UN BUEN CHICOLA NUEVA NOVELA DE JAVIER GUTIÉRREZ

Un buen chico, Mondadori, se abre con una cita de Conversación en la Catedral (“Desde la puerta de La Crónica de Santiago mira la avenida Tacna, sin amor”) bastante apropiada para lo que viene a continuación. También podía haber sido aquella de Gil de Biedma de que todos los jóvenes vienen a llevarse “la vida por delante” y que, más que una cita, es ya una máxima. Aquí los jóvenes ya han alcanzado la treintena larga, soñaron con ser en los noventa músicos y, con suerte, lo mejor que ha podido pasarles es encontrar un puesto en un banco que entonces se les antojaba horrible. El pasado es un popurrí de canciones, conversaciones y carcoma que bate en sus cabezas. Parece que los autores españoles nacidos en los setenta comparten un punto de vista; aquí, tal y como ocurría en Ejército enemigo, de Alberto Olmos, sobre la que escribía en esta páginas hace tres meses, sólo hay una visión del mundo: es una mierda y quien observe lo bello vive en un fraude. Todo es un desencanto absoluto, quizá autosugestionado; la vida es cien por cien tinieblas sin ninguna lucecilla leve ni su asomo.

Confluyen la culpa por el pasado, un psicólogo que pretende ayudar al protagonista a purgarse (y que, en algunos momentos, más que un colaborador parece una especie de Clint Eastwood), una novia enamorada y fiel y un presente monótono y hueco sin visos de mejorar. Todos estos elementos se cuecen en una narración a saltos que algunas veces recuerda a una sesión de Internet con varias ventanas abiertas en la que no se puede descuidar ninguna. Es éste su mejor punto pero también el más débil por insistente. Un buen chico empieza con una tensión altísima y acaba a la misma distancia sin haber bajado un momento. Son casi ciento cuarenta páginas al borde del precipicio con una historia interesante sobre la necesidad de librarse del pasado en la que, sin embargo, se echa en falta un mínimo contraste, un poco de liviandad, un pequeño respiro.

UN BUEN CHICO