Irene Grau - 22 días en Bombon

Es difícil no sentirse parte de una novela de Georges Perec al entrar en 22 días en Bombon, la última exposición de Irene Grau en la galería barcelonesa. Una extraña y fascinante mezcla de Un hombre que duerme, ese relato de un personaje que intenta sustraerse de la sociedad encerrándose en su habitación, y Especies de espacios, reflexión sobre los lugares que estructuran el imaginario social.

Todo ello con un título de programa de telerealidad o de performance de Ben Vautier. Sin embargo, no nos encontraremos a la artista deambulando y viviendo ahí si decidimos pasarnos por Bombon Projects. Eso sí; estuvo viviendo 22 días en la sala expositiva. Pero decidió que fueran los días anteriores a la exposición propiamente dicha (que dura también 22 días, del 05 al 28 de septiembre).

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Lo que queda entonces son los restos, las ruinas, la trace diría Derrida, de esa vivencia. Nada nuevo en realidad para una artista para quién “la obra es solo «lo que resta» de una experiencia más amplia que va más allá de un paisaje recorrido o una arquitectura estudiada”, como explica la propia Irene Grau acerca de su trabajo. Una tentativa de agotar un lugar barcelonés, para parafrasear de nuevo a Perec. Aunque, en este caso es mejor decir que es un intento de agotar el tiempo en un lugar barcelonés.

No se trata tanto de ofrecer “una investigación específica en la naturaleza in situ” para transferirla luego al espacio expositivo (como había sido el caso en tantos trabajos anteriores suyos como Lo que importaba estaba en la línea, no en el extremo o “”), sino de convertir el espacio de exposición, el tradicional white cube, en el paisaje, en el objeto mismo de la investigación.

Una pequeña novedad que deja a Irene Grau sin objeto de estudio, podríamos decir, obligándola a expresar el mero espacio, el simple paso del tiempo, la propia estancia y, al fin y al cabo, el proceso mismo de creación, en un salto metalinguístico tan característico de nuestra época (eso que Agamben, después de Deleuze, llama tan perfectamente el désoeuvrement).

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Sin embargo, lo hace de la misma manera que ya lo hacía en sus anteriores trabajos. Y aquí la referencia inicial no es casual, obviamente. Muchas cosas de la manera de trabajar de Irene Grau recuerdan a Perec.

Empezando por una cierta tendencia a la clasificación, la medición, el archivo, la taxonomía. Un afán que ya encontramos en obras anteriores como las varas de -metria o la señalización de la ruta en “=”. Darse reglas, costumbres repetitivas, comportamientos arbitrarios para poder liberarse es algo que siempre ha funcionado en el arte. Algo de esto creo percibir también en la manera en la que Irene Grau afronta la restricción (la contrainte) y la regla, omnipresentes en la exposición. Algunas veces de manera puramente simbólica y externa, como en la altura -2,50 metros, mínimo legal para que el espacio pueda ser declarado habitable- a la que decide pintar el muro. Otras más sistemáticas y exhaustivas, como la estantería rellenada concienzudamente de esculturas hechas con las latas y productos que estuvo comiendo durante su estancia. Y otras autoimpuestas y lúdicas, como su cuadro Sobre no tomar decisiones, una referencia al OuLiPo o, más cerca de nosotros, a artistas como Sophie Calle, Ignasi Aballí o Enric Farrés Duran.

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Como en anteriores trabajos de Irene Grau, el espectador no es testigo de su experiencia. La sala no es un escenario. La propuesta no es una performance. Es un recuerdo, un archivo vivo. Y quizás por eso la exposición funciona mejor cuando la memoria aparece bajo formas más inusuales, ya sea en lo objetual -las latas, la cama, el mobiliario (¿es obra o simplemente atrezzo?)-, lo narrativo -los dos cuadros- o lo semiótico -las cortinas monocromas. Es decir cuando no se trata tanto de un testimonio como de un instrumento. Y pierde algo de fuerza en el uso más previsible de las fotografías, formato tradicionalmente asociado a la recuperación de lo ausente y a la documentación de lo efímero.

“Las galerías tienen eco. Los museos tienen eco. Las casas no. ¿Cuantos elementos debería introducir en Bombon para eliminarlo?” se pregunta Irene Grau.

Nunca se puede eliminar el eco de una galería porque el arte siempre difiere de la vida.

Y es que ¿no es el eco, como el arte, aquello que seguimos oyendo una vez que han acabado de suceder las cosas?

Fotos: Roberto Ruiz