Al mal tiempo, buena cara. Esta crisis habrá empobrecido nuestras despensas, pero la buena noticia es que no ha podido con la inagotable creatividad de algunos de los mejores cocineros del mundo. La VII edición de Madrid Fusión ha hecho las cuentas con la peor coyuntura económica de las últimas décadas reinventando los sabores más tradicionales de la cocina española y ennobleciendo la así llamada “cocina pobre”. Las texturas impalpables y casi metafísicas, los manjares exóticos y los productos refinados que protagonizaron la pasada edición, este año han cedido el paso al trigo, a las alcaparras, a los huevos, al arroz, al bacalao, a la merluza, a las manzanas, al chocolate y al bizcocho. Es decir, desde el mercado de toda la vida a los altares de la alta cocina. Sin paradas intermedias. Naturalmente, como en cada cumbre de gastronomía que se respete, no podían faltar combinaciones atrevidas y nombres de portada que se parecen más a poemas: desde los “blinis de pan de árbol, quesillo de castaña y caviar de carachama” de Pedro Miguel Schiaffino a los “bombones de pintada en caliente-frío de chocolate al shiso, con eneldo y vainilla de Tahití” del chef Frédéric Bau. ¿Y si en la nevera no quedara nada más que una botella de Coca-cola? Podríamos convertir la célebre bebida en deliciosas golosinas de sobremesa siguiendo al pié de la letra la receta propuesta por Angelo Corvitto, Oriol Balaguer y Dani García. O también acompañar la brillante versión del Mc Burger elaborada por Carles Abellán, que ha recuperado este plato fuerte de la comida rápida, eso sí, añadiéndole un toque de foie gras extra. Único “desobediente” (¡pero de él no esperábamos nada menos!): Ferrán Adriá, que como siempre ha sabido sorprender con su “papel de flores”, su espectacular “falsa anémona de buey de mar a la romana con curry” y su “aire de zanahoria con concentrado de mandarina”.
También es verdad que, pese al sincero homenaje a la cocina tradicional, la cumbre no ha renunciado a su sagrada misión de detectar las nuevas tendencias gastronómicas y si antes lo normal era acompañar las tapas con un vaso de vino o con una cerveza, ahora “lo más” es hacerlo con una buena copa de whisky. En conclusión, la última edición de Madrid Fusión ha conseguido lo que hace meses parecía imposible: poner a todos de acuerdo, apaciguar las almas y acabar con la encendida querella entre cocina tradicional y cocina experimental. Una empresa más digna de una misa que de un evento internacional de gastronomía, es cierto. Pequeños milagros de la magia entre fogones.