JUSTIN TOWNES EARLE

DE CASTA LE VIENE AL GALGO

Hay hijos que te pueden dar un buen disgusto, pero también una enorme alegría. Cuando tu padre es un rebelde sempiterno y a sus espaldas quedan cientos de millas recorridas – en todos los sentidos-, debe ser un tanto fácil sentirte un pequeño forajido. Eso parece demostrar Justin Townes Earle que tanto en la vida profesional como en la personal le sigue los pasos firmemente – su gira americana ha sido pospuesta debido a su ingreso voluntario en una clínica de rehabilitación-. Con un mentor como Steve Earle por algún lado tiene que salir la creatividad y la genialidad.  Juventud, frescura, ternura e inspiración por los cuatro costados, surgen por cada rincón de su nuevo álbum: “Harlem River Blues” (Houston Party). Después de un ep y dos buenos discos publicados – a un ritmo vertiginoso de disco por año-, llega este cuarto que es como una bala directa al sombrero más bien plantado. No hay tregua en sus once temas. Comienza con la canción que da título al disco, “Harlem River Blues”. Un “cow-blues” irresistible, las botas se mueven solas a la orilla de un soleado río mientras las voces se abren paso en el algodonal. Cambio de escenario, paseos sin rumbo y recuerdos de color miel en la noche de Brooklyn. Rock & roll sin concesiones en “Move over Mama”, vidas rotas a un ritmo irresistible.  “Working for the MTA” descriptivo lamento urbano de un trabajador a pie de vía mientras cruza túneles fríos e inhóspitos en la gran manzana. Metidos en melancolía no se puede dejar de lado en el manual del buen desamparado, el sollozo vagabundo errante, “Wanderin”. La primera parte del álbum es de un nivel muy elevado, pero es quizá en su segunda parte donde conquista sin condiciones. “Slippin´and Slidin” es pura sexualidad. La encantadora “Christchurch Woman”, con esos vientos a lo Van Morrison, hacen de puente hacia la intimidad en “Learning to Cry” y sus violines besando sin complejos la “pedal steel”. Vuelta al brillo con el blues contagioso de “Ain´t waitin” y un medio tiempo exquisito para cerrar que parece sacado de los mejores días de Ryan Adams, “Rogers park”. Casi sin enterarnos llegamos al final de este disco genial y espléndido, breve pero intenso. Un triunfo total. Seguro que su padre está muy orgulloso de él. Por cierto, acabo de darme cuenta que mi sombrero ha salido disparado…