Como alfa y omega de una primavera-verano magmática, John Wick 2 y Atómica nos han visitado para evidenciar las dos caras de la misma moneda con la que Hollywood parece querer canjear su visado hacia el blockbuster del futuro.
La película Atómica se presentaba como una de James Bond en clave femme (o frauen, que toca hablar alemán), si bien algunos han querido ver un reverso más estimulante y menos epiléptico de la saga John Wick, con una heroína tan melancólica e igualmente motivada. Aunque a esta no la hayan matado al perro, que eso sí que jode.
Una estrella de acción llamada Theron, Charlize Theron en la película Atómica.
Una agente al servicio de su Majestad responde en una sesión informativa ante sus superiores sobre los pormenores de una misión que la llevó al Berlín del 89 –el último Berlín que se nos retransmitió en directo, con la MTV como altavoz simbólico con el que visualizar la bisagra entre dos mundos-, un viaje en el que debería hacerse con una lista de nombres que, de caer en manos enemigas, los malencarados soviéticos, comprometería fatalmente el devenir de la Guerra Fría. En semejante caldo de cultivo, un caos de espías, agentes dobles y miradas delatoras, con el muro tambaleándose y el poder a ambos lados en el programa de descongelados del microondas, debe desenvolverse la protagonista, una rubia de metro ochenta sin tacones (el nombre original de la peli es Atomic Blonde) que da hostias como panes y que responde al nombre de Theron, Charlize Theron.
Imagen superior: fotograma de la película Atómica
Imagen superior: fotograma de la película Atómica
Que sea una de las productoras acreditadas llevaría a pensar, no sin colmillo, que la estrella australiana se reserva cada resquicio de plano para marcarse en gesto acaparador un anuncio de Dior tras otro. Bien, brilla tan hermosa que duele, pero el sueldo se lo gana tanto en pose de videoclip, cigarro en mano, o en numerito lésbico, como al recibir palos y lucir magulladuras y moretones. Es justamente en la desenvoltura de la acción cuando el director David Leitch, especialista en especialistas (anda, si es el del primer John Wick), deja su huella. La secuencia de las escaleras –seca, sin refuerzos sonoros, real, agotadora-, bien vale la entrada. Luego también cobra (pasta y mamporros) James McAvoy, al que no se le saca suficiente partido, y no ya porque la rubia le saque media cabeza.
Más allá del habitual juego de espejos de una trama sumida en los lugares comunes del cine de espías, el otro gran protagonista de la película Atómica es Berlín. Si en La ciudad más fría, historia gráfica de Anthony Johnson y Sam Hart en la que se basa la película, las viñetas se tiñen de un rotundo blanco y negro, la puesta en escena de Atómica estiliza a todo color (postmoderno y flúor) el Berlín que después fotografiara Anton Corbijn para el Achtung Baby de U2. Este embellecimiento de una ciudad asolada por el gris stasi puede ser criticable pero, qué quieren, también le dio color Bowie y nadie puso reparos. Es un Berlín que sigue fascinando y punto, en el que la descomposición social en la que se haya sumido importa para la causa narrativa en tanto en cuanto puede conciliarse con el coqueteo en bares lujosos del lado oeste y con el diseño de producción que mima la imaginería retro y el vestuario de catálogo. Mereciera tal vez una banda sonora más berlinesa y menos radiofórmula y descontextualizada (mezcla New Order, Public Enemy, Blondie, Ministry, The Clash o David Bowie), ya que estamos.
Imagen superior: carteles de la película Atómica
La película Atómica no es El club de la lucha (envoltorio trascendente y generacional) ni Sospechosos habituales (falsas apariencias), ni tampoco El topo (referencia temática directa y reciente), pero entretiene al más escéptico que no podrá apartar la vista de la pantalla. En realidad de esa diosa que ha bajado a este mundo mortal para jugar a ser la mejor James Bond. Entre medias, el mundo cambia para siempre, pero ¿a quién le importa?
*Fotos cortesía de la película.
Película Atómica (Atomic Blonde), dirigida por David Leitch.