Dejemos una cosa clara: El restaurante Raro Rare no es tan raro como lo pintan. Crudo, puede. Pero a estas alturas, los habitantes del mundo “comer fuera de casa” lo hemos visto casi todo. Hemos comido en el último lustro ingredientes, productos y platos que jamás creeríamos. Incluso crudos, crudísimos, ya te digo. Y, como respuesta ante tanta invasión raruna, parece darnos un ansia repentina por volver a lo sencillo, a lo reconocible. A lo “normal”. Pero en esto que montan un restaurante en zona preferente y con nombre tan irresistible que claro, cómo resistirse. Pues no pudimos, allí que fuimos y aquí que os lo contamos.
Restaurante Raro Rare: viaje en crudo en Madrid
Imagen superior: decoración de la sala principal del restaurante Raro Rare
Imagen principal: pared de unicornios en el restaurante Raro Rare
Carlos Fontaneda pertenece a la nueva aristocracia de la hostelería madrileña de última hora. Propietario del Bar Galleta y de El Perro y la Galleta, de indudable éxito bajo la fórmula de locales cuquis con comida internacional cuqui a precios también razonablemente cuquis, Fontaneda –de los Fontaneda de toda la vida- quiso dar un paso algo más atrevido. Raro Rare es, desde luego, mucho más personal, un restaurante en el que fotografiar platos y paredes, pero con un relato más consistente.
Imagen superior: ceviche de corvina y gambón con leche de tigre de ají amarillo
Empezamos por el final. Por las paredes, digamos. Por lo RARO. Frente al mercado de Barceló, en una de las zonas más revalorizadas de copeo y papeo de Madrid, Raro Rare restaurante se define por una decoración viajera como sacada de un tabeo de Tintín. La presencia orgánica de tanta madera y mimbre descarga la acumulación bien ordenada de todo tipo de recuerdos y colecciones acumuladas por Ángel, el tío del propietario. La diosa Hera. Corales. Cabezas de unicornios (de tela british). Estribos y llaves de hierro. Mariposas y langostas. Campo, mar y ciencia. Fantasía y ensoñación. Un mundo exótico en el que reina el buen rollo.
Imagen superior: decoración del restaurante Raro Rare
Sigamos por el principio. La comida. Lo RARE. El restaurante se entrega a una cocina de vuelta y vuelta, casi cruda o sin el casi, donde los productos apenas se manipulan más que para ser sumados a otros en emplatados muy coloridos. Se corrió la voz de que aquí daban ancas de rana y crestas de gallo, rarezas extremas para según qué melindres. Sin embargo, la carta deambula por territorios conocidos por todos: tiradito de gambón, roll de lubina, ceviche de corvina, rollitos de anguila, rabo de toro, hamburguesa de carrillera, tacos de bacalao… En fríos (raw to rare) o en calientes (con algo de calor), lo interesante es leer cada plato hasta el final. Salpibloody: salpicón de marisco Bloody Mary con helado de tomate San Marzano; Lubikuri: usuzukurri de lubina con chimichurri y sofrito de hinojo y ricota; Tatadori: tataki de dorada ahumada con manzana sobre tortita de maíz crujiente; Bereta: berenjena asada con gambas, emmental, miso dulce y maracuyá. Y unos cuantos más.
Imagen superior: gyozas de pollo con papada ibérico, mayo de yuzu y kumquat confitado
Estas mezclas, un tanto embarulladas en teoría, llegan a funcionar. El amante de la sencillez y de la materia prima sin demasiados aderezos no encontrará su lugar. Hay sabor en Raro Rare, eso es así, y hasta diversión, aunque los precios y la densidad de algunos platos obligan a cortarse y a tener que repetir en futuras visitas si uno se quiere hacer con la carta en modo experto. Por último, se supone que no tienen postres. No hay que fiarse. Yo disfruté de uno bien rico.
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Raro Rare Restaurante
Calle Barceló, 5, Madrid
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