EJÉRCITO ENEMIGOAlberto Olmos. Foto: Asís G. Ayerbe

LA SOLIDARIDAD HA FRACASADO

De no ser la literatura una disciplina tan absurda, Alberto Olmos debería estar asustado. O, al menos, un poco presionado por publicar nueva novela, Ejército Enemigo (Mondadori), después de ser seleccionado por Granta como uno de los quince mejores narradores jóvenes en castellano. Pero supongo que conoce bien los incomprensibles vaivenes del mundillo. Tras quedar finalista en el Premio Herralde de 1998 con su primer libro y sólo veintidós años, convocatoria en la que tuvo como laureado compañero nada menos que a Roberto Bolaño, no volvió a publicar hasta 2006. Desde entonces ha combinado cinco novelas con el articulismo y un prolífico trabajo como bloguero. Es el autor de Hikikimori, diario personal que toma como título a los jóvenes japoneses inadaptados que se recluyen, y del muy visitado Lector mal-Herido, bitácora literaria firmada por un tal Juan Mal-herido en la que combina párrafos premeditadamente incorrectos con fotos de jovencitas en/sin ropa interior. Olmos/Mal-herido, que tiene el honor de haber recibido de Google un filtro en el que avisa antes de entrar que el contenido puede ser “ofensivo”, es el responsable de textos más equilibrados de lo que parecen tras una primera lectura, piezas en las que huye del comprensible y tentador intento de quedar bien con editoriales y colegas, pero también del aburrido y muy presente malditismo.

EJÉRCITO ENEMIGO

La cubierta trasera de Ejercito Enemigo la describe como “una novela casi obscenamente actual”, quizá la frase más acertada que el que esto firma ha leído en la contraportada de un libro, que muchas veces debieran ser sólo blancas, como las de Salinger, o no leerse. Hay fundamentalmente dos personajes, el narrador y la imagen que tiene éste de un amigo, ambos tan radicalmente diferentes que uno de ellos está muerto. Todo escrito con una prosa intencionadamente incómoda que nunca cae en lo sórdido pese a que uno en el sillón no pueda dejar de removerse. El vivo, Santiago, recibe de manos de la madre del recién asesinado, Daniel, un sobre con las claves de su email. Santiago es publicista y Daniel trabajaba en una ONG. Era un individuo solidario, generoso, un ser social mientras que Santiago es casi un hikikimori cuyos trayectos van de la oficina a su triste piso o a la cervecería donde se veía con el mencionado. Daniel es el perfil que reenviaría y firmaría cualquiera de las peticiones que nos llegan al email cada día para salvar animales y selvas en peligro o apoyar colectivos desfavorecidos, tantos que uno en ocasiones no sabe cuáles firmó y cuáles no, y el otro los marcaría como spam. Son dos individuos que, finalmente y gracias a Olmos, tienen más en común de lo que podría pensarse pese a que rara vez la vida los reuniría como amigos, ni siquiera como conocidos que quedan a cada tanto para tomar una caña. La literatura deja ese margen y aquí materias y tramas se enroscan tanto que uno termina disfrutando de un libro excelente que nunca sabe si es un estudio sobre inválidos emocionales, la comercialización de la solidaridad, un entretenidísimo thriller o el empeño de un individuo por conocer un poco más al colega al que ya no puede pedirle explicaciones.