Las niñas, una mirada indeleble

Las niñas, película de Pilar Palomero (Zaragoza, 1980) narra el tránsito de la niñez a la adolescencia. Ha sido galardonada con la Biznaga de Oro (mejor película) en reciente Festival de Málaga.

En una secuencia memorable de Stoker, de Park Chan-Wook, en la que el personaje de Nicole Kidman se pregunta por lo que nos empuja a tener hijos, dice así: «Pequeñas copias nuestras a las que podemos decir: “Tú harás lo que yo no hice, tú triunfarás donde yo fracasé. Porque queremos que alguien lo haga bien esta vez”».

Después de ver Las niñas, la ópera de Pilar Palomero (Zaragoza, 1980), al salir del cine, recordé esa secuencia. Pues ambas películas, con todas sus diferencias, narran de manera arriesgada y emocionante esa etapa de la vida en la que uno empieza a sentirse un extraño para los demás y para uno mismo, el tránsito de la niñez a la juventud primera y las múltiples tensiones afectivas que se crean o se empiezan a descubrir entonces.

Las niñas, una mirada indeleble

Una de las múltiples virtudes del cine es la capacidad de hacernos imaginar realidades que no hemos vivido, muchas que jamás viviremos, de hacernos creer una historia inventada, o por lo menos una transformación de la verdad. Esto es lo que consigue de manera prodigiosa la película de Palomero.

Desconozco cómo fue la Zaragoza de principios de los años 90 (por aquel entonces ni siquiera vivía), por lo tanto, no albergo ningún recuerdo de aquella época, pero a través de las imágenes, la música (suenan canciones míticas de Héroes del SilencioChimo Bayo o Niños del Brasil), el detalle y la elección de un lúcido punto de vista, la película me sumergió en aquella realidad, en la historia íntima y colectiva de sus protagonistas. Las situaciones que filma son distintas de las que yo he vivido, pero a través de esa mirada desde la que se observan y filman, la de una niña, reconocí algunas verdades, algunas emociones y sentimientos pretéritos comunes.

Las niñas, una mirada indeleble

Las niñas narra una etapa concreta de la vida de Celia (una magnífica Andrea Fandos), una niña de 11 de años que estudia en un colegio de monjas y vive con su madre (una también estupenda Natalia de Molina), joven y soltera, en la Zaragoza de 1992. Como comentaba, a mi parecer, lo extraordinario de Las niñas es la manera como está narrada y el efecto que ello provoca.

Palomero filma los acontecimientos desde el punto de vista de una niña y así nos hace ver cómo ella los vive, con toda su fuerza y fragilidad.

Desde esa mirada, aborda la sexualidad y su despertar, los silencios, tabúes, engaños, falsas ideas y fantasías que hay (creados y que se reproducen) sobre esta en su entorno, familiar, educativo y social, y los conflictos que ello ha generado y genera. Corre el riesgo de ser ambigua, de reflejar las múltiples caras y fatalidades de la niñez en su paso a la adolescencia, su mezcla de inocencia, inquietud y atrevimiento, y las de un tiempo que fue muchos a la vez, los motivos e instintos que los mueven. Evita el juicio y el maniqueísmo fácil, profundiza en la complejidad de los asuntos que narra, en sus matices y contrariedades, en los sentimientos ambivalentes, escurridizos y a menudo insondables de los personajes, en sus miedos, dudas, inseguridades, ilusiones, alegrías y tristezas ocultas, y de esta forma los hace creíbles.

Las niñas, una mirada indeleble

Los hechos suceden en Las niñas como suelen suceder en la vida real, sin demasiadas explicaciones, sin ser demasiado visibles o sin nosotros ser demasiado conscientes de ellos o comprenderlos al tiempo que suceden. Las niñas aprenden mientras crecen. Y Pilar Palomero lo filma de manera sencilla, natural, sin exornación ni artificio, con sutileza, con sus espacios de sombra. La película llega al mismo punto del que parte y la recorre, a esa mirada indeleble de Andrea Fandos, tierna y turbadora, y que inevitablemente nos recuerda a la de Ana Torrent en Cría cuervos años atrás.