METICULOSO DESGARRAMIENTO por Javier Giner
A estas alturas, después de asistir durante años (e in crescendo, qué perezón) a la pornografía emocional y exhibicionista de ciertos programas de televisión y de pseudo-profesionales de la venta al por mayor de la intimidad, cualquiera diría que estamos curados de espanto. La pornografía, como los chorizos, los ipods, las moleskine y las emociones, se convirtió hace tiempo en un bien de consumo, perfectamente diseñado y empaquetado por colores, tamaños, intereses y precios. El erotismo y la sensualidad perdieron, en algún momento, la batalla al comercio. Desaparecieron los olores, las pieles, el placer y las sonrisas, incluso la sinceridad de los sentimientos. Quedaron los tamaños, la notoriedad a cualquier precio y la mecánica. Todo se enfrió. Era el momento perfecto para convertir la miseria y el dolor en espectáculo, y, sobre todo, en beneficio (publicitario y consecuentemente, económico). Y en esas seguimos. Encalladitos vivos.
Quizás por eso sorprende que esta escritora de rostro severo y autoconocimiento envidiable, Catherine Millet, se descuelgue ahora con esta autobiografía (a medio camino entre la narración novelística, la concatenación de abismos mentales de su psique, el análisis ensayístico y exhaustivo de las obsesiones, imágenes y traiciones de su pasado y presente y la profesionalidad de un informe psicológico moderno), posterior a su “La vida sexual de Catherine Millet” (en la que, para los que no la hayáis leído, desgranaba con trazo aséptico-farmacéutico sus proezas sexuales – a tenor por lo escrito, muchísimas – por medio mundo). Si en aquella obra (que cayó como una bomba atómica en su país de origen, Francia) sorprendía la lucidez de esta profesional (es directora de Art Press, el mensual de mayor prestigio sobre arte contemporáneo) a la hora de dar cuenta sin atisbo de pudor de su placer múltiple y compartido, en esta “Celos” (Anagrama), Catherine Millet ahonda en las sensaciones provocadas por el post-coito, cuando la realidad se llena de silencios, confusión, engaños y afrentas nunca expresadas. Cuando el miedo se adueña de la existencia. Cuando la vida en común se estructura en torno a informaciones robadas y vidas nunca imaginadas.
“Celos” acampa en el terreno del sufrimiento, el deseo, el peso de la infancia y la incomprensión de las válvulas que rigen el corazón de uno mismo. Es el territorio del “meticuloso desgarramiento” que la narradora comparte con la misma frialdad narrativa y distanciamiento intelectual de los que hacía gala en su anterior libro. Pero lo que antes era placer extenuante y lúdico se convierte ahora en profunda desesperación, en duda, en psicosis. En dolor. No hay nada mejor que desempolvar y revisitar fantasmas y ponerlos a la mesa, invitándoles a comer, si es posible. Los celos. Esos pequeños bichitos portadores de angustia e indefensión de los que nos pasamos huyendo toda la vida, incluso negando su existencia, cerrando los ojos y apretando las manos.
La libertina de entonces es ahora una mujer que sufre porque en todo polvo existe comunicación, aún cuando hagamos todo lo posible por negarlo. Se han despertado conciencias adormecidas que nada tienen que ver con la manoseada y cargante moral. Toma un gran arrojo (casi tan grande como el narcisismo necesario) hacer una exhibición tan concreta, sincera y sentida como la que se despliega aquí. Por algún motivo, no le encuentro ningún parecido con la pornografía emocional de los programas de la televisión, todo lo contrario. La pornografía es el terreno de la exhibición, y en la exhibición, a menudo, no existe el sentimiento. Por eso a mí (porque está plagado de él, de sentimiento real) este libro, “Celos”, se me asemeja a la verdad. Que como todo el mundo sabe, es lo contrario al espectáculo, a todo aquello que nos convierte en actores de nuestras propias vidas. Basta con tener la suficiente valentía y morro de mirarse hacia dentro y ser sincero con uno mismo. Que no es moco de pavo.