentan las salvajes ‘Islas de cemento’ y ‘Cementerio de coches’ o la costumbrista ‘El olmo centenario’. Un viaje sin descanso, donde cada parada es un nuevo golpe, una nueva embestida que poco a poco, con insistencia, abre una grieta en el gris cemento.

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