ST. VINCENT EN MADRIDCRÓNICA DEL CONCIERTO DE ST. VINCENT EN LA SALA JOY ESLAVA DE MADRID

Ayer, Annie Clark salió al escenario de Joy Eslava con la intención de no cumplir con ninguna idea preconcebida, dispuesta a luchar contra los elementos, ya fueran escénicos o mentales, desde su aspecto replicante. Eligió hacerlo de modo lúdico y poético, en lugar de enfrentarse con fuerza o rabia. No es seguro que consiguiera su propósito, pero al menos se lo pasó bien. Si alguien esperaba un recital blando, triphopero, se topó con la versión más “Guitar Heroine” de St. Vincent, porque Clark eligió apoyarse más en sus diversas guitarras que en la tecnología, con unos fraseos princepescos, mientras se movía por el enorme escenario con languidez lisérgica y pose de diva postmoderna, embutida en un vestido de lentejuelas y aupada a un pódium de metro y medio, como una versión micromachine de los grandes shows de las estrellas del pop. Solo muy al final, St Vincent cedió a la sensibilidad con una versión desnuda de “Strange Mercy”. Porque Clark parece haber captado las fortalezas y debilidades de sus últimos discos. Por más que ‘St Vincent’ acabe de ser proclamado disco del año en Gran Bretaña, su falta de contundencia podría haber lastrado su presentación en directo, pero la solución de añadir mala leche a la interpretación en directo pareció buena idea, sobre todo si se tiene en cuanta que prácticamente interpretó el disco al completo. Mientras, para los temas de ‘Strange Mercy’ bastaba con acentuar las virtudes que ya traían de fábrica, por más que en “Chole in the Afternoon” se le fuera la mano y la canción quedará fragmentaria. En sus charletas de interludio aseguró que ella tenía mucho en común con el público madrileño, por ejemplo, haber nacido en el siglo XX y no en las últimas décadas, porque la audiencia frisaba la cuarentena con solvencia. Pero esa coincidencia no fue suficiente para que la gente acabara de engancharse a la propuesta y en muchos momentos el frío exterior se extendió por la sala. Clark no se arredró y aparte de sus guitarreos, se marcó alguna coreografía de casa de muñecas con su teclista y acabó el recital paseando entre el público a coscoletas de un armario de seguridad. La sensación final fue la de cierta incapacidad para distinguir si Clark es personaje o personalidad, si la cosa va en serio como en los discos o es un juego como quiso mostrar en su recital madrileño. Lo bueno es que mientras se despeja esa incógnita, nos lo vamos a pasar bien. Y ella, mucho mejor.